viernes, 2 de enero de 2009

Matrimonio de conveniencia

"¡Qué irónico es que precisamente por medio del lenguaje un hombre pueda degradarse por debajo de lo que no tiene lenguaje!" Sören Aabye Kierkegaard


Los engañosos comienzos temporales (años nuevo, curso nuevo, cumpleaños) proporcionan el caldo de cultivo ideal para los buenos propósitos. Al igual que las vacaciones: en teoría, brindan una buena oportunidad para rescatar ejemplares del limbo de los libros no leídos. No tantos como se desearía, tempus fugit y de qué manera. Pero, ésa es la práctica, aquejada siempre de enfermedades deflacionistas.

Entre mis lecturas recién liberadas, se encuentra La globalización, Consecuencias humanas de uno de los sociólogos más famosos de los últimos tiempos, a juzgar por el número de veces que es citado, conocido en los círculos académicos por haber acuñado la expresión 'modernidad líquida'. Me refiero a Zygmunt Bauman. Una obra que recomiendo por dos razones que en raras ocasiones comparecen simultáneamente: está bien escrita e incita a indagar en lo que se supone de sobra conocido.

Tengo para mí, no es una tesis que me atreva a defender a capa y espada, porque pertenece a lo que yo considero bastidores de la ciencia (todo aquello que no se ve a simple vista, pero que, como el amor de la canción, está en el aire) que las relaciones entre los economistas y los sociólogos no son todo lo fluidas que debieran. Ambos se encuedran dentro del nebuloso campo de disciplinas que conforman las ciencias sociales. En parte porque los economistas aún reconociendo que la economía es una 'ciencia humana', tienden a situarse en una categoría diferente a la de los sociólogos: al fin y al cabo la economía es una ciencia que basa sus tesis en datos cuantitativos, –sobre la que habría mucho que discutir-, mientras que los sociólogos establecen conclusiones de índole cualitativa y, según la lógica del discurso, menos concluyentes: más cercanas a la doxa que a la episteme. Por su parte los sociólogos acusan a ciertos economistas de no ver más allá de sus propias narices y de utilizar un discurso plagado de significaciones y de implícitos que, caso de hacerse explícitos, les pondría en serios aprietos metaeconómicos. La perenne amenaza del tirar de la manta. Por eso, me parece interesante, al menos de cuando en cuando, traer a colación algunas de las reflexiones de los sociólogos que guardan relación con la economía. Bauman es uno de ellos. Aunque sólo sirva para discrepar con él sobre algunas de sus tesis.

Precisamente la temática de uno de los capítulos “Ley global, órdenes locales” me ha parecido muy oportuna y adecuada para este foro. En él, Baumann cita a otro de los grandes, Pierre Bourdieu, azote del neoliberalismo, quien, en un artículo, contaba cómo las declaraciones del por entonces presidente del Banco Central Alemán, le provocaron un reacción visceral que le llevó a escribir el citado artículo. (Si desea acceder al artículo en cuestión pinche aquí, corto pero en francés).

Las palabras de Tietmayer, el mentado presidente, que provocaron las creativas iras de Bourdieu, -santa indignación-, fueron las siguientes: “Lo que está en juego hoy es crear las condiciones para una crecimiento a largo plazo y para despertar la confianza de los inversores”. Aunque tal vez lo que logró enervarle fue la enunciación de las condiciones y la complaciente pasividad del entrevistador: control del gasto público, reducción de la carga impositiva, reforma del sistema de protección social y desmantelar las rigideces del mercado laboral.

El concepto clave en este elenco es el de ‘rigidez’. Convendrán conmigo en que no goza de muy buena prensa. Pero ahí precisamente estriba la perversión del lenguaje, según Bourdieu: el mercado de trabajo ha de ser flexible y no rígido. No deja de ser un truco de (mal) prestidigitador retórico el acudir a un concepto que suscita la desaprobación general –nadie desea ser tildado de ‘rígido’- e intentar aplicar su antónimo en un campo que, si se explicase de forma no eufemística, provocaría el más absoluto rechazo de una parte de la población. Al menos de la afectada.

Porque, ¿qué significa hablar de un mercado de trabajo flexible? Para Bourdieu, en última instancia, lo que se está solicitando a los trabajadores es que abandonen sus conquistas sociales, para evitar destruir la confianza de los inversores, en el nombre del crecimiento que esta renuncia comportará mañana. Pero, y aquí comienza el análisis fino, lo realmente sorprendente no es tanto que alguien se atreva a proponer algo así: lo que mueve a la reflexión es que no suscite ninguna oposición: que el discurso se asimile como algo “normal” (utilizo deliberadamente el término). Según este sociólogo, se acepta como moneda corriente, sin dudar de su veracidad ni analizar las premisas y sin medir las consecuencias, al igual que se ha aceptado la moneda única sin dudar. “crecimiento sostenido”, “confianza de los inversores” “presupuestos públicos”, "sistemas de protección social", "rigidez", "mercado de trabajo", "flexibilidad", "globalización", "reducción de impuestos- sin precisar cuáles-" "competitividad", "productividad".

Una vez más, a riesgo de pecar de insistente, he de recordar la idea de que el lenguaje no es neutral. Existe una fuerte imbricación entre el lenguaje y el mundo. La utilizacion de determinados dicursos lleva a tragar con ruedas de molino. La ideología se va construyendo a fuerza de usar la terminología ad hoc y de hacerlo de una manera eufemística. La tesis de Bourdieu no deja lugar a las concesiones: la puesta en circulación de todo el utillaje conceptual antes mencionado ha devenido particularmente exitosa gracias a la complicidad de periodistas, políticos, gentes con los conocimientos mínimos de economía básica para divulgar el aparato conceptual del sistema. De tal forma que ese lenguaje se ha convertido en el instrumento necesario de difusión de la idea de que el capitalismo no encuentra rival que le pueda hacer sombra. Del fatalismo marxista al fatalismo neoliberal. Y todo fatalismo elimina per se elementos como la responsabilidad individual y social y desmoviliza políticamente en la medida en que propone fines que no admiten discusión: el crecimiento máximo, el imperativo de la competitividad y productividad. Incluso funciona con un ideal humano, una filosofía que deriva en un pensamiento único. El liberalismo ha ganado la batalla del lenguaje y ha conseguido aparecer como la única posibilidad.

Recomiendo la lectura del texto. Vivamente. No es necesario aceptar todo el discurso: pero, considero que una reflexión sobre los propios conceptos y sus implicaciones, sobre el aparato ideológico de la economía básica no sólo es aconsejable, sino que, se convierte en ineludible.

La economía tiene mucho que enseñar y mucho que aprender de la sociología. Probablemente, y parafraseando a Kant, la economía sin la sociología sea ciega y la sociología sin la economía, coja. Un bonito y necesario matrimonio de conveniencia: con el tiempo incluso llegue el amor. Azúcar.


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