domingo, 30 de noviembre de 2008

Noviembre dulce

"La experiencia del pasado, si no cae en el olvido, sirve de guía para el futuro" (Proverbio chino)

Este cuaderno de bitácora comienza a cargar cierta historia a sus espaldas. Acaba el mes de noviembre y todo final, aunque posea algo de arbitrario o convencional, mueve a hacer balance (no es accidental que el balance de situación suela fecharse en 31 de diciembre). Tal vez sea momento de recapitular. En su día mencioné la necesidad de la existencia de un sistema financiero que facilitase la intermediación entre economías deficitarias y excedentarias. En otra entrada aseguré que uno de los conceptos claves en economía es el de reciprocidad. No hay oferta (al menos de un modo sostenido) sin demanda. Tampoco hay inversión sin una fuente de financiación. De la inversión me ocupé, sin entrar en grandes profundidades, exigencias del medio, hace unos días, coincidiendo con la explicación que en clase di a los alumnos de 2º de Bachillerato. Mañana emprenderé con ellos el estudio de la financiación de la empresa, cuestión que, como se comprenderá, es de suma importancia para la supervivencia de ésta.



Mis manías. Si se consulta en el diccionario de la RAE el significado del verbo 'financiar', se encuentra la siguiente definición: "Aportar el dinero necesario para una empresa". Es decir, que la empresa necesita ser financiada, de tal forma que se puede asegurar que si no se garantiza el acceso de la empresa a distintas fuentes financieras, su existencia corre, cuando menos, grave peligro. Este párrafo puede sonar a verdad de perogrullo, pero, no hay que olvidar que el objetivo último de este foro es acercar ciertos conceptos básicos al alumno que no ha tenido todavía contacto con la terminología propia de la economía y el mundo empresarial.

Las empresas obtienen los medios necesarios para llevar a cabo las actividades que constituyen su razón de ser a través de diferentes medios o fuentes. Otro asunto será que las utilicen de forma única (una sola fuente de financiación) o, lo que es más habitual, de forma mixta (varias fuentes de financiación). Estas fuentes son básicamente tres: fondos propios, fondos ajenos y fondos mixtos.



Continuamente se tiene noticia de las dificultades que encuentran las PYMES para encontrar financiación. El panadero de la esquina, el dueño del taller que ha contratado a cinco empleados, la academia de inglés que lucha por sobrevivir coinciden en la dificultad que habitualmente encuentran para encontrar fondos. En muchas ocasiones, están abocadas a financiarse únicamente a través de los llamados fondos propios. No quiero que esta entrada sea interminable, por lo que hoy centraré la cuestión en el análisis de los mentados fondos propios. En cualquier caso, recomiendo la lectura de este artículo, en cuyo contenido me he basado para explicar lo que sigue.


Como su propio nombre indica, los fondos propios pertenecen a la
empresa, y encuentran su origen, bien en las aportaciones realizadas por los socios (capital), bien por los beneficios obtenidos y no distribuidos en el transcurso de su actividad (reservas).


Estos dos conceptos requieren una explicación ulterior. Respecto al capital, es necesario puntualizar que según la forma jurídica de la empresa, cabe hablar de capital social, cuando se trata de una sociedad mercantil, fondo social, cuando se alude a las entidades sin forma mercantil, o simplemente capital, cuando se trata de un empresario individual. Las denominadas “Reservas” pueden revestir diversas formas legales, por revalorización, especiales, estatutarias, etc., pero todas ellas tienen una característica común: se trata de beneficios obtenidos y no repartidos entre los socios.

Los utilización de fuentes de financiación basadas en los fondos propios frente a las que se nutren de fondos ajenos han gozado de muy buena prensa. La razón estriba en que los fondos propios no originan gastos financieros o intereses, mientras que los ajenos sí. Como se señala en el enlace antes citado, "esta afirmación no es del todo cierta, pues si bien los fondos ajenos tienen reconocida una retribución desde su nacimiento, los fondos propios a la postre también tienen que ser retribuidos mediante los dividendos, además, desde el punto de vista fiscal, los dividendos no son fiscalmente deducibles, al contrario que los intereses, que sí lo son". Además existe otra razón que guarda relación con el concepto ya citado en otras ocasiones de coste de oportunidad. Los fondos propios no generan un coste explícito, pero su utilización supone renunciar a otros usos que sí otorgarían un rendimiento a sus poseedores. En esa medida, hay que señalar que poseen un coste implícito o coste de oportunidad.


Ahora bien, como he señalado antes, la realidad muestra cómo esta teórica alternativa de escoger entre fuentes de financiación propias o ajenas es irreal. Su escasa capitalización y las dificultades para acceder directamente a los mercados de capitales han abocado tradicionalmente a las PYMES a basar su financiación preferentemente en los fondos propios. De ahí que, en los últimos tiempos, se hayan puesto en marcha mecanismos de ayuda financiera para solventar este problema casi endémico de la pequeña y mediana empresa española. En el enlace anterior pueden encontrarse ejemplos de ayudas.

Hoy despedimos el mes de noviembre. Llevamos dos meses juntos y hemos acometido el análisis, siempre somero, qué se le va a hacer, de cuestiones que, aunque básicas, son de necesario análisis en la ciencia económica. Hemos de tomar fuerzas. Aún nos queda un largo camino por recorrer.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Trabajos de amor perdidos

"El trabajo nos alivia el dolor" (Shakespeare)

No es muy original remarcar que el lenguaje cotidiano sufre hoy en día una hiperinflación de acrónimos. "Me van a hacer un TAC", "Estudio 1º de LADE", "Soy experto en TICs", "Hay que invertir en I+D (acrónimo peculiar, dudo incluso que sea considerado como tal) son expresiones cotidianas y comunes. Un rápido vistazo a los noticieros permitirá constatar que uno de los más utilizados en los últimos tiempos es ERE. Es, por tanto, un hecho verificable que el país se desayuna cada día con titulares semejantes "La empresa X presentará un ERE para 50 trabajadores" o "los trabajadores rechazan el ERE de la sociedad Y".

La cuestión es que la utilización de un acrónimo amortigua o suaviza, al menos lingüísticamente, el golpe bajo que supone el saber que el empleo de uno está pendiente de un hilo. El lenguaje nunca es neutral y los términos que se eligen, a veces incluso de forma automática o no premeditada, muestran más de lo que a simple vista pudiera parecer. De esta forma, las palabras que constituyen el acrónimo en cuestión no dejan de ser un ejemplo de lo políticamente correcto. Expediente de Regulación de Empleo. Evidentemente suena mejor que pre-despido (si bien es cierto que no necesariamente un ERE acaba en despido). A pesar o además de lo dicho, me parece que tampoco es conveniente esbozar un acercamiento maniqueo al problema: el derecho del trabajo se fundamenta en la existencia de un contrato que obliga a dos partes: empleador y empleado. La protección legal debe afectar a ambos, buscando el equilibrio entre los derechos y deberes respectivos. Ésa es indudablemente la premisa.

Los alumnos que me han ido padeciendo en los últimos tiempos me han oído repetir una y otra vez que me daría por satisfecha si consiguiera que, tras dos años en mi compañía, lograran escuchar las noticias del telediario o leer el periódico y entender qué es lo allí se dice. Puede parecer un objetivo modesto, pero yo soy más de pequeñas etapas que de grandes metas. Sobre todo porque la única forma de alcanzar la meta es trabajar en las pequeñas etapas. Por eso, la entrada de hoy va a estar dedicada a explicar el concepto de 'expediente de regulación de empleo'.

Un ERE es un procedimiento administrativo iniciado normalmente por una empresa grande que se solicita a la Autoridad Laboral, normalmente de la Comunidad Autónoma, para suspender o extinguir definitivamente las relaciones laborales entre una empresa y sus empleados garantizando los derechos de los trabajadores. Se trata obviamente de un procedimiento excepcional (aunque su frecuencia de aparición en los últimos tiempos pueda hacer creer lo contrario) que se puede iniciar sólo si concurren ciertas circunstancias que están claramente estipuladas por la ley. En opinión de algunos, los empresarios recurren a esta fórmula para evitar otros problemas.

Al examinar las circunstancias que permiten la apertura de un ERE queda más patente su carácter excepcional. La primera de ellas es la muerte del empresario o desaparición de la personalidad jurídica de la empresa. La segunda, es un despido colectivo o suspensión de la relación laboral por causas de fuerza mayor, es decir, circunstancias no previstas que impiden el desarrollo normal de la actividad: un robo, un incendio, una bomba. La tercera, a la que normalmente se acogen las empresas es, el espido colectivo o suspensión basado en causas económicas, técnicas, organizativas o de la producción, cuando el fin sea mejorar la viabilidad de la empresa o ésta sea imposible.


La concurrencia de estas circunstancias deberá ser justificada para evitar que los trabajadores se vean perjudicados. Esa también es la razón para que exista un procedimiento muy estricto para que el ERE se lleve a efecto, que comienza con la solicitud del empresario o en su caso de los propios trabajadores a la Autoridad Laboral Competente. Es necesario que el empresario avise a los trabajadores para comenzar con un periodo de consultas que desemboque en un acuerdo entre las partes. Esta negociación no podrá ser inferior a 30 días. En el caso de las empresas de menos de 50 trabajadores este periodo se reduce a 15 días.

Sin embargo, si se alcanza un acuerdo se podrá finalizar la negociación en cualquier momento. La excepción a esta condición es que el pacto consista en la suspensión de la relación laboral entre la empresa y los trabajadores. En este caso aunque se llegue al consenso será necesario que el periodo de consultas se extienda durante al menos 15 días.

Las negociaciones suelen ser llevadas a cabo por los representantes de la empresa y los de los trabajadores que suelen ser el comité de empresa y los sindicatos.


Esta es la teoría. La práctica tiene otras connotaciones que superan el ámbito estrictamente legal. El ERE es un procedimiento lícito y claramente reglamentado pese a las consecuencias que en todos los casos comporta. Asunto bien distinto es el abuso que pueda hacerse de la medida. En este punto, han de entrar en escena los mecanismos de control públicos. Pero, ése es otro tema.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Gigante

"Somos como enanos a los hombros de gigantes. Podemos ver más, y más lejos que ellos, no por alguna distinción física nuestra, sino porque somos levantados por su gran altura." Juan de Salisbury

El destino de los mediocres con conciencia de clase es aciago y áspero, si se me permite la expresión. Estamos dotados de una dolorosa lucidez acerca de nuestra posición en el mundo, conocemos lo que no somos y, ay, sabemos de sobra qué terrenos no hollararemos. C'est la vie y no precisamente en rose. Por eso, es necesario encontrar un guía que, a la manera en que Virgilio y Beatrice en la Divina Comedia hicieron con
Dante, nos conduzca por esos terrenos pantanosos cuyo camino, abandonados a nuestra suerte, no podríamos siquiera imaginar. Somos enanos a hombros de gigantes.

Uno de mis gigantes tardíos ha sido el profesor Tomás Franco de la UNED, titular de la asignatura Geografía de los Paisajes Integrados, con quien me siento en deuda por haber logrado suscitar en mí el gusto por el estudio de la Geografía física y humana, disciplina que no me atraía en absoluto. El texto de la materia es lo más parecido que he encontrado a un dechado de virtudes: precisión, ironía, capacidad de análisis y excelente sintaxis. Demuestra que el rigor resulta compatible con la amenidad y la buena redacción. Pero no se confundan los lectores. No se trata de "hacer la roscar" a nadie: la asignatura la aprobé en su día y él ni tan siquiera me pone cara (aunque sí letra). Es una cuestión de saldar en la medida de lo posible ciertas deudas. Aunque sean de una naturaleza tan sutil como la intelectual.

Y me acordaba de él porque estos días he acometido en 1º de Bachillerato la empresa de estudiar diferentes teorías que analizan el papel de la población en el desarrollo económico. Esa temática ha tenido también su reflejo, como no podía ser de otra forma, en este cuaderno de bitácora. Pero no se puede analizar con exactitud y precisión la relación entre ambas variables si no se dispone de, al menos, ciertos conocimientos demográficos básicos. De eso quiero hablar hoy. Nuevamente hago una incursión en una disciplina que no es la propia. Acepto, por tanto, que se me acuse de intrusismo profesional. Sin embargo, cuento con el inestimable apoyo de los apuntes que en su día me aclararon muchos conceptos.


Suele dividirse la historia de la población en tres ciclos o etapas: el ciclo demográfico antiguo, la etapa de transición y el ciclo demográfico moderno. En el ciclo demográfico antiguo, la natalidad es ligeramente superior a la mortalidad. El balance es un crecimiento medio anual inferior a uno por mil. Pero las epidemias, guerras, hambrunas contribuyeron no sólo a que el saldo de efectivos humanos no acabase en superávit, sino a que incluso la población diezmase. Este largo ciclo abarca desde los orígenes de la humanidad hasta mediados del XIX.

La etapa de transición tiene lugar cuando las condiciones económicas y sanitarias de un país experimentan una sustancial mejora. Esta circunstancia provoca un descenso en picado de la mortalidad, pero no ocurre lo mismo con la natalidad. La inercia lleva a la población a seguir manteniendo el mismo ritmo reproductivo que en el ciclo antiguo que, recuérdese, era elevado para compensar la elevada mortalidad infantil. El incremento poblacional se sitúa en torno a un 10 por mil.

Ahora bien, este boom natalicio no se sostiene en el tiempo. El descenso de la mortalidad infantil, la incorporación de la mujer al trabajo, el cambio de hábitos de vida, el éxodo rural y los métodos de planificación familiar explican un descenso de la natalidad con el que convive una mortalidad también menor. El balance cuantitativo es semejante al ciclo demográfico antiguo: el crecimiento vegetativo se sitúa en torno al 1 por mil, pero cualitativamente la situación ha cambiado: un crecimiento vegetativo tan escaso significa que el nivel de fecundidad no alcanza como para disponer de generaciones futuras suficientes. En este sentido, el fenómeno de la inmigración está suponiendo un soplo de aire fresco para la envejecida Europa.

Evidentemente, la fase del ciclo demográfico en la que se sitúa un determinado país influye sobre manera en su capacidad productiva y en la forma en la que ha de plantearse la política económica. Al respecto, véase el interesante
informe del INE sobre las consecuencias del envejecimiento de la población. A veces los enanos hemos de cargar con los gigantes que generosamente nos llevaron a hombros. Cuestión de justicia.

Los inmortales

"No quiero alcanzar la inmortalidad mediante mi trabajo, sino simplemente no muriendo" (Woody Allen)

Es costumbre en la ciencia bautizar las leyes que explican ciertos fenómenos con el nombre del científico que las descubrió. Las archifamosas leyes de Newton, la ley de Proust (no confundir con el escritor) de las proporciones definidas, la ley de Dalton, las leyes de Kepler son algunos ejemplos. La economía también ha querido premiar a sus hijos más notables dotándoles de esa especie de inmortalidad que confiere el saber que generaciones de estudiantes asociarán un determinado fenómeno o la relación entre variables al propio apellido. El elenco de leyes con propietario se presenta de esta forma como el correlato científico del Paseo de la Fama de
Sunset Boulevard. Obviamente, sin su glamour. No deja de ser una forma de reconocimiento al trabajo bien hecho.


Hoy en clase de 1º de Bachillerato he explicado la ley de
Okun. Grosso modo, la ley de Okun afirma que las variaciones en el desempleo son proporcionalmente menores que las
variaciones del PIB en una economía. Es decir, que la ley permite establecer una relación entre dos variables macroeconómicas importantísimas: el empleo y el PIB. Es evidente que entre ambas existe una relación de signo contrario. Cuando la producción se contrae, aumenta el desempleo. Dicho de otro modo, la mayor producción en épocas expansivas obliga a la búsqueda de trabajadores adicionales que pasan, por consiguiente, del desempleo a la ocupación. Si este flujo de trabajadores prevalece sobre el de nuevos entrantes en la población activa, la consecuencia es una disminución de la tasa de paro. Por eso, la relevancia del crecimiento del PIB reside no tanto en la posibilidad de que de ese modo crezca el poder adquisitivo de los ciudadanos, cuanto en que supone el aumento de empleo.

El problema que surge al hablar de leyes económicas es que en ocasiones se suelen interpretar como enunciados causales. En este sentido, una interpretación errónea de la
ley de Okun llevaría a afirmar que cualquier incremento de la producción es consecuencia del aumento de la población empleada. Un contraejemplo ayudará a comprender la falsedad de esta afirmación. La sustitución de una máquina que realiza el trabajo de 5 hombres puede provocar el incremento de la producción, suponiendo, simultáneamente, un descenso de la utilización del factor trabajo. Lo que quiero mostrar es que el cambio tecnológico, la famosa innovación, puede dar razón suficiente de los incrementos de producción. Al igual que una mejor gestión puede mejorar la producción. En definitiva, no hay que considerar que siempre que se incrementa la producción es debido a un aumento del factor trabajo.


Ahora bien, cuando decrece el PIB es muy difícil crear empleo. De hecho, como señala el profesor
Pampillón "sólo es posible reducir la tasa de paro (proporción de parados respecto a la población activa) si la economía crece por encima de lo que puede considerarse como normal". G. Mankiw en su libro Macroeconomía lo explica de una manera que resulta muy didáctica y asequible a todas las entendederas. Incluso a las de los que no aspiramos a la inmortalidad conferida por las leyes con nombre propio.

martes, 25 de noviembre de 2008

Las dos caras de la verdad

"Hay tres cosas que no podemos esperar encontrar nunca al razonar; a saber, certeza absoluta, exactitud absoluta, universalidad absoluta" (Ch. S. Peirce, filósofo americano)

No hay nada peor para una persona insegura que la sensación de haber acometido un proyecto que juzga que le supera. Hablo con conocimiento de causa. El pensamiento, en ocasiones obsesivo, de no haber hecho justicia a un tema, a una causa o al pensamiento de alguien, por propia incapacidad, por pereza intelectual o por cualquier otra razón se convierte en una suerte de taladro que acaba horadando y, a la postre, desequilibrando al inseguro. Me confieso una ferviente apologeta de la inseguridad, o mejor, de la perplejidad (hay un matiz interesante que las diferencia) porque en el fondo aboca al sufrido indeterminado a un interrogatorio perenne acerca del propio punto de vista. En última instancia le lleva a no instalarse confortablemente en ninguna tribuna desde la que juzgar amparado en una punto de referencia inmutable e infalible. En lo que el filósofo
Hillary Putnam llamó la 'perspectiva del ojo de Dios', que, por cierto, nada tiene que ver con la religión pues Putnam es judío practicante.

Pues bien, al reflexionar sobre la entrada en la que abordaba el tema de la población y el crecimiento económico, me he dado cuenta de que las tesis enunciadas, más que defendidas, estaban ligeramente escoradas hacia un extremo. Me explico. El otro día hablé de las consecuencias negativas que algunos autores achacaban a la sobrepoblación. Ahora bien, me parece que es justo, para equilibrar de alguna forma la balanza, aludir a otros autores que defienden justamente que el crecimiento de la población constituye un estímulo muy importante para el desarrollo. Alguien podría sugerir que presentar una multiplicidad de puntos de vista no garantiza en modo alguno el alcanzar la Verdad (escrita de esta forma, con mayúscula). Ante esta crítica no me queda otra que admitir mi convicción de que la verdad se descubre en clave social. Otro día profundizaré más en esta cuestión que hunde sus raíces en un pragmatismo que nada tiene que ver con la versión adulterada que se ha querido transmitir de esta corriente filosófica.

A lo que iba. Debí mencionar a
Colin G. Clark, químico de formación,- los senderos que conducen a la economía son inescrutables-, que defendió la tesis de que el crecimiento de la población se constituía en un factor explicativo del crecimiento económico. Su teoría en torno a los límites del crecimiento demográfico se ha calificado de optimista. En su misma línea, tal vez con un optimismo más rebajado, cabría situar a otros economistas como Adam Smith y John M. Keynes, por citar dos nombres de sobra conocidos por mis alumnos.

Adam Smith explica el crecimiento de la población a través del crecimiento de la demanda. De hecho, la demanda de factor trabajo regula para este economista el número de nacimientos. Keynes sostendrá que el incremento de población áctúa como factor positivo, no sólo por el incremento de la producción sino por el incremento de la demanda que el crecimiento poblacional comporta. Pero sin lugar a dudas, es Clark quien se lleva la palma al afirmar que "el crecimiento de la población coincide con el aumento de la productividad en los sectores agrícola e industrial". También sostiene que "cuando la población crece, se producen unos estímulos al ahorro, a la inversión, al descubrimiento y a la aplicación de nuevas técnicas".

Baste esta puntualización por hoy. Aconsejo a quien desee profundizar más en la cuestión leer el interesante artículo de B. García Sanz al que se puede acceder
pinchando aquí. Servirá para ampliar horizontes y situarse en nuevas perspectivas. O tal vez, porque es necesario emprender un largo viaje para apreciar las vistas propias.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Atrapado en el tiempo

"El tiempo es la materia de la que he sido creado". Borges, Jorge Luis

El otro día inocentemente -o no tanto- pregunté a mis alumnos de 1º de Bachillerato si habían visto la fantástica película de Peter Weir titulada
El club de los poetas muertos. Lo cierto es que ya va teniendo una edad, como casi todo, por lo que no me sorprendió su respuesta negativa. Recuerdo que cuando impartía Ética en 4º de ESO, esta proyección venía a ser una especie de ceremonia iniciática en el campo de la reflexión ética. Oh, capitán, mi capitán.

Además de la excelente ambientación y la minuciosidad en todos los detalles, de la posibilidad de conocer a Wilson (Robert Sean Leonard) -sufrido amigo del inefable doctor Gregory House- en edades más juveniles, la película aborda un tema nada original en la literatura y la filosofía occidentales pero que Weir aborda de manera magistral: el tiempo. El punto de vista del director es, por otro lado, más literario que filosófico en el sentido más académico del término (quien busque en el film cualquier tipo de alusión a las formas a priori de la sensibilidad kantianas o referencias al Ser y Tiempo de Heidegger (pinche y obtendrá un regalito que he encontrado navegando) está perdiendo el tiempo, valga la redundancia).

El argumento resulta también algo manido: de hecho, pertenece al subgénero 'docente se enfrenta a nuevo empleo': un profesor de literatura llega a un tradicional y elitista colegio americano dispuesto a despertar en sus alumnos el interés por la poesía a través de métodos muy poco ortodoxos. Pero este somero resumen no hace justicia a una película que supera con creces el subgénero. Más quisiera Michelle Pfeiffer y sus Mentes Peligrosas. En mi opinión, lo realmente interesante de la película es la exquisita sensibilidad que destila por los cuatro costados: característica no demasiado frecuente en el cine que nos toca padecer.


Me atrae especialmente la perspectiva que en la película se adopta para acercarse al tópico de Horacio, el archifamoso Carpe diem. Disfruta el momento, porque el tiempo pasa inexorablemente(otro tópico, el tempus fugit). Tengo para mí que el verdadero alcance del imperativo horaciano no se comprende hasta que el tiempo realmente se ha esfumado. Por eso, la voz que aconseja aprovechar el momento es adulta, anciana incluso. Pero como refleja adecuadamente Peter Weir el verdadero peligro se oculta en la deficiente hermenéutica, esto es, cuando se asimila inadecuadamente interpretándolo de una forma errónea. No quiero revelar ninguna escena importante, porque albergo la esperanza de que algún alumno sensible se premie una tarde de invierno con la proyección de este película. Cuando lo haga, entenderá a la perfección a qué me refiero.

Pero la condición temporal no sólo afecta al ser humano, sino que, como si de un rey Midas se tratase, todo lo que toca lo convierte en transcurso, en devenir. Tanto es así que el tiempo afecta también a una de sus creaciones: el dinero. De los poetas muertos a las matemáticas financieras sin solución de continuidad. De hecho, ya en la primera clase de esta asignatura se aclara que un capital es una variable stock que se define por su cuantía y por su fecha de vencimiento. Y también se afirma lo siguiente: entre dos capitales de la misma cuantía y diferente fecha de vencimiento se ha de preferir el que tenga una fecha de vencimiento anterior. Es lo que se ha dado en llamar el principio de infravaloración de capitales futuros y que, en última instancia, confiere al tiempo la categoría de agente erosivo más demoledor de cuantos existen.



¿Por qué el tiempo desvaloriza los capitales? Lo hace por dos razones fundamentalmente. La primera, la más evidente, es la existencia de inflación. La inflación, de la que tanto se habla y que se presenta como uno de los cuatro jinetes del apocalipsis económico, es la subida general y sostenida de los precios de un país. Pues bien, este incremento de los precios ocasiona que un capital hoy tenga menos valor que dentro de tres años. La razón estriba en que con la misma cuantía nominal es posible adquirir más bienes en el presente que dentro de esos tres años. Siempre recordaré las historias de mi abuela que aseguraba que con doce pesetas, a la sazón el salario de mi abuelo, podía pasar el mes e incluso ahorrar.


La segunda razón tiene que ver con el hecho de que disponer de un capital antes supone adelantar el consumo actual o el ahorro actual. Y la ganancia del adelanto viene dada por la cantidad de bienes que es posible adquirir (frente a los bienes futuros) y por el rendimiento que se puede obtener de un capital en mano: si se abre un depósito, esa cantidad generará unos intereses. Siempre que no se guarde debajo del colchón, evidentemente. Dicho de otra forma, un vencimiento tardío presenta un coste de oportunidad innegable frente a un vencimiento presente.



Como muestra un botón. Y el botón indica que el tiempo es sin duda una variable fundamental en todos los ámbitos de la existencia humana. Tanto su mala gestión como su consumo compulsivo e irreflexivo conllevan errores a menudo fatales. O tal vez, no tanto. Como me gusta recordar, una prueba más de que la economía se nutre de lo humano. Aunque a veces se olvide. Tempus fugit, carpe diem.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Mi vida sin mí

"El juego de ponerse límites a uno mismo es uno de los placeres secretos de la vida".Chesterton

Todos aquellos que inauguran blog han de cumplir con el indispensable requisito de diseñar su propio perfil. Como si de un apartamento se tratase. La operación no deja de ser paradójica en la medida en que no somos capaces de apreciar nuestro propio perfil: para hacerlo debemos recurrir a instrumentos ajenos a nuestra persona (espejos, fotografías, grabaciones) o a la descripción de los otros. De hecho, ocurre una cosa bien curiosa y es que la propia imagen plasmada en una fotografía o la voz registrada en una grabación se nos antojan extrañas: el concepto que nos forjamos de nuestra corporalidad difiere del real (tómese con todas las precauciones del mundo este adjetivo).

Una vez más he hecho trampa. Porque el uso del término 'perfil' no es espacial, sino que alude a los rasgos caracteriológicos. Aún así. Intentar definirse a una misma es asunto complejo e inacabable. Sobre todo porque existe una larga tradición que asegura que el principal conocimiento que el ser humano ha de conquistar (el uso de este verbo no es accidental) es el de sí mismo. Ya en en el frontispicio del templo de Delfos se podía leer la inscripción "Conócete a ti mismo". Sócrates lo considerará el saber fundamental en el sentido más arquitectónico del término (llevo camino de enemistarme con todos los gremios gracias a mis ligerezas). La cuestión es que no he llegado a cumplir el imperativo socrático y la prueba evidente de ello fue la dificultad para dar con mi perfil. Al hablar de intereses podría contestar tomando prestada la sentencia de Terencio que "nada de lo humano me es ajeno", si no fuera por la falta de modestia que ello comporta.


En fin, toda este exordio para concluir en una banalidad, a saber, que uno de mis campos de interés es el medioambiente. Probablemente el dato sea irrelevante, pero por algo este es mi cuaderno de bitácora. Privilegios de autor. De mi gusto por la filosofía, la literatura, la economía e incluso el cine creo que he dado suficientes muestras a lo largo y ancho de estas entradas. Sólo me quedaba introducir la cuña medioambiental y hoy, queridos interanautas, ha llegado el momento. Me temo que el tema de hoy no va a ser para todos los públicos. Y no porque crea que de suyo no se trata de un tema interesante, sino porque su entrada en él requiere de una serie de reflexiones que quizás todo el mundo no esté dispuesto a realizar. Hoy quiero hablar del concepto de límites. Esta es una cuestión que ha sido objeto de estudio de las ciencias ambientales pero, cuyas evidentes conexiones con la ciencia económica, hacen que su oportunidad en este foro esté fuera de cualquier discusión.



Ya a finales del siglo XVIII el reverendo Thomas Malthus escribió un libro que ha sido muy citado y sospecho que poco leído. La obra en cuestión llevaba por título Ensayo sobre el crecimiento de la población. Sobre las Limitaciones del Desarrollo de la Población en las partes menos Civilizadas del Mundo y en la Antigüedad (pínchese aquí si se quiere engrosar el número de los que además de criticarlo, han leído algunos de sus textos). Grosso modo, la tesis del autor es que "la tendencia constante de toda vida a aumentar, reproduciéndose, más allá de lo que permiten los recursos disponibles para su subsistencia" supone que la población humana crece en progresión geométrica, mientras que los medios de subsistencia lo hacen en progresión aritmética. Así, llegará un punto en el que la población no encontrará recursos suficientes para su subsistencia (catástrofe maltusiana). En el fondo, además de demografía, Malthus está aludiendo a la cuestión de la capacidad de límite de la Tierra.

Antes de seguir he de reconocer mis deudas. Y la principal en esta entrada es con el profesor Ernest García, todo un clásico entre mis compañeros de la facultad de CC. Ambientales, y con la interesante exposición que hace del tema. No comparto algunos de sus presupuestos, afirmación que expresada de esta forma no dice gran cosa, pero en general me parece que el cuadro de conjunto que pergeña es sugestivo. La cuestión es que no es asunto sencillo medir la capacidad de límite de la Tierra. Los límites naturales parecen ser inherentemente indeterminados, sobre todo en una macroescala de análisis. La ecología ha abordado este problema y ha definido lo que se denomina 'capacidad de carga', esto es, la máxima población de una determinada especie que puede ser mantenida indefinidamente por un ecosistema.

Se acepta normalmente que el impacto ambiental humano es resultado del número de individuos, la cantidad de recursos consumida en promedio por cada uno de ellos y el nivel tecnológico. La influencia relativa de cada uno de estos factores suele ser objeto de controversia por lo que existe un alto grado de indeterminación. Se admite que los problemas medioambientales están relacionados con el crecimiento de la población humana de una forma indirecta y a través de varios factores intermedios de naturaleza social, tecnológica, económica y política.

El crecimiento de la población en el siglo XX ha sido muy elevado (pasando de 1600 millones a 6000 a finales de siglo), siéndolo especialmente en la segunda mitad siglo. Para 2050 se estima una población de 8000-11000 millones de personas. En contra de las ideas de Malthus, la producción de alimentos ha aumentado también extraordinariamente en ese periodo (fertilizantes sintéticos, plaguicidas, mecanización, incremento de superficie irrigada, selección de variedades de alto rendimiento...).

Es innegable que el aumento de población ocasiona una serie de problemas nada desdeñables: se incrementa la demanda, se disminuye la superficie productiva y la cantidad de agua por persona, y se produce un deterioro de los sistemas naturales por sobreexplotación o mala gestión. La cuestión acerca de hasta cuándo es posible mantener este modelo exitoso en un contexto de demanda expansiva, en una situación de falta de terreno y agua, con condiciones desfavorables como la erosión y salinización del suelo, el agotamiento y pérdida de calidad de los acuíferos y la alteración de los ciclos de nutrientes es ineludible. Por un lado, la demanda crece, y por otro, la cantidad y la calidad de los recursos disminuye.

Es aquí donde surge la controversia y donde los demógrafos y especialistas no se ponen de acuerdo. ¿Puede soportar el planeta un incremento incontrolado de la población? o bien hay que desviar el foco y centrar la cuestión en el excesivo consumo. Desde esta perspectiva la pregunta sería ¿puede soportar el planeta un incremento incontrolado del consumo? No pretendo dar una solución cerrada a una problemática que en absoluto lo está. Sólo pretendo exponer algunas teorías al respecto.

Quiero exponer la opinión experta del geógrafo canadiense Vasclav Smil cuyas tesis son de lo más equilibrado que, en mi impresión, hoy se encuentra en el mercado. Este autor sostiene que una combinación adecuada de medidas económicas y técnicas contrastadas, medidas de protección medioambiental y ajustes de la dieta pueden proporcionar nutrición adecuada para las generaciones futuras sin pagar el coste de dañar irreparablemente los sistemas naturales. Smil analiza la disponibilidad de tierra, agua y nutrientes y la mejora de sus condiciones de gestión y aprovechamiento; el aumento de la biodiversidad agrícola; la reducción de las necesidades energéticas y proteínicas de los seres humanos y la reducción del consumo de carne a animales cuyo mantenimiento no interfiera con la producción agrícola o de la acuicultura. Es una visión alentadora en sus propósitos, y maltusiana por la dependencia de los límites naturales. Sin embargo, su puesta en práctica comporta variaciones en diversos ámbitos, lo que plantea numerosas incógnitas sobre los ajustes institucionales, los cambios culturales, la coordinación de las políticas y los márgenes de flexibilidad para corregir errores.

Hay más voces y análisis posibles. Sea como sea, lo que parece claro es que la capacidad de carga del planeta es limitada. Todos los seres humanos tenemos el mismo derecho a habitar este planeta y todos tenemos el deber de moderar el consumo. De ahí, la urgencia de una ética de la responsabilidad. De nuevo, cuestión de equilibrio.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Europa, Europa

"A veces estamos demasiado dispuestos a creer que el presente es el único estado posible de las cosas". (M. Proust)


De vez en cuando es inevitable e incluso conveniente abandonarse a la nostalgia. Echo la vista atrás y me acuerdo de un día como hoy justo hace un año. Por eso, hoy, queridos alumnos actuales, me vais a permitir que traiga a este cuaderno de bitácora a los compañeros que os precedieron y que, sin duda, me ayudaron a mejorar. Una clase muy especial la de Clara, Eider, Eneko, Iñaki, Íñigo, Javier, Lorea y Miriam (en orden alfabético).


Y los recuerdo hoy precisamente porque se cumple un año de nuestra estancia en el Parlamento Europeo de Estrasburgo. Quizás sea necesario hacer un poco de historia. A finales del curso 2006-2007 un grupo de alumnos, comandados por mis compañeros de departamento Daniel Sánchez y Sagrario Ripa, participaron en el concurso Euroscola, organizado por la oficina del Parlamento Europeo en España, y, lo que es mejor, ganaron. El premio consistía en un viaje para 30 personas a la sede del Parlamento. Tuve la enorme suerte de acompañar al grupo y de conocer in situ uno de los lugares donde se cuecen muchos de los destinos de los ciudadanos de la Unión Europea.
Además de lo que personalmente supuso el viaje, fue emocionante asistir a un pleno escolar en el que estaban presentes estudiantes (y sus correspondientes profesores) de casi todos los países de la Unión. Sentarse en el escaño 734 también tuvo su aquel. Pero, lo sustancial fue constatar que la idea de una Europa unida, presente desde sus incipientes primeros pasos, deviene factible cuando se participa en un pleno, aunque sea escolar. Cuando se escriben enunciados como el que sigue se roza el tópico, pero aún así, creo que es más lo que nos une que lo que nos separa. A mayor gloria de la frase hecha.

Por último, y con el permiso de Clara y Lorea, más que dignas representantes de nuestro colegio en la tribuna del Parlamento, os presento unas imágenes que hay que acompañar obligatoriamente con la siguiente música. Gracias por esta oportunidad.

jueves, 20 de noviembre de 2008

El último caballero

"Todo lo que el hombre planea y ejecuta implica incertidumbre" (F. H. Knight)

Las prisas no son buenas consejeras. Y debo reconocer que ayer en mi torpe aproximación al concepto de 'riesgo' pequé de poco sutil. Intenté atajar, olvidando la máxima platónica de que el camino del conocimiento suele ser escarpado. De nuevo, los detalles. En mi descargo debo decir que el objeto fundamental de la entrada era hacer un bosquejo del concepto del punto muerto o umbral de rentabilidad. Sin embargo, es necesario ser más cuidadosa. Me aplicaré el cuento.

El error fundamental fue pasar por alto las reflexiones de un teórico que ha pasado a ser considerado una referencia fundamental cuando se aborda la cuestión del riesgo empresarial. Estoy refiriéndome evidentemente, mis alumnos de 2º de Bachillerato lo habrán adivinado ya, a
Frank H. Knight. Sin duda, él ha hilado mucha más fino que yo. Tomé como sinónimos dos conceptos, el de riesgo y el de incertidumbre, que precisan ser matizados. Sirvan estas líneas para desfacer el entuerto.


Las ideas que aquí van a aparecer deben mucho a la lectura de un artículo que en su día me hizo comprender los presupuestos filósoficos de la teoría del riesgo. El estudio en cuestión se titula "Frank Hyneman Knight : le risque comme critique de l’économie politique" y está disponible pinchando
aquí (en francés). Probablemente su discusión supere los objetivos de este foro, pero es de rigor dejar pistas para quienes quieran indagar en los cimientos del sistema. Los autores del estudio defienden que tras la distinción riesgo/incertidumbre comparece una teoría del conocimiento muy concreta que es imprescindible desentrañar en aras de una correcta comprensión de la distinción knightiana.

Knight introduce la incómoda incertidumbre en el universo inteligible y predecible de la teoría económica clásica. El homo oeconomicus clásico poseía un conocimiento perfecto del futuro. Esta precisión sólo podría admitirse en una situación de competencia perfecta y puramente estática. Ahora bien, el mundo real dista bastante de ser predecible: la incertidumbre campa por sus respetos en un entorno esencialmente dinámico, cuando no turbulento. De aquí,"la necesidad de pasar al estudio de la competencia imperfecta, de la dinámica, y por lo tanto del papel de ese personaje central que es el empresario". Knight trataba de superar la tradición clásica.

De hecho, afirmó que "los antiguos economistas ingleses [los clásicos] empleaban el término beneficio (profit) para designar la renta del propietario de un negocio, que era considerado esencialmente como un inversor". En realidad para los clásicos, la figura realmente relevante es la del capitalista y no la del empresario.

Knight sostuvo que el mundo es variable y lleno de incertidumbre y en él, los agentes conocen "únicamente algo que se refiere al futuro, mientras que los problemas de la vida, o de la conducta al menos, surgen del hecho de que conocemos muy poco". Por ello, las personas, dentro de su experiencia, no reaccionan al estímulo pasado sino ante la expectativa del futuro.



La incertidumbre deviene por tanto el elemento esencial de la actividad del empresario. Por 'incertidumbre' se entiende la incapacidad de alcanzar un conocimiento cierto de las consecuencias que se van a derivar de la actuación empresarial. ¿Existe alguna forma de luchar contra la incertidumbre? ¿No es precisamente la ciencia la encargada de establecer causas y efectos entre los fenómenos con el fin precisamente de erradicarla o reducirla? Evidentemente la incertidumbre admite grados en función de la información y el grado de conocimiento que el empresario posea de la economía y sus agentes. Por eso, cabría hablar de dos tipos de incertidumbre, a saber, aquella susceptible de ser transformada en la probabilidad de que ocurra un determinado suceso y una incertidumbre que no puede ser domeñada en la medida en que no es factible conocer ni siquiera su probabilidad. Es incognoscible.


Aquí precisamente reside el matiz importante: el riesgo tiene que ver con la incertidumbre a la que cabe asociar una determinada probabilidad y por tanto, es susceptible de ser asegurado. El riesgo no es un salto al vacío, a modo de salto de fe kierkegaardiano, sino la medida de la incertidumbre imperante en el sistema económico. Precisamente, la existencia del riesgo es la justificación última del beneficio del empresario, en la medida en que asumirlo implica actuar de garante de las rentas de los factores de producción: adelanta las remuneraciones del trabajo y del capital. El empresario es en este sentido el que transforma una situación de incertidumbre en una situación de riesgo.

En un mundo en el que todo está asegurado, en el que no hay incertidumbre, la figura del empresario, del emprendedor no tiene ninguna razón de ser. De ahí, que haciendo honor a su nombre, me atrevería a decir que Knight convendría conmigo en que el empresario es una especie de caballero. Quijotesco, tal vez.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Los pájaros


"El éxito es aprender a ir de fracaso en fracaso sin desesperarse". Winston Churchill (1874-1965) Político británico.


Más vale pájaro en mano que ciento volando, reza un refrán. Lo llaman sabiduría popular, sentido común, incluso. Y sin embargo, un rápido vistazo a nuestra forma habitual de proceder refuta esas máximas que con tanta ligereza se repiten. En el fondo, la querencia por el riesgo forma parte, que los biólogos me perdonen, de nuestro código genético. El pájaro doméstico que come de nuestra mano lleva todas las de perder frente a las bandadas que, a pesar de escudriñarse con dificultad, se intuyen cuajadas de ilusionantes posibilidades.

Si el riesgo es consustancial a la naturaleza humana (concepto éste muy discutido) es algo que no se va a dirimir en estas líneas. Lo que sí puedo asegurar es que la aventura empresarial comporta ineludibles riesgos. El primero y fundamental reside en que el beneficio futuro tiene como condición de posibilidad el coste presente. Es el precio que hay que pagar por el más o menos incierto rendimiento. Bien es cierto, que el cabe hacer predicciones acerca del futuro tomando como referencia estudios de mercado, expectativas económicas, análisis del entorno, etc. Aunque cualquier economista me acusaría de métodos poco ortodoxos de entrar en materia, he de decir que éste ha sido, precisamente, el tema de la clase de economía de primero de Bachillerato de hoy. Costes, ingresos y beneficios.

No hay que concebir la asunción de riesgos empresariales como un caso particular de un general masoquismo. No se arriesga por el placer de arriesgar; al menos desde el punto de vista estrictamente económico. Lo que mueve al empresario a exponerse es la percepción de que es altamente probable (no sólo posible) obtener ganancias. Por eso, como apuntaba en mi clase de hoy, quien se expone normalmente mide. Se le llama análisis coste beneficio. De ahí que, en este contexto, cobre sentido el concepto de 'punto muerto' o 'umbral de rentabilidad'.

El término 'umbral' viene definido en el diccionario de la RAE como 'paso primero y principal o entrada de cualquier cosa' y la rentabilidad es la relación que existe entre lo arriesgado (esto es, lo aportado) y los beneficios obtenidos. Por consiguiente es un concepto relativo. Como los buenos sastres, he de ser capaz de unir estos dos retales en una única pieza sin que se noten las costuras: 'umbral de rentabilidad' es la cantidad de un determinado producto que se ha de vender o producir para que el negocio o empresa empiece a ser rentable. Evidentemente, ésta no es una definición de manual. Pero creo que sirve. Al menos como primera aproximación.

Es necesario seguir. Para producir o para prestar un servicio es necesaria la utilización de ciertos factores de producción. Esos factores de producción tienen un valor de mercado, es decir, un precio. Pues bien, se entiende por 'coste' el valor de los factores de producción utilizados para conseguir el producto. En el corto plazo se distinguen fundamentalmente dos tipos de costes: los costes fijos y los costes variables. Los primeros son aquellos que se generancon independencia del volumen de producción. Por contra, los segundos dependen directamente del volumen de producción. Cuanto más se produce, más costes variables se generan. Si yo deseo abrir la peluquería de mis sueños juveniles de tupé, laca y gomina, he de arrendar un local, pagar unos impuestos, adquirir unos materiales, mobiliario, etc. Todo ello conllevará unos costes independientemente de que mi peluquería sea un éxito de público y audiencia o no lo sea. Son mis costes fijos. Sin embargo, cuando comience con mi actividad y mis primeros clientes experimenten en propia cabellera qué es lo que puedo llegar a hacer con ellos, se ocasionarán otros costes. Gastaré champú, electricidad, agua: en mayor o menor cantidad según el número de clientes. Mis costes variables.

En relación con los ingresos, otro elemento básico, hay que señalar que hacen referencia a la cantidad monetaria que la empresa obtiene por la venta de sus bienes y servicios.

Parece evidente que aunque no acuda ningún cliente a la peluquería yo he arriesgado: he de pagar una serie de factores de producción cuyos costes habrán de ir absorbiendo los clientes que acudan a la peluquería. Si yo fijo un precio único por servicio alcanzaré mi umbral de rentabilidad cuando los ingresos totales igualen a los costes totales (fijos y variables). Es decir, el umbral de rentabilidad es el número de cortes de pelo que he de realizar para poder sufragar todos los costes fijos y variables generados hasta ese momento. En ese caso, no obtendré beneficios, pero tampoco tendré pérdidas. Si el número de servicios que realizo es inferior al del umbral, perderé dinero. Mi apuesta habrá sido errada. Por el contrario, si supero el umbral, ganaré dinero.

La importancia de calcular el umbral de rentabilidad es evidente: quien lanza al mercado una idea hace siempre una estimación de qué volumen de productos tiene que vender para cubrir costes. El más elemental principio de prudencia así lo exige. Como he dicho antes, el riesgo no es totalmente ciego.

He hablado del volumen de ventas necesario para comenzar a obtener beneficios. Queda pendiente el análisis de cuál es el volumen de ventas necesario para maximizar beneficios, idea que merece un estudio más detallado. Lo dejaré para otro día. Más vale pájaro en mano que ciento volando.

martes, 18 de noviembre de 2008

Rebeldes con causa

"Es decir, que es posible salir a la luz del sol desde la cueva ‑‑en otro caso, los encadenados estarían condenados a cautividad perpetua‑, pero para ello hay que recorrer un largo y escarpado camino; cosa natural, pues si la entrada de la caverna estuviera cercana al fuego, la luz del sol que por ella penetrase haría inútil el empleo de la hoguera como medio de proyección"
(Platón, La República)

Las musas no siempre comparecen cuando son invocadas. Haciendo balance de este mes que llevamos juntos, vosotros y yo, queridos alumnos e internautas, compruebo que nunca me ha faltado tema de conversación. Interpreto que es un buen indicio de que nuestras relaciones tienen posibilidades: el silencio, aunque necesario en ocasiones, nunca ha resultado un síntoma de buena salud en este campo. En ese sentido, compruebo que cada día sois más los que os decidís a hablar en este foro, lo cual hace que piense que este proyecto de vida económica en común tiene visos de futuro. Sólo nos falta reír juntos. Todo el mundo sabe que el humor es un ingrediente esencial. Por eso, pido a las musas que se apiaden de mí y me concedan el don de contar de forma sugestiva lo que de suyo, no nos engañemos, es de difícil digestión. Hablar de los impuestos, de la constelación de conceptos a ellos asociados, y, sin perder el tempo que suscita la amenidad resulta ciertamente complicado.

Efectivamente, hoy toca, de nuevo, dar un repaso a los conceptos impositivos básicos. Como he señalado en más de una ocasión, porque nosotros lo valemos. Si se ha de satisfacer una deuda con el fisco, es necesario que se entienda, aun de forma sucinta, cuál es la terminología que se está utilizando. El resultado probablemente será el mismo,- la dolorosa satisfacción de nuestras deudas-, pero, al menos, siempre nos quedará, además de París, el consuelo de pagar con conocimiento de causa. O el derecho a la pataleta o la reclamación o simplemente el derecho (o el deber) a saber. Rebeldes, pero con causa.

En otra entrada hablaba de los sujetos tributarios. En esta ocasión, lo haré de una serie de conceptos que comparecen frecuentemente en la terminología tributaria.

Comenzaré con el concepto de 'hecho imponible' la Ley General Tributaria (art. 28 y 29) lo ddfine como "el presupueto de naturaleza jurídica y/o económica fijado por la ley para configurar cada tributo y cuya realización origina el nacimiento de la obligación tributaria ante la Hacienda Pública y a cargo del sujeto pasivo". Por ejemplo, la obtención de renta de un individuo a través de su trabajo (entre otras fuentes de renta) es el hecho imponible del Impuesto de la Renta de las Personas Físicas. Si no se produjese esa circunstancia, no nacería la obligación tributaria. Si alguien desea profundizar más en este asunto, le recomiendo que pinche aquí.

Otros conceptos que se manejan en el léxico tributario son los de 'base imponible' y 'base liquidable'. El primero (arts. 47 al 53 de la LGT) hace referencia a la magnitud que sirve para cuantificar el hecho imponible. Es decir, "traduce" el hecho imponible a cantidades monetarias. El segundo es el resultado de restar a la base imponible las cantidades que la ley permite en cada caso. La normativa permite realizar en la mayor parte de los impuestos una serie de deducciones establecidas por la ley propia de cada tributo. Siguiendo con el ejemplo apuntado anteriormente, en el IRPF se contempla la posibilidad de deducción en la base imponible por inversión en vivienda habitual, por la compra de un piso.

El tipo de gravamen(art. 54 LGT) es el tanto por ciento o porcentaje que se aplica sobre la base liquidable, o en caso de no existir deducciones, sobre la imponible, resultando de esa forma la cuota tributaria. Al respecto hay que distinguir el tipo de gravamen proporcional, cuando el porcentaje aplicado es el mismo sea cual sea el valor de la base liquidable, ( El Impuesto sobre Sociedades y el IVA están afectos a este tipo de gravamen) y el tipo de gravamen progresivo, cuando el porcentaje aplicado aumenta según una escala en función de los aumentos de la base liquidable. El IRPF constituye el ejemplo por antonomasia, puesto que el tipo de gravamen es creciente conforme crece la renta. Tiene una función redistributiva.

Este era el destino del trayecto: el concepto de 'redistribución', concepto de solera económica y que será objeto de análisis en otra tarde ociosa. El problema, querido lector, es que, como señalaba Platón, el camino de la educación es escarpado y es necesario comprender muchos conceptos arduos y aburridos para llegar a la episteme. No podemos llegar a la redistribución y progresividad a través de atajos: es necesario acceder por rutas nada cómodas. ¿Quién dijo que fuera fácil?

lunes, 17 de noviembre de 2008

Sentido y sensibilidad

"El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona" (F. Hölderlin, un grande, sin duda)

Mientras escribo esta entrada suena la emocionante Sonata K466 de Scarlatti; una banda sonora que ayuda a situar a cada uno en su sitio: la belleza que nunca seré capaz de crear me recuerda mi condición mendicante. De nuevo, Hölderlin. Sólo queda disfrutar las migajas de los otros. Sin embargo, esta melodía, y otras muchas, devuelven al más escéptico la fe en el ser humano y encarnan lo que es capaz de lograr. De alguna manera, logran borrar algunas de las líneas de la historia universal de la infamia. El vacío concepto de desarrollo se llena y adquiere sentido en una sonata. Lo que se puede llegar a crear, la condición divina.

Verdaderamente, hay términos, sintagmas, consignas o lemas que por diversos azares y necesidades prenden en el público de tal manera que logran ocultar incluso el impulso original que los alumbró, pasando a integrar el Olimpo de las ideas comodín. El coste de oportunidad es su opacidad. Al final acaban sirviendo para todo y para todos. Además de la jeringa del hospital de nuestros abuelos no conozco ninguna otra realidad que comparta ese carácter multifuncional.


El concepto de 'desarrollo' suscita sin duda la aprobación universal. Quien se niega al desarrollo es un involucionista, un retrógrado o un conservador de la peor especie. Ocurre algo semejante con la idea de progreso, elaborada en las cocinas de la Ilustración. El problema estriba en conocer con exactitud qué es lo que se quiere decir cuando se utilizan ambos términos.


Partiré de la consulta de la voz 'desarrollo' en el diccionario de la RAE. Además de otras dos acepciones que no vienen al caso, la Real Academia atribuye un significado económico al término de tal forma que desarrollo es "la evolución progresiva de una economía hacia mejores niveles de vida". Pero esta búsqueda todavía complica más el status quaestionis en la medida en que requiere una ulterior explicitación del propio concepto de 'nivel de vida'. ¿Qué es el nivel de vida? ¿La capacidad de consumo determinada por la renta? Entonces, vida y consumo ¿son sinónimos? Obviamente, la pregunta tiene trampa en la medida en que sé que la respuesta va a ser negativa.



Por otro lado, la definición de la RAE plantea otra dificultad que no considero menor. ¿Cómo se miden esos "mejores niveles de vida"? Los instrumentos que sirven para establecer esas mediciones reciben el nombre de indicadores. Tradicionalmente se han venido utilizando indicadores como el PIB (del que hablaré conforme avance el curso), el PNB o la Renta Nacional. Pero esos indicadores plantean el problema desde una óptica exclusivamente economicista o exclusivamente cuantitativa. Por eso, proponen la utilización de otros indicadores como el IDH, índice de desarrollo humano, que incluye en su medición la esperanza de vida, el índice de alfabetización y el poder adquisitivo de la renta media. El IDH fue propuesto como índice alternativo en el programa de desarrollo de las Naciones Unidas.

Hay un libro en el mercado titulado Introducción a la economía, en el que a través de una larga entrevista a J.K. Galbraith (viejo conocido de los alumnos de 2º de Bachillerato), N. Salinger trae a colación cuestiones como la validez de los instrumentos tradicionales de medida macroeconómicos para dar cuenta de conceptos como el nivel de vida. La tesis de Galbraith es de una sencillez y un sentido común aplastantes: hay muchas cosas no cuantificables que proporcionan una satisfacción mucho mayor que lo que puede ser medido.

Por lo tanto, el nudo gordiano presenta dos cabos: el primero tiene que ver con lo que puede o no puede ser medido, es decir, la validez de los instrumentos de medida y el segundo guarda relación con la precisión de los instrumentos de medida para dar cuenta de aquello que se supone están midiendo, esto es, su fiabilidad en tanto que instrumentos.

Difícil y no cerrada cuestión. Sobre todo porque el desarrollo económico se suele asimilar con el crecimiento económico y ahí ineludiblemente hay que estar dispuesto a introducirse en terreno pantanoso. Baste hoy apuntar que el crecimiento económico está inserto en el propio código genético de la economía. Los primeros economistas no ahorraron esfuerzos a la hora de procurar con sus teorías un incremento de la riqueza. Como señala J. R. Cuadrado Roura, "la revolución burguesa que daría paso al nacimiento del sistema capitalista fue conformando una nueva ideología, sustentada en la bondad del comportamiento egoísta individual como motor de un sistema económico que precisa crecer de manera constante, para así aumentar el bienestar material de la colectividad". La mayoría de los economistas estarían de acuerdo en aceptar que el crecimiento económico consiste en la expansión del PIB potencial de una zona geográfica determinada (región, país o conjunto de países). Dicho de otra forma, crecer es aumentar la frontera de posibilidades de producción (FPP) de un país.

Este concepto está no sé si en las antípodas, pero sí muy alejado de lo que hoy se concibe como desarrollismo. También, cuando se distingue entre países subdesarrollados o en vías de desarrollo, el significado manejado es diferente. Desarrollo humano, desarrollo rural, desarrollo sostenible comparten sin duda un aire de familia. Pero incluso entre hermanos las relaciones pueden ser conflictivas. O tal vez he pasado por alto los adjetivos que los convierten en sintagma. La importancia de tener un buen apellido.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Atando cabos


"Si escuchas a ambas partes, se hará en ti la luz; si escuchas a una sola, permanecerás en las tinieblas" (Proverbio chino)


Corren tiempos en los que está mal considerado pronunciarse acerca de cualquier cosa. La suspensión de todo juicio, y no precisamente como precaución metódica, ha devenido el salvoconducto que abre las fronteras del país de lo políticamente correcto. Pero nos balanceamos en nuestras contradicciones. Propongo una sencilla prueba. Introduzca en su buscador favorito el siguiente sintagma: "las diez mejores" y juzgue (si su credo se lo permite) por sí mismo. Es imposible sustraerse a la valoración.

Arrimaré el ascua a mi sardina. Sé que nadie me lo ha pedido, pero si tuviera que establecer un concepto fundamental para entender las relaciones económicas, aun en su versión más simple, me decantaría por el de 'reciprocidad'. Una de las razones para justificar mi preferencia residiría en el hecho de que permite constatar hasta qué punto, más allá de la complejidad con la que se pinta todo lo económico, la economía está inserta en la propia condición humana. Habrá quien discuta que exista algo así como la 'condición humana', pero, aunque seductor, no es ése el debate de hoy. No quiero dejarme transportar por cantos de sirenas a terrenos ciertamente movedizos.

Por otro lado, mi idea no deja de ser una obviedad. Si todas las relaciones humanas se basan en la reciprocidad y todas las relaciones económicas son relaciones humanas, entonces todas las relaciones económicas se basan en la reciprocidad. Silogismo habemus. De la primera figura. Barbara, en concreto. La cuestión, as always, reside en la aceptación de las premisas, pero esa sin duda no es una cuestión de lógica.



Vuelvo a la reciprocidad. El otro día hablaba de la demanda. No cabe entender, sin embargo la demanda sin su recíproca, la oferta. La condición de posibilidad de la demanda es que exista una oferta que la satisfaga. De hecho, se asegura que los esfuerzos de marketing se encaminan a, de alguna forma, estimular la demanda. Correcto, pero no hay que perder de vista la idea de que quienes realizan estos esfuerzos son los oferentes.



Quienes pacientemente leen este cuaderno de bitácora tendrán claro que una de mis manías es el gusto por la definición. Por eso, comenzaré señalando qué es la oferta individual. Se suele utilizar una explicación semejante a ésta: la cantidad ofertada de un bien X es la cantidad que de dicho bien que se estaría dispuesto a vender si concurrieran determinadas condiciones.



Al igual que la demanda de un bien, la oferta de un bien depende de un conjunto de variables. La primera de ellas es el precio. Si el precio de un bien aumenta, también lo hará la cantidad ofrecida. La razón es que aumentan las expectativas de obtener beneficios y por eso, entrarán en el mercado nuevas empresas "al olor del beneficio", lo que supone más cantidad de producto para la venta. A mayor precio, mayor oferta. Es lo que se conoce como "ley de la oferta".

No acaban aquí las influencias. De la misma forma que ocurría con la demanda, sucede que el precio de los demás bienes también influye en la oferta de la empresa. Sin no se pierde de vista que las empresas acuden allá donde intuyen que pueden maximizar sus beneficios, se entenderá que un aumento de los precios de los otros bienes, causa que su elaboración o prestación resulte más atractiva para la empresa. Evidentemente esta producción de otros bienes, hará que disminuya la oferta del bien objeto de estudio. Un ejemplo tal vez ayude a entender lo que quiero decir. Supongamos que la peluquera de la entrada anterior además de peinar, se dedica a labores de limpieza de cutis. Si el precio de las limpiezas de cutis experimenta una subida del 20% permaneciendo constante el caché de los cortes de pelo y (del peinado y marcado), está claro que decidirá centrar sus esfuerzos en limpiar los cutis ajenos, primándolos sobre los tradicionales peinado y marcado.

Esto no es todo. Los avances tecnológicos, a los que he dedicado alguna entrada en este foro, permiten conseguir una mayor cantidad de producto con un coste menor. En ocasiones incluso con mayor calidad. Vuelvo a la misma lógica: en la medida en que dismuyen los costes, aumentan los beneficios, con lo que las empresan tenderán a producir los bienes que les permitan un mayor ahorro en costes. El desarrollo tecnológico, a la postre, incrementa la oferta. El ejemplo que se suele utilizar para explicar esta cuestión es el de los equipos informáticos. Recuerdo que mi primer ordenador (llamado Murdock) me costó 300.000 pesetas. Desconozco qué número de ordenadores se pusieron a la venta aquel año, pero intuyo que no demasiadas. El último, desde el que escribo, me costó 400 euros. En el comercio en el que lo adquirí había cientos de unidades en stock. Es obvio que la oferta ha aumentado, porque producir un ordenador es más barato.

Otra variable influyente es el precio de los factores de producción. La cantidad ofrecida de un bien depende del precio de los factores (tierra, trabajo y capital) utilizados en su producción. Si aumenta el precio de un factor de producción necesario para la fabricación de un bien que necesite gran cantidad de ese factor, las empresas centrarán sus esfuerzos en otro tipo de bienes que necesiten para su elaboración menor cantidad del factor cuyo precio se ha incrementado.

Y finalmente, los objetivos y las expectativas de las empresas influyen también en la oferta. Los objetivos empresariales son de distinta naturaleza y por eso tienen diferente influencia en la empresa. Vuelvo al manido objetivo de la maximización del beneficio: su consecución puede provocar un aumento o una disminución de la oferta, dependiendo del coste y el ingreso marginal de cada producto elaborado. Ahora bien, existen otros objetivos. Tanto es así que, en ocasiones, las empresas pueden renunciar a este objetivo por vender más un producto con el fin de acaparar más cuota de mercado. Pensemos en dos productos A y B. Aunque el A pueda proporcionar temporalmente un mayor beneficio, una empresa puede incrementar la producción de B para mejorar su posición de mercado. .

Sólo queda pensar en las expectativas empresariales. Si el futuro se ve con optimismo es muy probable que los empresarios produzcan y oferten más y a la inversa. A las pruebas me remito: en las crisis se multiplican los expedientes de regulación de empleo que son la dolorosa traducción del descenso de la producción. De todas formas, creo que las expectativas se han ganado por mérito propio una entrada con protagonismo en exclusividad en este cuaderno de bitácora. Se me acumula el trabajo.



sábado, 15 de noviembre de 2008

Retorno a Bretton Woods

"Hermógenes, hijo de Hipónico, dice un antiguo proverbio que es difícil saber cómo es lo bello. Y, desde luego, el conocimiento de los nombres no resulta insignificante" Platón, Cratilo.

Oscar Wilde dedicó una de sus obras a resaltar la importancia de un nombre. Ciertos toponímicos convierten a sus referentes en especialmente aptos para albergar la Historia. Poseen la cualidad de trascender la propia localización. Incluso aunque su existencia sea puramente literaria. O, tal vez, por eso. Sin entrar en el debate suscitado en el Cratilo de Platón acerca de si los nombres permiten conocer la verdadera esencia de la realidad, hay que reconocer que ciertas fonéticas predisponen.


Desde Arcadia hasta Brideshead, hermoso y decadente lugar en el que es imposible no imaginar a un joven y seductor Jeremy Irons y a un espléndido y en la pantalla agonizante Lawrence Olivier. No he visto la nueva versión cinematográfica de la obra, porque soy de las que prefieren no contaminar ciertas imágenes. Del argumento no puedo aportar nada que no resulte excesivamente tópico: Evelyn Waugh, su autor, retrató en su novela la historia de un joven que irrumpe en el seno de una familia de la aristocracia inglesa de principios del siglo XX. Pese a que esta descripción pueda hacer pensar que el libro es una simple pintura costumbrista, lo cierto es el que el libro intentar ir más allá del mero retrato de una clase social o incluso de una época. Lo que se suele pasar por alto es su sorprendente desenlace, que encuentra sus claves interpretativas en la condición de escritor católico de Waugh.



No quiero perder el hilo de un discurso que comenzó hablando de nombres. Siempre he sentido especial querencia por los lugares de nombre compuesto. Falcon Crest (retrato de grupo con malvada señora de forndo), Mulholland Drive, Batton Rouge y cómo no, Bretton Woods constituyen un buen ejemplo de espacios que se han ganado, por derecho y fonética propios, un lugar en mi peculiar mapa del mundo.


Estas semanas ha vuelto a escucharse con fuerza el nombre de Bretton Woods, a la sazón complejo hotelero situado en New Hampshire (EEUU), donde tuvo lugar la famosa conferencia cuyos productos más refinados o más groseros (táchese lo que no proceda) han sido el vilipendiado Sistema Monetario Internacional y el Banco Mundial.


De estos polvos nacieron estos barros. A grandes males grandes remedios. No se trata de hacer un repaso exhaustivo del refranero. Simplemente quiero constatar que ante las grandes crisis no queda más remedio que agachar la cabeza e intentar buscar soluciones cooperativas. Los periódicos llenan sus páginas con la cumbre de Washington. Al margen de las polémicas eminentemente locales, la grandeur ha permitido que nuestro presidente esté presente en el cónclave del G-20, la importancia del encuentro reside en el esfuerzo común por poner freno a un capitalismo especulativo y crear mecanismos de regulación financiera con el fin de contribuir a la estabilidad macroeconómica y a ayudar a los países pobres a conseguir un verdadero desarrollo. He ahí, precisamente la cuestión. En cualquier caso, no es mi intención centrarme en esta cumbre. Entre otras razones porque considero que es mejor y más útil analizar su desarrollo y conclusiones a toro pasado y no hacer economía ficción. Hoy los tiros se dirigen a Bretton Woods.


Es fundamental entender las coordenadas espacio temporales que posibilitaron la celebración de la conferencia de Bretton Woods. En primer lugar, hay que afirmar que fue auspiciada por el gobierno de los EEUU que deseaba un mundo económico postbélico caracterizado por mercados abiertos, estabilidad de los tipos de cambio, facilidad para los movimientos de capital , cooperación internacional para lograr altos niveles de empleo, etc. Las tesis liberalizadoras de este país triunfaron frente a las propuestas de Keynes, que sugerían la creación de un banco mundial que canalizase los excedentes de los países ricos hacia los más pobres, estimulando de esa manera la demanda. En Bretton Woods la apuesta fue clara: una visión liberal de la economía internacional, una política de tipos de cambio fijos y soslayaba las dificultades para compatibilizar algunos de esos objetivos.


En 1944, Estados Unidos era el único país industrializado que estaba resultando indemne en la Segunda Guerra Mundial. Europa y Japón terminaron la contienda con el triste balance de millones de pérdidas humanas y economías desmanteladas. Por su parte, Asia estaba intentando ganar la batalla al colonialismo, mientras que África todavía pasaba por ser el paraíso colonial. Ni que decir tiene, que, además de los objetivos de los EEUU, la reconstrucción y el desarrollo de los 44 países que acudieron a Bretton Woods fue un objetivo fundamental Los acuerdos que se firmaron dieron de facto la vida al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial .



El Fondo Monetario Internacional fue creado para amortiguar el impacto de las crisis económicas a través de las concesiones de crédito a los países en apuros a cambio de medidas estructurales de corte liberalizador, los llamados planes de estabilización. Descansaría sobre un sistema de cambios fijos basado en última instancia en la estabilidad del dolar. Recibió el nombre de 'fondo' porque todos los países debían contribuir con una suerte de cuotas que tenían como fin evitar las fluctuaciones monetarias. Si un país sufría un problema estructural, en lugar de, pongamos por caso, devaluar su moneda acudía al fondo y recibía un crédito que evitaba dicha devaluación. El sistema presuponía la existencia de una suerte de armonía de intereses entre todos los países, así como la posibilidad de maximizar la renta mundial mediante la liberalización de los flujos de comercio y pagos y la rápida convertibilidad de las monedas, al margen de las políticas seguidas por los países.



También en Bretton Woods vio la luz el BIRF (Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento) que fue la primera institución que conformó el llamado Banco Mundial. Porque lo que mucha gente desconoce es que el Banco Mundial está constituido por cinco instituciones. Como su propio nombre indica, la Reconstrucción iba dirigida a los países asolados durante la Segunda Guerra Mundial, no a los países que hoy llamamos subdesarrollados . El precipitado más conocido de esos esfuerzos desarrollistas fue el famoso Plan Marshall que, como Berlanga magistralmente mostró, -fantástico Pepe Isbert-, nunca llegó a España. Pese al "Americanos, os recibimos con alegría".

Hoy en día, el BIRF financia proyectos de diferentes tipos: de infraestructura, agrícolas energéticos, educativos y , en general, todos los que se considera que ayudan al desarrollo o a la lucha contra la pobreza de los países miembros. Los recursos del Banco proceden en su mayoría de los mercados de capital internacionales. Sus préstamos presentan la única ventaja de la alta calificación del Banco frente a los prestamistas, lo que les hace conseguir condiciones más ventajosas, pero no inferiores tipos de interés.



Contada así la historia no se entienden las críticas, cuando no rechazos frontales, que ha podido suscitar el Banco Mundial. Sin embargo, detrás de sus luces se esconden muchas sombras como han señalado economistas de la talla de Stiglitz, quien conoce a fondo ambos organismos. No voy a enunciar todas las críticas posibles. Recomiendo para los interesados pinchar aquí. Lo que sí deseo es plantear un debate que me parece que está implícito tras las acusaciones a estos organismos. El propio concepto de 'desarrollo'. Nuevamente la imprecisión lingüística puede ser un instrumento de doble filo. Nadie en su sano juicio está en contra del desarrollo, prueba de que el término ha perdido su significado original y ha pasado a integrar el elenco de las palabras comodín. Su ambigüedad lo convierte en útil para un roto y para un descosido. Desarrollo humano. Desarrollo sostenible. Desarrollo integral. Por eso he utilizado anteriormente el "contada así la historia". El lenguaje no es neutral, ni es inocente. De ahí que nuevamente sea imperativo el análisis de la terminología utilizada en aras de la precisión y el rigor. La importancia de un nombre.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Orgullo y prejuicio

"Es absolutamente imposible encarar problema humano alguno con una mente carente de prejuicios". Simone de Beauvoir

Prohibido prohibir. Con toda seguridad se erige como una de las consignas que tuvieron mayor fortuna en aquel mitificado mayo del 68. Tranquilos. No emprenderé en estas páginas mi peculiar búsqueda del tiempo perdido. Entre otras cosas porque, además de no ser Marcel Proust, -más quisiera yo-, en aquellas fechas, me encontraba en el limbo de los nonatos. De los que pueden ser y no son aún. Quiero únicamente fijar mi atención en una frase que de suyo es contradictoria, pero que justamente en su carácter de tal encuentra toda su fuerza, hasta alcanzar la categoría de lugar común. De fácil comprensión y sugerente. Como muchas proclamas que han alcanzado la categoría de tópicos.

Las frases hechas, los lugares comunes, en definitiva, los tópicos presentan la inestimable virtud de instalarnos cómodamente en una realidad prefabricada, confeccionada a base de patrones que encajan perfectamente e incluso realzan el cuerpo social. Su contrapartida es que evitan la molestia de pensar. Evitan reflexionar, poner en tela de juicio la perfección del traje y permiten ascender hasta la atalaya privilegiada de los que juzgan porque han alcanzado la verdad.

El verdadero poder del tópico reside en que casi nadie admite dejarse manejar por sus invisibles hilos. Pensamos que nosotros no. Los demás viven de prejuicios, se mueven por prejuicios y son incapaces de ver otra realidad que no sea la entrevista a través de sus anteojeras. Me confieso presa de muchos clichés. Realmente el verdadero proceso de desarrollo personal, si se me permite un sintagma propio de libro de autoayuda, pasa inevitablemente por reconocerse limitado por el propio punto de vista. Sólo entonces es posible cierta emancipación de la propia localización.

Aún admitiendo que es imposible sustraerse totalmente a la influencia de los propios moldes, es terapéutico someter al tribunal de la crítica algunas frases hechas que hoy circulan con total libertad. Uno de los tópicos más perniciosos reza que toda forma de coacción es mala de suyo venga de donde venga. En rigor, si esa idea fuera cierta, la propia legitimidad del Estado quedaría en entredicho. Cuando se acepta vivir en un Estado, implícitamente se admite su poder de coacción (ejercido en régimen de monopolio) en aras de preservar la seguridad, frente a la ley del más fuerte, y perseguir la igualdad o la justicia. Por eso, el Estado es el único que tiene la potestad de reclamar impuestos, en ocasiones, como presenté el otro día, sin contraprestración alguna. Por supuesto, el poder del Estado no es absoluto y han de existir mecanismos de control que eviten las arbitrariedades que pudieran cometerse.

Creo que no viene mal recordar estas nociones porque, de otra forma, todas las temáticas que se abordan en las diferentes entradas pueden convertirse en compartimentos estancos que en nada se relacionan con el sistema social y político que los fundamenta. En este contexto, continuaré con la explicación de ciertos conceptos tributarios básicos, a modo de continuación de la entrada que el otro día quedó abierta.

Desde esta perspectiva se entenderá mejor el concepto de 'sujetos tributarios'. Los sujetos tributarios activos son precisamente el Estado, las Comunidades Autónomas y las Corporaciones Locales. Son los titulares de la potestad de establecer impuestos y exigir su pago. Y esa potestad, en última instancia, deriva de los que ostentamos la soberanía. Los sujetos pasivos, por el contrario, son las personas (físicas o jurídicas) que están obligadas por ley a declarar y pagar el tributo. Cuando el sujeto pasivo actúa por sí mismo recibe el nombre de contribuyente. Cuando en su nombre actúa otra persona se le denomina representante.

Hay que hacer una salvedad. El concepto de 'persona' que se está manejando aquí, no es el del habla común o, al menos, no lo es en todos los casos. Por su naturaleza jurídica, se habla de personas físicas y de personas jurídicas. En el Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas el sujeto pasivo es una persona física. No así en el Impuesto sobre Sociedades que recae sobre las personas jurídicas. Hay otras modalidades impositivas como el IVA cuyos sujetos pasivos pueden ser personas físicas o jurídicas.

Es suficiente por hoy. Otra pincelada más en el gran cuadro. Ya falta menos.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

El camino a casa

"Hay bajo el sol un momento para todo, y un tiempo para hacer cada cosa: Tiempo para llorar, y tiempo para reír" (Eclesiastés)

Todo pasa y todo queda. Todo pasa y todo llega. Después de muchas horas de trabajo y esfuerzo, muchas de ellas robadas (o devueltas, según se mire) al sueño, mis alumnos de bachillerato han finalizado los exámenes de la primera evaluación. He echado de menos su presencia en este foro. Todas las ausencias, aun las temporales, pesan. Por eso, espero que a partir de hoy vuelvan a campar a sus anchas por estos dominios que, en el fondo, cobran sentido en la medida en que ellos los visitan.

Decíamos anteayer. La demanda de un bien es la cantidad de éste que se desea o se puede adquirir en unas condiciones determinadas. Hice también un repaso somero de los factores que influían en la cantidad demandada y prometí explicar los efectos que se producen en el poder adquisitivo de la renta de un consumidor debidos a la alteración en los precios. No sé si lo prometido es en todos los casos deuda, pero lo que sí sé es que lo ha gozado de un digno comienzo se merece un no menos digno final.

Supongamos (verbo favorito de los economistas) que los precios de un determinado bien o servicio sufren una variación. Esta alteración provoca un cambio en el poder adquisitivo de la renta del consumidor que causa dos efectos sobre la demanda. Estos dos efectos tradicionalmente se han llamado efecto sustitución y efecto renta. Y la suma de ambos es el efecto total.

El efecto sustitución mide las consecuencias que tiene en la demanda de un bien el hecho de modificar su precio, bajo el supuesto de que el consumidor mantenga el mismo poder adquisitivo. Es decir, en este caso el comprador ha de variar su patrón de consumo. Si sube el precio de la carne de pollo y se mantienen constantes los precios de la carne de ternera o de cerdo, se puede afirmar que la carne de pollo se ha encarecido con respecto a las otras carnes. Por tanto, su consumo será sustituido por el de éstas. Cuanto más suba el pollo, más chuletones de ternera comeré (la teoría también contemplaría la posibilidad de que me convirtiese en vegetariana o vegariana). Algunos autores han llegado hasta el extremo de suponer que los animales también desarrollan comportamientos económicos en la medida en que actúan conforme al efecto sustitución. Los experimentos con ratas de Kagel y Battalio son un ejemplo de ello. Curioso, cuando menos, aunque por la abultada bibliografía generada en torno a estos estudios, cabe pensar que la cuestión no es ni mucho menos pristina.

El efecto renta es la consecuencia de una variación en el precio sobre la cantidad demandada debido a la alteración en la renta real del consumidor causada por el incremento o disminución en el precio del bien. Más claramente. Al bajar (subir) el precio de un bien, aumenta (desciende) la renta real o poder adquisitivo del consumidor, puesto que con unos mismos ingresos monetarios puede comprar ahora más (menos) cantidad de bien que antes. Pues bien, el efecto renta es es la parte del ajuste de la cantidad demandada que depende de la variación de la renta real. . Si se duplica el precio del cine y sigo recibiendo la misma y probablemente exigua asignación semanal, me vuelvo un poco más pobre, pues puedo adquirir menos productos, mi nivel de consumo no puede ser semejante. Por eso, tendré que reducir el consumo de películas y de otros bienes.

La clave está en entender que el efecto sustitución favorece al bien que se ha abaratado en terminos relativos, mientras que el efecto renta perjudica a ambos porque provoca un empobrecimiento con respecto a la situación anterior. Para un análisis más profundo, acompañado de gráficas y funciones matemáticas aconsejo abundar en este enlace del profesor Calvo, cuyo libro de Microeconomía me aclaró muchos conceptos.

Este análisis es correcto, suponiendo que el bien considerado sea normal. Nuevamente hay que matizar. Un bien normal es aquel cuyo consumo aumenta cuando lo hace la renta. Ahora bien, si el bien es inferior, aquel cuyo consumo disminuye cuando lo hace la renta (las patatas suelen ser el ejemplo más socorrido en este punto).

Pero como siempre, no conviene perderse en el laberinto de los conceptos. Lentos pero seguros. Se hace camino al andar, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se va a volver a pisar.
Machado dixit.