sábado, 8 de noviembre de 2008

La vida secreta de las palabras

"Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo" (L. Wittgenstein Tractatus Logicus Philosophicus)

Los psicólogos y los filósofos del lenguaje han escrito ríos de tinta en torno a la relación entre pensamiento y lenguaje. Lo que parece claro, -no me atrevo a utilizar la palabra 'indiscutible'- es que nuestra red para hacernos con el mundo es el lenguaje. En la lengua que de niños aprendimos está fijado y registrado el tejido de conceptos y, con él, nuestro sistema de clasificar los objetos y cualidades que atribuimos al mundo. No voy a entrar a dirimir, entre otras cosas porque no soy capaz de hacerlo, si existe un pensamiento sin lenguaje. Doctores tiene la filosofía analítica. Lo que sí creo firmemente es que sin una adecuada red lingüística la capacidad de pensar resulta anoréxica.

Esta introducción pretende ser algo más que un ejercicio de (mal) estilo. He comenzado con la mención al lenguaje y al pensamiento porque a veces me asalta la duda acerca de si mis alumnos están tejiendo adecuadamente su red de conceptos económicos o por el contrario están chapoteando sobre ellos sin realmente asimilarlos. Me resulta difícil ponerme en su lugar. La razón es que yo había construido mis propios esquemas cuando me acerqué a una ciencia que, en principio, no me atraía demasiado. De hecho, cuando empecé a estudiar economía lo hice contaminada con una serie de conceptos filosóficos y de métodos analíticos que me llevaban al análisis de cualquier concepto que se prestara. No en vano intenté, sin éxito, acabar una tesis doctoral sobre el filósofo W. V. Quine (cuyos textos son un prodigio de buena sintaxis y profundidad filosófica). Ese, no obstante, es otro tema del que algún día hablaré. Ya he incluido suficientes dosis de protagonismo en este post.


Uno de los conceptos económicos que más me hizo reflexionar fue el de 'valor añadido'. He de señalar, que el término 'valor' es de los que hacen que un filósofo se frote las manos. En realidad, incluso en su tiempo existía una especialidad en alguna de las facultades de filosofía que llevaba el nombre de "Valores". Aunque mi interés se ha centrado en el campo de la lógica y filosofía de la ciencia, he de reconocer que, con el tiempo, mis preocupaciones se han reconducido y me han hecho considerar la importancia de dar con una adecuado tratamiento del valor. Tal vez porque, aunque es difícil sustraerse a las valoraciones, hoy en día se ha convertido en una palabra comodín.



Evidentemente, querido internauta, el sentido del término 'valor' que estoy utilizando no es exactamente igual al que se maneja cuando se señala que el valor añadido de una empresa panadera es de 600 euros al día. Sin embargo, es falso también no encontrar una raíz de significación común entre ambas acepciones del término. De hecho, cuando antes de publicar esta entrada he investigado acerca del origen de la palabra 'valor' me he encontrado con que algunos autores la atribuyen al campo económico. En este sentido, Marx habla de valores económicos y Nietzsche de valores morales. Max Scheler intentó dar forma a lo que denominó ética de los valores en oposición a las éticas materiales.

Pero, ¿qué se entiende por valor? De forma genérica, decimos que algo tiene ‘valor’ cuando es deseable por sí mismo o se juzga superior a otras cosas. Hay que matizar que lo que realmente ‘vale’ no es la cosa en sí misma (para mí no tiene ningún valor una entrada a un partido de fútbol, pongamos por caso), sino que lo valioso lo es en relación con el sujeto que la valora (‘vale’ para mí, porque la encuentro interesante, porque me resulta útil, porque me gusta, porque puedo especular económicamente con ella, etc.).

Desde esta perspectiva se entiende que el "valor añadido" en un bien es la parte de su valoración total que se incorpora en una determinada fase del proceso productivo por la aplicación de trabajo y capital al producto que porviente de la fase precedente, del cual se ha de restar ese valor. De ahí también que en el denominado Impuesto sobre el Valor Añadido (IVA) se hable de IVA repercutido e IVA soportado: lo que se pretende gravar es únicamente el valor añadido y por tanto es necesario realizar la resta entre ambas magnitudes.

En definitiva, lo que justifica la existencia de la empresa es precisamente su capacidad de añadir valor. Sería deseable universalizar esta tesis: sólo lo que añade valor puede perdurar. Desgraciadamente no siempre es así.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buenas tardes Begoña:
Bueno el termino valor, como bien has dicho, tiene varias connotaciones pero las de valor moral son las que deberían primar sobre las demá para así poder intentar alcanzar una cantidad de valor añadido sobre los productos de forma responsable.

El valor(monetario) que tenga cualquier producto es el valor que nosotros le asigenemos a él, mientras que los valores que rigen nuestra vida diária son valores impresos por la naturaleza, a los que nosotros tenemos que intentar respetar para conseguir una buena convivencia.