sábado, 15 de noviembre de 2008

Retorno a Bretton Woods

"Hermógenes, hijo de Hipónico, dice un antiguo proverbio que es difícil saber cómo es lo bello. Y, desde luego, el conocimiento de los nombres no resulta insignificante" Platón, Cratilo.

Oscar Wilde dedicó una de sus obras a resaltar la importancia de un nombre. Ciertos toponímicos convierten a sus referentes en especialmente aptos para albergar la Historia. Poseen la cualidad de trascender la propia localización. Incluso aunque su existencia sea puramente literaria. O, tal vez, por eso. Sin entrar en el debate suscitado en el Cratilo de Platón acerca de si los nombres permiten conocer la verdadera esencia de la realidad, hay que reconocer que ciertas fonéticas predisponen.


Desde Arcadia hasta Brideshead, hermoso y decadente lugar en el que es imposible no imaginar a un joven y seductor Jeremy Irons y a un espléndido y en la pantalla agonizante Lawrence Olivier. No he visto la nueva versión cinematográfica de la obra, porque soy de las que prefieren no contaminar ciertas imágenes. Del argumento no puedo aportar nada que no resulte excesivamente tópico: Evelyn Waugh, su autor, retrató en su novela la historia de un joven que irrumpe en el seno de una familia de la aristocracia inglesa de principios del siglo XX. Pese a que esta descripción pueda hacer pensar que el libro es una simple pintura costumbrista, lo cierto es el que el libro intentar ir más allá del mero retrato de una clase social o incluso de una época. Lo que se suele pasar por alto es su sorprendente desenlace, que encuentra sus claves interpretativas en la condición de escritor católico de Waugh.



No quiero perder el hilo de un discurso que comenzó hablando de nombres. Siempre he sentido especial querencia por los lugares de nombre compuesto. Falcon Crest (retrato de grupo con malvada señora de forndo), Mulholland Drive, Batton Rouge y cómo no, Bretton Woods constituyen un buen ejemplo de espacios que se han ganado, por derecho y fonética propios, un lugar en mi peculiar mapa del mundo.


Estas semanas ha vuelto a escucharse con fuerza el nombre de Bretton Woods, a la sazón complejo hotelero situado en New Hampshire (EEUU), donde tuvo lugar la famosa conferencia cuyos productos más refinados o más groseros (táchese lo que no proceda) han sido el vilipendiado Sistema Monetario Internacional y el Banco Mundial.


De estos polvos nacieron estos barros. A grandes males grandes remedios. No se trata de hacer un repaso exhaustivo del refranero. Simplemente quiero constatar que ante las grandes crisis no queda más remedio que agachar la cabeza e intentar buscar soluciones cooperativas. Los periódicos llenan sus páginas con la cumbre de Washington. Al margen de las polémicas eminentemente locales, la grandeur ha permitido que nuestro presidente esté presente en el cónclave del G-20, la importancia del encuentro reside en el esfuerzo común por poner freno a un capitalismo especulativo y crear mecanismos de regulación financiera con el fin de contribuir a la estabilidad macroeconómica y a ayudar a los países pobres a conseguir un verdadero desarrollo. He ahí, precisamente la cuestión. En cualquier caso, no es mi intención centrarme en esta cumbre. Entre otras razones porque considero que es mejor y más útil analizar su desarrollo y conclusiones a toro pasado y no hacer economía ficción. Hoy los tiros se dirigen a Bretton Woods.


Es fundamental entender las coordenadas espacio temporales que posibilitaron la celebración de la conferencia de Bretton Woods. En primer lugar, hay que afirmar que fue auspiciada por el gobierno de los EEUU que deseaba un mundo económico postbélico caracterizado por mercados abiertos, estabilidad de los tipos de cambio, facilidad para los movimientos de capital , cooperación internacional para lograr altos niveles de empleo, etc. Las tesis liberalizadoras de este país triunfaron frente a las propuestas de Keynes, que sugerían la creación de un banco mundial que canalizase los excedentes de los países ricos hacia los más pobres, estimulando de esa manera la demanda. En Bretton Woods la apuesta fue clara: una visión liberal de la economía internacional, una política de tipos de cambio fijos y soslayaba las dificultades para compatibilizar algunos de esos objetivos.


En 1944, Estados Unidos era el único país industrializado que estaba resultando indemne en la Segunda Guerra Mundial. Europa y Japón terminaron la contienda con el triste balance de millones de pérdidas humanas y economías desmanteladas. Por su parte, Asia estaba intentando ganar la batalla al colonialismo, mientras que África todavía pasaba por ser el paraíso colonial. Ni que decir tiene, que, además de los objetivos de los EEUU, la reconstrucción y el desarrollo de los 44 países que acudieron a Bretton Woods fue un objetivo fundamental Los acuerdos que se firmaron dieron de facto la vida al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial .



El Fondo Monetario Internacional fue creado para amortiguar el impacto de las crisis económicas a través de las concesiones de crédito a los países en apuros a cambio de medidas estructurales de corte liberalizador, los llamados planes de estabilización. Descansaría sobre un sistema de cambios fijos basado en última instancia en la estabilidad del dolar. Recibió el nombre de 'fondo' porque todos los países debían contribuir con una suerte de cuotas que tenían como fin evitar las fluctuaciones monetarias. Si un país sufría un problema estructural, en lugar de, pongamos por caso, devaluar su moneda acudía al fondo y recibía un crédito que evitaba dicha devaluación. El sistema presuponía la existencia de una suerte de armonía de intereses entre todos los países, así como la posibilidad de maximizar la renta mundial mediante la liberalización de los flujos de comercio y pagos y la rápida convertibilidad de las monedas, al margen de las políticas seguidas por los países.



También en Bretton Woods vio la luz el BIRF (Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento) que fue la primera institución que conformó el llamado Banco Mundial. Porque lo que mucha gente desconoce es que el Banco Mundial está constituido por cinco instituciones. Como su propio nombre indica, la Reconstrucción iba dirigida a los países asolados durante la Segunda Guerra Mundial, no a los países que hoy llamamos subdesarrollados . El precipitado más conocido de esos esfuerzos desarrollistas fue el famoso Plan Marshall que, como Berlanga magistralmente mostró, -fantástico Pepe Isbert-, nunca llegó a España. Pese al "Americanos, os recibimos con alegría".

Hoy en día, el BIRF financia proyectos de diferentes tipos: de infraestructura, agrícolas energéticos, educativos y , en general, todos los que se considera que ayudan al desarrollo o a la lucha contra la pobreza de los países miembros. Los recursos del Banco proceden en su mayoría de los mercados de capital internacionales. Sus préstamos presentan la única ventaja de la alta calificación del Banco frente a los prestamistas, lo que les hace conseguir condiciones más ventajosas, pero no inferiores tipos de interés.



Contada así la historia no se entienden las críticas, cuando no rechazos frontales, que ha podido suscitar el Banco Mundial. Sin embargo, detrás de sus luces se esconden muchas sombras como han señalado economistas de la talla de Stiglitz, quien conoce a fondo ambos organismos. No voy a enunciar todas las críticas posibles. Recomiendo para los interesados pinchar aquí. Lo que sí deseo es plantear un debate que me parece que está implícito tras las acusaciones a estos organismos. El propio concepto de 'desarrollo'. Nuevamente la imprecisión lingüística puede ser un instrumento de doble filo. Nadie en su sano juicio está en contra del desarrollo, prueba de que el término ha perdido su significado original y ha pasado a integrar el elenco de las palabras comodín. Su ambigüedad lo convierte en útil para un roto y para un descosido. Desarrollo humano. Desarrollo sostenible. Desarrollo integral. Por eso he utilizado anteriormente el "contada así la historia". El lenguaje no es neutral, ni es inocente. De ahí que nuevamente sea imperativo el análisis de la terminología utilizada en aras de la precisión y el rigor. La importancia de un nombre.

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