"La suerte favorece sólo a la mente preparada".Isaac Asimov (1920-1992);
Hoy, fiel a una costumbre que lleva camino de convertirse en inveterada, he tomado mi café solo en uno de los mejores locales de Pamplona, cuyo nombre ocultaré -a quien das tu secreto, das tu libertad-, mientras hojeaba la revista Qué leer. Un artículo, -además de la entrevista al fascinante escritor japonés Murakami y nuestra común debilidad por Dostoievski y Perdidos-, ha llamado poderosamente mi atención. Analizaba el fenómeno de la serendipia y la pasmosa facultad de algunos escritores de prever sucesos e inventos que, con el curso de los años, se han revelado exactos.
Como ya ha quedado patente en anteriores entradas, los mínimos del rigor intelectual exigen la aclaración de los conceptos que se van a utilizar en un determinado discurso. En este sentido, al llegar a casa, he consultado mi diccionario de la RAE y he descubierto, que, curiosamente, la voz "serendipia" no se contaba entre su elenco. Extrañada, he decidido seguir indagando en la vigésima segunda edición del diccionario que está a disposición de los internautas interesados. Nuevamente la callada por respuesta. La wikipedia acude en mi ayuda y me aclara que por serendipia hay que entender "un descubrimiento científico afortunado e inesperado que se ha realizado accidentalmente. Se puede denominar así también a la casualidad, coincidencia u accidente". En realidad, otro de los nombres del azar.
No deja de ser curioso que el viernes precisamente mantuviera una conversación acerca del tema con una amiga. Me informaba de que había asistido a la conferencia que el nobel en física de 1979, Sheldon Lee Glashow, impartió en Pamplona el pasado 28 de octubre y que llevaba el sugerente título de "¿La ciencia avanza por el azar (serendipia) o por la inteligencia?". La tesis del nobel, como es de suponer, era que el desarrollo científico no obedece a la pura racionalidad y a uno de sus productos, la metodología científica; ni tampoco al puro azar, casualidad o serendipia. Evidentemente, el interés de la conferencia no residía en esta proposición que no resulta de difícil digestión. En opinión de mi amiga, lo realmente remarcable de la charla de Glashow fue que, en un ejercicio de la erudición y de la brillantez que soñamos adorna a los nobeles, dio un rápido repaso a la historia de la ciencia desde Newton hasta nuestros días y aportó datos que avalaban la tesis original.
Me interesa esta versión de los hechos, porque intuyo que los no científicos (no creo que quepa atribuir esta idea a los que se dedican a la investigación) manejamos una imagen de la ciencia rayana en la veneración. Bien es cierto que el método científico es uno de los grandes constructos de la inteligencia humana que ha demostrado con creces sus virtualidades. Ahora bien, sin entrar en demasiados (y necesarios) matices, es obvio que no cabe constreñir toda la realidad en tan limitado ropaje. No hay que olvidar que en última instancia es un artificio, poderoso, pero artificio.
Lo que sin duda parecerá un artificio será el introducir, llegados a este punto, el artículo de David C. Richardson que lleva por título "Confesiones de un ex-prestamista". Pero prometo que se trata de un caso de pura serendipia. Llevaba varios días acariciando la idea de analizar el tema de los objetivos de la empresa en general y el de la consecución del máximo beneficio en particular. Mi impresión es que al analizar estos temas, sobre todo desde una perspectiva no económica, es relativamente sencillo caer en un maniqueísmo bienintencionado. Por supuesto que las empresas buscan beneficios, el problema viene de la expresión "maximizar beneficios". Buscando otras pistas que no vienen el caso, me he encontrado con las reflexiones de este autor que me han resultado muy sugestivas. La casualidad ha querido también que este mismo artículo se haya recogido en el libro de texto de Economía de la editorial Santillana. Sugiero su lectura porque prometo comentario. Por ahora me limito a ejercer, a modo de Hermes, de heraldo del azar. Encantada.
2 comentarios:
Buenos días Begoña,
Cuando me pasaba por tu blog después de leer he intentar comprender algunos de tus artículos, me ha llamado mucho la atención el nombre de esta entrada, puesto que hace tan solo unos días pude ver en la televisión una película titulada así ¨serendipity¨,y yo con mucha curiosidad me he puesto a leer el artículo. He intentado relacionar el argumento de la película(romántica)con la definición dada de esta palabra-desconocida hasta ahora por mí- y lo que yo interpreto es que: serendipity también podría significar ¨destino¨,es decir, dejar que las cosas sucedan si tienen que suceder, no siendo provocadas.
Respecto a tu apartado de la ciencia estoy de acuerdo en que no creo que sea conveniente atribuirle este adjetivo, puesto que en la ciencia hay que investigar, experimentar... provocar sucesos para obtener un resultado favorable y nunca dejarlo al azar.
Buenas noches, Leire:
La película que mencionas, de la que he tomado prestado el título, efectivamente aborda desde una perspectiva romántica a lo Hollywood el tema del azar. Aplicado al tema de la ciencia, la serendipía abundaría en la idea de que no todos los descubrimientos científicos son frutos de la estricta racionalidad: de hecho, el que Flemming descubriese la penicilina fue azaroso. Y como ese caso, podrían aportarse muchos más. Por eso, aunque la ciencia posea una metodología que ha demostrado ser adecuada para el conocimiento de los fenómenos, lo cierto es que no cabe controlarlo todo.
Gracias de todas formas por tu comentario. Espero que se repita.
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