"Hay tres cosas que no podemos esperar encontrar nunca al razonar; a saber, certeza absoluta, exactitud absoluta, universalidad absoluta" (Ch. S. Peirce, filósofo americano)
No hay nada peor para una persona insegura que la sensación de haber acometido un proyecto que juzga que le supera. Hablo con conocimiento de causa. El pensamiento, en ocasiones obsesivo, de no haber hecho justicia a un tema, a una causa o al pensamiento de alguien, por propia incapacidad, por pereza intelectual o por cualquier otra razón se convierte en una suerte de taladro que acaba horadando y, a la postre, desequilibrando al inseguro. Me confieso una ferviente apologeta de la inseguridad, o mejor, de la perplejidad (hay un matiz interesante que las diferencia) porque en el fondo aboca al sufrido indeterminado a un interrogatorio perenne acerca del propio punto de vista. En última instancia le lleva a no instalarse confortablemente en ninguna tribuna desde la que juzgar amparado en una punto de referencia inmutable e infalible. En lo que el filósofo Hillary Putnam llamó la 'perspectiva del ojo de Dios', que, por cierto, nada tiene que ver con la religión pues Putnam es judío practicante.
Pues bien, al reflexionar sobre la entrada en la que abordaba el tema de la población y el crecimiento económico, me he dado cuenta de que las tesis enunciadas, más que defendidas, estaban ligeramente escoradas hacia un extremo. Me explico. El otro día hablé de las consecuencias negativas que algunos autores achacaban a la sobrepoblación. Ahora bien, me parece que es justo, para equilibrar de alguna forma la balanza, aludir a otros autores que defienden justamente que el crecimiento de la población constituye un estímulo muy importante para el desarrollo. Alguien podría sugerir que presentar una multiplicidad de puntos de vista no garantiza en modo alguno el alcanzar la Verdad (escrita de esta forma, con mayúscula). Ante esta crítica no me queda otra que admitir mi convicción de que la verdad se descubre en clave social. Otro día profundizaré más en esta cuestión que hunde sus raíces en un pragmatismo que nada tiene que ver con la versión adulterada que se ha querido transmitir de esta corriente filosófica.
A lo que iba. Debí mencionar a Colin G. Clark, químico de formación,- los senderos que conducen a la economía son inescrutables-, que defendió la tesis de que el crecimiento de la población se constituía en un factor explicativo del crecimiento económico. Su teoría en torno a los límites del crecimiento demográfico se ha calificado de optimista. En su misma línea, tal vez con un optimismo más rebajado, cabría situar a otros economistas como Adam Smith y John M. Keynes, por citar dos nombres de sobra conocidos por mis alumnos.
Adam Smith explica el crecimiento de la población a través del crecimiento de la demanda. De hecho, la demanda de factor trabajo regula para este economista el número de nacimientos. Keynes sostendrá que el incremento de población áctúa como factor positivo, no sólo por el incremento de la producción sino por el incremento de la demanda que el crecimiento poblacional comporta. Pero sin lugar a dudas, es Clark quien se lleva la palma al afirmar que "el crecimiento de la población coincide con el aumento de la productividad en los sectores agrícola e industrial". También sostiene que "cuando la población crece, se producen unos estímulos al ahorro, a la inversión, al descubrimiento y a la aplicación de nuevas técnicas".
Baste esta puntualización por hoy. Aconsejo a quien desee profundizar más en la cuestión leer el interesante artículo de B. García Sanz al que se puede acceder pinchando aquí. Servirá para ampliar horizontes y situarse en nuevas perspectivas. O tal vez, porque es necesario emprender un largo viaje para apreciar las vistas propias.
No hay nada peor para una persona insegura que la sensación de haber acometido un proyecto que juzga que le supera. Hablo con conocimiento de causa. El pensamiento, en ocasiones obsesivo, de no haber hecho justicia a un tema, a una causa o al pensamiento de alguien, por propia incapacidad, por pereza intelectual o por cualquier otra razón se convierte en una suerte de taladro que acaba horadando y, a la postre, desequilibrando al inseguro. Me confieso una ferviente apologeta de la inseguridad, o mejor, de la perplejidad (hay un matiz interesante que las diferencia) porque en el fondo aboca al sufrido indeterminado a un interrogatorio perenne acerca del propio punto de vista. En última instancia le lleva a no instalarse confortablemente en ninguna tribuna desde la que juzgar amparado en una punto de referencia inmutable e infalible. En lo que el filósofo Hillary Putnam llamó la 'perspectiva del ojo de Dios', que, por cierto, nada tiene que ver con la religión pues Putnam es judío practicante.
Pues bien, al reflexionar sobre la entrada en la que abordaba el tema de la población y el crecimiento económico, me he dado cuenta de que las tesis enunciadas, más que defendidas, estaban ligeramente escoradas hacia un extremo. Me explico. El otro día hablé de las consecuencias negativas que algunos autores achacaban a la sobrepoblación. Ahora bien, me parece que es justo, para equilibrar de alguna forma la balanza, aludir a otros autores que defienden justamente que el crecimiento de la población constituye un estímulo muy importante para el desarrollo. Alguien podría sugerir que presentar una multiplicidad de puntos de vista no garantiza en modo alguno el alcanzar la Verdad (escrita de esta forma, con mayúscula). Ante esta crítica no me queda otra que admitir mi convicción de que la verdad se descubre en clave social. Otro día profundizaré más en esta cuestión que hunde sus raíces en un pragmatismo que nada tiene que ver con la versión adulterada que se ha querido transmitir de esta corriente filosófica.
A lo que iba. Debí mencionar a Colin G. Clark, químico de formación,- los senderos que conducen a la economía son inescrutables-, que defendió la tesis de que el crecimiento de la población se constituía en un factor explicativo del crecimiento económico. Su teoría en torno a los límites del crecimiento demográfico se ha calificado de optimista. En su misma línea, tal vez con un optimismo más rebajado, cabría situar a otros economistas como Adam Smith y John M. Keynes, por citar dos nombres de sobra conocidos por mis alumnos.
Adam Smith explica el crecimiento de la población a través del crecimiento de la demanda. De hecho, la demanda de factor trabajo regula para este economista el número de nacimientos. Keynes sostendrá que el incremento de población áctúa como factor positivo, no sólo por el incremento de la producción sino por el incremento de la demanda que el crecimiento poblacional comporta. Pero sin lugar a dudas, es Clark quien se lleva la palma al afirmar que "el crecimiento de la población coincide con el aumento de la productividad en los sectores agrícola e industrial". También sostiene que "cuando la población crece, se producen unos estímulos al ahorro, a la inversión, al descubrimiento y a la aplicación de nuevas técnicas".
Baste esta puntualización por hoy. Aconsejo a quien desee profundizar más en la cuestión leer el interesante artículo de B. García Sanz al que se puede acceder pinchando aquí. Servirá para ampliar horizontes y situarse en nuevas perspectivas. O tal vez, porque es necesario emprender un largo viaje para apreciar las vistas propias.
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