"El tiempo es la materia de la que he sido creado". Borges, Jorge Luis
El otro día inocentemente -o no tanto- pregunté a mis alumnos de 1º de Bachillerato si habían visto la fantástica película de Peter Weir titulada El club de los poetas muertos. Lo cierto es que ya va teniendo una edad, como casi todo, por lo que no me sorprendió su respuesta negativa. Recuerdo que cuando impartía Ética en 4º de ESO, esta proyección venía a ser una especie de ceremonia iniciática en el campo de la reflexión ética. Oh, capitán, mi capitán.
Además de la excelente ambientación y la minuciosidad en todos los detalles, de la posibilidad de conocer a Wilson (Robert Sean Leonard) -sufrido amigo del inefable doctor Gregory House- en edades más juveniles, la película aborda un tema nada original en la literatura y la filosofía occidentales pero que Weir aborda de manera magistral: el tiempo. El punto de vista del director es, por otro lado, más literario que filosófico en el sentido más académico del término (quien busque en el film cualquier tipo de alusión a las formas a priori de la sensibilidad kantianas o referencias al Ser y Tiempo de Heidegger (pinche y obtendrá un regalito que he encontrado navegando) está perdiendo el tiempo, valga la redundancia).
El argumento resulta también algo manido: de hecho, pertenece al subgénero 'docente se enfrenta a nuevo empleo': un profesor de literatura llega a un tradicional y elitista colegio americano dispuesto a despertar en sus alumnos el interés por la poesía a través de métodos muy poco ortodoxos. Pero este somero resumen no hace justicia a una película que supera con creces el subgénero. Más quisiera Michelle Pfeiffer y sus Mentes Peligrosas. En mi opinión, lo realmente interesante de la película es la exquisita sensibilidad que destila por los cuatro costados: característica no demasiado frecuente en el cine que nos toca padecer.
Me atrae especialmente la perspectiva que en la película se adopta para acercarse al tópico de Horacio, el archifamoso Carpe diem. Disfruta el momento, porque el tiempo pasa inexorablemente(otro tópico, el tempus fugit). Tengo para mí que el verdadero alcance del imperativo horaciano no se comprende hasta que el tiempo realmente se ha esfumado. Por eso, la voz que aconseja aprovechar el momento es adulta, anciana incluso. Pero como refleja adecuadamente Peter Weir el verdadero peligro se oculta en la deficiente hermenéutica, esto es, cuando se asimila inadecuadamente interpretándolo de una forma errónea. No quiero revelar ninguna escena importante, porque albergo la esperanza de que algún alumno sensible se premie una tarde de invierno con la proyección de este película. Cuando lo haga, entenderá a la perfección a qué me refiero.
Pero la condición temporal no sólo afecta al ser humano, sino que, como si de un rey Midas se tratase, todo lo que toca lo convierte en transcurso, en devenir. Tanto es así que el tiempo afecta también a una de sus creaciones: el dinero. De los poetas muertos a las matemáticas financieras sin solución de continuidad. De hecho, ya en la primera clase de esta asignatura se aclara que un capital es una variable stock que se define por su cuantía y por su fecha de vencimiento. Y también se afirma lo siguiente: entre dos capitales de la misma cuantía y diferente fecha de vencimiento se ha de preferir el que tenga una fecha de vencimiento anterior. Es lo que se ha dado en llamar el principio de infravaloración de capitales futuros y que, en última instancia, confiere al tiempo la categoría de agente erosivo más demoledor de cuantos existen.
¿Por qué el tiempo desvaloriza los capitales? Lo hace por dos razones fundamentalmente. La primera, la más evidente, es la existencia de inflación. La inflación, de la que tanto se habla y que se presenta como uno de los cuatro jinetes del apocalipsis económico, es la subida general y sostenida de los precios de un país. Pues bien, este incremento de los precios ocasiona que un capital hoy tenga menos valor que dentro de tres años. La razón estriba en que con la misma cuantía nominal es posible adquirir más bienes en el presente que dentro de esos tres años. Siempre recordaré las historias de mi abuela que aseguraba que con doce pesetas, a la sazón el salario de mi abuelo, podía pasar el mes e incluso ahorrar.
La segunda razón tiene que ver con el hecho de que disponer de un capital antes supone adelantar el consumo actual o el ahorro actual. Y la ganancia del adelanto viene dada por la cantidad de bienes que es posible adquirir (frente a los bienes futuros) y por el rendimiento que se puede obtener de un capital en mano: si se abre un depósito, esa cantidad generará unos intereses. Siempre que no se guarde debajo del colchón, evidentemente. Dicho de otra forma, un vencimiento tardío presenta un coste de oportunidad innegable frente a un vencimiento presente.
Como muestra un botón. Y el botón indica que el tiempo es sin duda una variable fundamental en todos los ámbitos de la existencia humana. Tanto su mala gestión como su consumo compulsivo e irreflexivo conllevan errores a menudo fatales. O tal vez, no tanto. Como me gusta recordar, una prueba más de que la economía se nutre de lo humano. Aunque a veces se olvide. Tempus fugit, carpe diem.
1 comentario:
He estado haciéndote una visita, y madre de Dios, lo que sabes... .
No me extraña que seas docente niña.
Saludos catona.
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