viernes, 5 de diciembre de 2008

Yo confieso

E così conoscere non è più una traccia di impegno morale. Sapere, capire diviene una necessità.L'unica possibile per considerarsi ancora uomini degni di respirare.
(R. Saviano, Gomorra)


Yo confieso. Confieso que tuve tentaciones de cerrar la barraca virtual, -sobre todo hoy día 5-, durante este puente. Al fin y al cabo, mis alumnos no acuden a mis clases (ni a ninguna otra) y no hemos avanzado en la materia. Pero la realidad supera afortunadamente el restringido y familiar ámbito de las aulas. Yo estoy libre y el mundo económico no está de vacaciones. Hoy hemos leído que el BCE bajó ayer el precio del dinero 0,75 puntos. ¿Buenas noticias? El tiempo lo dirá, aunque a corto plazo más de uno ansiamos llevarnos una alegría.

Confieso que no pretendo destinar mis esfuerzos de hoy a glosar o a cantar las excelencias de Trichet. Mi discurso va por otros derroteros, no propiamente económicos, o, más bien, no sólo. Al fin y al cabo no estoy de servicio y me puedo permitir un pequeño excurso. Sin embargo, no son asuntos festivos los que comparecerán en esta entrada, ni mucho menos. El medio del que me voy a servir muestra cómo lo que oficialmente se asegura que existe, no agota el campo de lo real.

Confieso ser una consumidora cuasicompulsiva de cine. No soy ninguna experta, por otro lado, pero sí una habitual de las salas pamplonesas. Por eso, hablo con conocimiento de causa cuando afirmo que mi impresión más frecuente suele ser que la hora y media, dos o tres horas invertidas sirven únicamente como divertimento. No es poco. Ni mucho. En cualquier caso, no suficiente. Por eso, se agradece dar con un producto que pretenda ir más allá del mero entretenimiento y, lo que es más importante, lo consiga. Rara avis como la que paso a presentar.

Confieso que la película venía avalada por una de las opiniones que yo considero más autorizadas, en éste y en otros temas. Mi consejero la había visto hace unos meses en otro país, -por supuesto, en versión original, misión imposible en el nuestro- y habló de ella sin ponerle un solo pero. Me convenció. No me defraudaron ni la película ni la opinión. Hasta aquí mi historia personal y anecdótica, mi serendipia relativa, puesto que el estreno fue anunciado a bombo y platillo por los medios de comunicación. Ahora bien, las razones fueron extracinematográficas. Gomorra, que así se titula, está basado en el libro homónimo de Roberto Saviano. Un joven periodista y escritor que, cuando se decidió a publicar este trabajo, contaba con 28 años. 334 páginas que le han valido una condena a muerte por parte del grupo más sanguinario de toda Italia y que han llevado a personalidades como Umberto Eco a considerarlo un héroe nacional. De la talla del cobardemente asesinado juez Falcone, que también libró su peculiar batalla contra la mafia siciliana y cuya recompensa póstuma fue el que el aeropuerto de Palermo llevara su nombre.

No faltarán quienes mezquinamente adjudiquen a Savinio otras intenciones (quizá existentes y lícitas, por qué no), pero el sólo hecho de pisotear con su valor la institucional cobardía actual, merece toda mi admiración moral. En la facultad de suscitar el aplauso ético reside la verdadera condición heróica.

Confieso que no he leído el libro completo: me he hecho con una versión en italiano y me va a llevar un tiempo. Pero lo poco que he sido capaz de digerir, promete. Gomorra cuenta con datos contrastados y abundante documentación acerca de la verdadera trama social de la Camorra, la mafia napolitana, que es capaz de extender sus tentáculos en todo el tejido económico de esta ciudad. Quizás la cara menos conocida de "El Sistema", otro de sus nombres. La que todo el mundo conoce la sitúa entre las organizaciones más sanguinarias de cuantas hoy existen, incluyendo nuestras especies autóctonas. Me centraré en esa cara oculta, o, al menos, más escondida.

Confieso que intuyo que ésa es precisamente la tesis sobre la que se sustenta la arquitectura del libro. En la película, al menos, la idea está clara. El Sistema, como toda organización de estas características, se asemeja a un iceberg. Sólo se aprecia, sólo se palpa una pequeña parte del volumen de actividad generada en torno al monstruo. Sé que es una imagen poco original, pero tiene la inestimable ventaja de ser muy gráfica. Esa condición oculta provoca la subjetiva y tranquilizante sensación de que no existe. Vuelvo a mi famosa frase descontextualizada del obispo Berkeley "ser es ser percibido"; luego lo que no se percibe no existe, no es. Es cómodo pensar que así es. Pero la película muestra que la ausencia de conocimiento no implica la inexistencia. Por otro lado y aun a riesgo de caer en la falta de rigor más flagrante, hay presencias que no necesariamente comparecen a la vista, pero que se pueden inferir a partir de sus efectos. Yo lo comprobé en Palermo.

Confieso que a través de lo que muestra (y de lo que no muestra) el largometraje, el espectador deviene testigo privilegiado del imperio empresarial y delictivo de la Camorra. Desde la punta visible a la invisible. La película comienza y termina bajo el ciclo de vida de las mercancías de uso y consumo –videojuegos, relojes, ropas de marca–, que llegan al puerto de Nápoles –punto de entrada en Europa del comercio chino que burla eficazmente las Aduanas–, y que pasan a integrar una tupida red de talleres clandestinos. Estos talleres servirán como fuentes de financiación del sistema y los productos en ellos elaborados se comercializarán globalmente. Otra tesis: la globalización para bien o para mal beneficia y perjudica a todos.

Confieso que a la salida, no es posible la indiferencia o la cómoda excusa del desconocimiento: la Camorra –o el “Sistema”, como verdaderamente se la conoce–: se presenta como lo que verdaderamente es. Una organización que trasciende el mundo criminal, a veces incluso dibujado con un aura romántica, para inmiscuirse en el ámbito empresarial y que extiende sus tentáculos por todo el planeta. La empresa, explicaba a mis alumnos de 2º de Bachillerato (no, Elsa, no os olvido), tiene una importante función social en la medida en que crea riqueza y empleo y además produce bienes y servicios. El problema en este caso es dilucidar cuál es el origen de la riqueza creada. La película habla de costes: explotación, ilusiones infantiles, miedo y coacción. Costes que no se reducen al ámbito local, Napoles, sino que, se extienden por todo el planeta, y, por consiguiente, también por nuestro país. No dejen de pinchar aquí.

A veces ocurre. Hay películas, hay libros, hay personas que niegan la posibilidad de autoengaño o lo convierten en pura y simple complicidad. Escuecen. Lo confieso.

2 comentarios:

Manolo dijo...

"Sostiene Pereira que..."

Buenos días:

Confieso que después de leer tu artículo me han entrado ganas de ir hoy mismo a ver esa película. Confieso que no voy al cine todo lo que quisiera pero porque la vida,aquello que transcurre en medio de todas nuestras ilusiones y deseos, no me da para más. Haces bien en dar una tregua a tu cuaderno de bitácora en estos días y no hablar sólo de economía. En cuanto a la bajada del precio del dinero: ya se verá si es algo bueno o no. Un saludo,

Begoña dijo...

¡Bingo! Tabucchi y Pereira. Un tándem perfecto.
Me alegro de haber despertado tu interés. Ahora bien, he de advertir que, como podrá suponerse, no es una película para todos los públicos. Abundan las escenas violentas.
Confieso que necesarias para entender.