domingo, 28 de diciembre de 2008

Días de radio

"Jamás aceptaría pertenecer a un club que me admitiera como socio." (Groucho Marx, filósofo posmoderno)

Los programas de radio ofrecen a menudo escenas entrañables. No me estoy refiriendo a los radiomaratones o al tipo de productos de corte navideño que pueblan el dial, sino a un subgénero de dimensiones renacentistas –por su amplitud de miras-, las tertulias radiofónicas. Fue precisamente en una de ellas, -no citaré la emisora, adivina adivinanza: el que acierte, premio- donde surgió una interesante disputa que se saldó a gritos, no controlados por un moderador que, ese día, no se ganó el sueldo. Los tertulianos en cuestión se arrogaban el título de ‘liberales’; pero su inserción en ese grupo, véase mi teoría del homo clasificator, implicaba necesariamente la exclusión de su oponente de tan selecta agrupación. Si usted es liberal, yo no lo soy o, en clave marxista, "jamás aceptaría pertenecer al club en que le admitieran a usted como socio".

No pude menos de acordarme de mis clases de lógica con Ángel D’Ors, excelente profesor de una asignatura apasionante, en las que se explicaba los modos de definir los elementos de un conjunto: la definición por extensión y la definición por comprensión. Esta última estipulaba la condición de pertenencia a un conjunto en función de la posesión o cumplimiento de un determinado atributo o característica. Pero volvamos a la radio. Los dos tertulianos disputaban si se puede ser liberal y, al mismo tiempo, defender la intervención, aun puntual, del Estado en determinadas circunstancias, v.g., las actuales. En el nombre de la crisis. Uno de ellos afirmaba que el rechazo a cualquier tipo de incursión está inserto en las esencias del liberalismo. El otro, más laxo, argumentaba que, determinadas condiciones de crisis económica justificarían su intervención. El tono se fue elevando al mismo ritmo que el nivel de los argumentos decaía hasta alcanzar las calderas de Pepe Botero. Cuando el moderador cerró el apasionado “debate” con la excusa de la cuña publicitaria de rigor, ambos abandonaron el estudio convencidos de ser los representantes vivos del arquetipo platónico del “liberalismo”. Entrañable y enternecedora discusión, si se tiene en cuenta el interés que suscita en la audiencia este tipo de cuestiones. No seré yo quien tire la primera piedra. Como siempre me he acalorado en los debates sobre cuestiones abstractas, no puedo menos que quitarme el cráneo.

El tema, en el fondo, tiene su interés, más allá de las categorías clasificatorias, sin duda, apasionantes. Si se preguntara a cualquiera de mis alumnos de 1º de Bachillerato, cuáles son los tres agentes económicos contestarían inmediatamente las empresas, las economías domésticas y las familias. La definición de ‘agente’ es clara: el que actúa. Pero, ¿cuál es el papel del Estado en la economía?

Conjugaré una vez más el verbo favorito de los economistas, supóngase. Una economía que funcionara de acuerdo con el ya explicado modelo de competencia perfecta y que, al mismo tiempo, fuera capaz de garantizar el máximo bienestar. ¿Tendría en esta idílica situación algún papel el Estado? Resistiendo a las tentaciones del credo liberal, versión estricta o laxa –táchese lo que no proceda-, he de asegurar que sí. Como señalan los profesores Quemada y García Verdugo en Bienes públicos globales, política económica y globalización (texto muy recomendable, por cierto), sería necesaria la intervención en cuatro áreas fundamentales con el fin de preservar el correcto funcionamiento de la sociedad y la propia existencia del mercado: el Estado ha de establecer mecanismos para asignar los derechos, entre ellos el de propiedad –actividad legislativa-, tiene que proteger a los titulares de los derechos contra la violencia, el robo y el fraude –actividad coercitiva y policial; tiene que hacer valer esos derechos y los contratos que los generan y transfieren –actividad judicial- y debe salvaguardar los derechos privados o públicos nacionales contra las agresiones de otros países –actividad política y de defensa-. Es obvio que para el correcto desempeño de estas funciones requiere financiación. Los fondos necesarios, entonces, los obtendrá a partir de la recaudación impositiva. Estas cuatro áreas constituyen el objeto de intervención mínima estatal. Es lo que defendía Adam Smith y sus sucesores: los partidarios del laissez faire.

La cuestión no acaba aquí, aunque sí lo haga mi entrada de hoy, porque mi suposición comenzaba con una premisa cuya validez es puesta en entredicho por la existencia de fallos de mercado: un mercado de competencia perfecta que garantice el máximo bienestar. Las quiebras del mercado justifican una intervención del Estado que vaya más allá del mínimo.

Continuará.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Begoña
No es dificil adivinar que se trata de la COPE. ¿Me equivoco?
Buena entrada.
Saludos
Alvaro

Begoña dijo...

Eureka, Álvaro
Efectivamente, no era difícil...
Saludos:
Begoña