“Anche gettarsi in una iniziativa economica , maneggiare terreni e denari era un dovere, un dovere magari meno epico, più prosaico, un dovere borghese; e lui Quinto era appunto un borghese, come gli era potuto venire in mente d’essere altro?” Italo Calvino, La speculazione edilizia.
Mi activo más valioso son mis amigos. Estas declaraciones de principios deberían provocar siempre inquietud en aquellos a los que van dirigidas. Temblad, pues. Espero que no se enfaden si los cito en este cuaderno de bitácora, pero realmente, al margen de otras consideraciones adicionales, el tema de discusión que se suscitó en la comida prenavideña de ayer aúna tres de los ingredientes básicos que me resultan irresistibles en cualquier plato dialógico: economía, ética y medioambiente. Disculpad, chicas, si utilizo esta artera (y quizas inmoral) treta para defender mi posición: no es nada personal: me habéis brindado un tema fantástico. Va por vosotras.
Hablábamos de la manida crisis, -originalidad al poder-, y de los efectos que estaba teniendo sobre las inmobiliarias. Alguien señaló que el cierre de algunas inmobiliarias ha beneficiado a las supervivientes: verdad de Perogrullo, por otro lado, habiendo menos toca a más. La discusión no se originó por esa especie de tautología infantil sino por la constatación de que algunas inmobiliarias habían detectado un movimiento de inversores particulares que comenzaban a adquirir inmuebles con fines especulativos. A río revuelto ganancia de pescadores. He de reconocer que sentí algo semejante a un déjà vu. Me temo que no me convertí en la más popular de la tarde cuando sostuve que esos intereses inversores resultaban inmorales.
Probablemente el adjetivo resulte incómodo. Excesivo. Habrá quien lo juzgue como fuera de contexto. Por eso, en esta entrada de hoy quiero explicar por qué realmente considero que especular con un bien de primera necesidad me parece una inmoralidad. Pese a la limitación del espacio que, inevitablemente, deja escapar muchos matices relevantes. Aunque me quede sola al argumentar.
En los últimos años, se ha producido un fuerte incremento de la demanda de vivienda en nuestro país -como anteriormente sucedió en otros, v.g, Italia, léase La especulación inmobiliaria del gran Italo Calvino- en parte ocasionada por los bajos tipos de interés, inferiores a la tasa de inflación, las facilidades crediticias de las entidades financieras, la ampliación de los plazos de amortización de los préstamos hipotecarios y la presión de la inmigración, contagiada por el lícito deseo de ser propietarios de su propia vivienda. A todas estas causas hay que añadir una que me parece clave para entender cuál es mi tesis: la presencia creciente de ahorradores inversores que comprueban cómo los bajos tipos de interés del mercado no son comparables con las subidas del precio de los bienes inmuebles. Comprar viviendas se convierte en una forma relativamente accesible de rentabilizar los ahorros. De hecho, durante un tiempo se erigió en fuente de pingües beneficios.
Mis alumnos de economía de 1º de Bachillerato conocen de sobra el hecho de que el exceso de demanda provoca una subida de los precios. Si se analiza el fenómeno desde el punto de vista de la oferta, se encuentran recalificaciones de distintos usos del suelo: ingentes superficies son catalogados como suelo urbanizable, provocando el enriquecimiento de un número reducido de pequeños propietarios que experimentan las mieles de la buena venta en propias carnes. La oferta de viviendas para uso individual supera con mucho a la demanda como bien de uso. La vivienda se convierte en un bien de cambio.
El incremento de los precios de las viviendas también es considerable: en torno a un 175% en el periodo comprendido entre 1997 y 2005.Ahora bien, está claro que la condición de posibilidad de la existencia de este tipo de mercado es un sistema crediticio que permita financiar los bienes adquiridos. Aunque no sólo, pues en la vivienda se financia la compra, pero también la promoción y la construcción. Es lo que se denomina Crédito inmobiliario. El endeudamiento de las familias ha sido también espectacular: de tal forma que la relación ahorro inversión que en 1997 ascendía al 4,5% del PIB en 2007 se torna negativa. Este hecho está provocado por el esfuerzo inversor en vivienda en sus modalidades de bien de uso o de inversión. El déficit exterior de balanza por cuenta corriente española refleja el cambio de comportamiento de los hogares españoles, tras la persistencia de unos tipos de interés por debajo de la inflación y de unas elevaciones más que exageradas de los precios de las viviendas.
Además de las facilidades crediticias, hay otro factor que ha de ser tenido en cuenta. Los ayuntamientos han contribuido al problema con las recalificaciones masivas de los suelos con el fin de engrosar las arcas municipales (cuando no las suyas propias). Ahora bien, el hecho de que el suelo sea urbanizable no implica necesariamente que se reduzca su coste. Los propietarios del suelo esperan el momento propicio que suponga la maximización de sus beneficios particulares. Y lo cierto es que la jugada era claramente ventajosa: en 2005 cada metro cuadrado de suelo recalificado de rústico a urbanizable residencial supuso una media de beneficios de 100 euros por metro cuadrado. Ni Madoff y sus piramidales trucos de prestidigitador financiero.
En dicho contexto no es extraño que la actividad productiva se reoriente en la dirección de la construcción, que crezca el déficit de balanza de pagos y que también cambie la composición del poder económico. Una estructura económica presa del ladrillo y que, como en el cuento de los tres cerditos, al primer envite del lobo de la crisis, se cae como un castillo de naipes. Es la famosa cuestión del coste de oportunidad, hay que elegir y elegir supone renunciar. Y las elecciones comportan consecuencias: en última instancia desempleo, corrupción urbanística, negación de la posibilidad de acceso a un bien básico a otros ciudadanos con menores rentas y canalización de los fondos que podrían ser utilizados en otros sectores económicos estratégicos y/o productivos a la producción de bienes de demanda ficticia, sin olvidar los daños ambientales producidos en las áreas costeras.
Después de repasar el elenco de adjetivos a mi disposición para calificar esta situación, no encuentro otro que el de inmoral. Mi proverbial pobreza léxica.
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