miércoles, 24 de diciembre de 2008

Qué bello es vivir

"Honraré las Navidades en mi corazón, y trataré de mantenerlas todo el año" (Charles Dickens)

Aviso para navegantes: la entrada de hoy no es apta para diabéticos. Probablemente tampoco el día lo sea, pero a veces es necesario inyectarse por la vía que se desee una buena dosis de optimismo. Aunque haya sobradas razones para el pesimismo. Como aseguraba Sean Connery en Los últimos días del Edén, película que, por cierto, defiende la necesidad de conservar y proteger la naturaleza sin aspavientos ni banderas: "es de mal gusto hablar de la muerte en la cama de un agonizante".

Me debato entre dos actividades: releer Canción de Navidad de Charles Dickens u obsequiarme con la película Qué bello es vivir de Frank Capra. Dos pequeñas joyitas que muchos espíritus cínicos o descreídos se han obstinado en empequeñecer. Optimismo naif. Pastel de Navidad. Tal vez, sea más lúcido digerir hoy también las amargas uvas de la ira. Pero me quedo con el dulzor. La pars destruens siempre se ha revelado de más fácil factura que la construens. Deconstruir o construir. Me quedo con la tercera vía: reconstruir. Me fastidia esa arrogancia supuestamente ilustrada que se burla de ciertos mensajes que apelan a lo mejor del ser humano. Porque haberlo, como las meigas, haylo. En la era de la deconstrucción, de la posmodernidad, del nihilismo atroz, no hay lugar para los ejercicios y mensajes de optimismo, aunque Capra y Dickens tuvieran buenos motivos para proclamar otras visiones del ser humano menos condescendientes.

Creer en la bondad, en que todo el mundo puede cambiar si encuentra el estímulo necesario para hacerlo, en que existen ángeles de paisano que se cruzan en las propias vidas, y, lo que es mejor, las cambian, se considera síntoma de ingenuidad, de candidez, de candor infantil. Comeflores, como un amigo mío diría. Con seguridad hay verdad en toda esa desconfianza hacia la condición humana. Un paseo por el mundo quiebra la fe en la humanidad del más filántropo. Pero no es menos cierto que en ocasiones es necesario repetirse una y otra vez que otro mundo es posible, que hay esperanza, que no todo está perdido. Abandonar la lucidez y abrazarse a la utopía. Se lo advertí: hoy estoy cubierta de almíbar.

Y para no perder empalago, quiero hacer mención a este enlace que muestra un fenómeno que he estudiado con mis alumnos de 1º de Bachillerato en clase. La demanda depende de múltiples factores y, en ocasiones, no es fácil acometer aisladamente el estudio de cada uno de ellos. La sempiterna cláusula del caeteris paribus. El hecho es que los precios de los otros bienes, influyen en la demanda de un bien o servicio, así como la renta o las expectativas de los consumidores. Y en la realidad estos factores comparecen en grupo. En este caso, la demanda de turrones, mazapanes y otras deliciosas dulzainas se ha visto incrementada por el hecho de que un mayor número de gente haya decidido permanecer en sus hogares, consumiendo turrón, cava, tele y/o bingo familiar, en lugar de irse de vacaciones. Las empresas turroneras han aprovechado el tirón: han seguido una estrategia de mantenimiento de los precios y, como consecuencia, han incrementado la demanda. Ahora bien, la demanda agregada de estos bienes no ha variado sustancialmente en la medida en que la crisis ha provocado un descenso de la demanda de turrones para los tradicionales aguinaldos.

Les deseo una felicísima Navidad. Se la merecen.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Hola Begoña!
Ya veo que no paras ni en Nochebuena. ¡Enhorabuena por este blog, que cuidas con tanto tesón!
Eso sí, hoy no esperamos entradilla, que es festivo.. jeje.
¡FELIZ NAVIDAD!!!

Begoña dijo...

Feliz Navidad.
Haces mal en no esperar entradilla...