lunes, 22 de diciembre de 2008

Santa Bárbara

"La información es poder" (Francis Bacon)

Es habitual acordarse de Santa Bárbara cuando truena. Lo cual no deja de ser explicable si se considera el elevado número de preocupaciones y estímulos varios con los que hay bregar en la vida diaria. La tormenta actual es económica y los truenos superan con creces el nivel de decibelios admitido por las legislaciones ambientales, -laxas, demasiado laxas,- relativas al ruido en nuestro país. Otro día hablaré del tema, puesto que guarda relación con otro que ya ha comparecido en este foro: el de la productividad.

Si la tormenta financiera podía haberse previsto es una cuestión que no voy a dirimir aquí. Tampoco voy a volver sobre los pasos de los Ninjas o los Madoffs de turno. Lo que, sin duda, se ha puesto en entredicho es la eficacia de las llamadas agencias de rating, cuando no su connivencia con todos aquellos que han alimentado a la bicha, esto es, la crisis financiera. Hay análisis para todos los gustos.

Este cuaderno de bitácora nació con un claro objetivo didáctico que no conviene olvidar. Por eso, no voy a entrar en valoraciones acerca del papel de estas agencias: me limitaré a exponer qué son y para qué nace el llamado rating. Con el fin de ampliar la panorámica, me subiré a hombros de un gigante: el profesor M. Sesto Pereira y su libro Teoría de la Financiación.

Rating viene a significar “calificación crediticia”. Trata, por ende, de proporcionar una información sobre el nivel de calidad de los prestatarios que acuden a los mercados financieros en busca de recursos. Por ‘calidad’ se entiende en este contexto la capacidad para atender de forma regular y en el tiempo previsto las obligaciones de pago contraídas.

En el fondo, el nacimiento de las agencias de rating surgen de la necesidad de información que los inversores, desconocedores a priori de la situación de las empresas, requieren de la calidad crediticia de los emisores. Y esa necesidad se agudiza por dos fenómenos: el de la desintermediación financiera y el de la titulación que provocan que las empresas sustituyan deuda bancaria por títulos de deuda que colocan en los mercados internacionales. La internacionalización de la empresa, por tanto, provoca que la necesidad de información fidedigna de los inversores sea mayor. Nadie presta su dinero a ciegas y si lo hace, exigirá como contraprestación una rentabilidad muy elevada. Quien asume riesgos elevados lo hace movido por elevadas expectativas de ganancia.

Las agencias de rating prestan, por consiguiente, un servicio: proveen a los inversores de un bien precioso: la información. Pero no sólo los inversores se benefician de sus tareas, los emisores pueden obtener una financiación más barata, debido a que los riesgos de los inversores se reducen al contar con información cierta de los productos. Corolario inevitable de la teoría de la racionalidad del inversor.

Las propias empresas que buscan financiación son las que solicitan y pagan la recalificación por parte de las agencias. Los datos los facilitan las organizaciones y las agencias se reservan el derecho a modificar o retirar un determinado rating si la información recibida de la empresa se modifica. La información ha de ser, por tanto, minuciosa y detallada. El rating no se hace público sin el consentimiento de la empresa para así poder ampliar la información con el fin de mejorar la calificación. Cuanto más alta sea la calificación, evidentemente, mayor facilidad tendrá la empresa para colocar deuda.

Las principales agencias de calificación son Standard & Poor’s y Moody’s en EEUU y IBCA en el Reino Unido. Probablemente, estimados internautas, habrá oído hablar de las tres AAA de S&P (la calificación más alta según esta agencia) cuya adjudicación comporta una capacidad extremadamente elevada de pago de los intereses y del principal. En el extremo contrario se encontrarían los productos financieros calificados con una D, que, en última instancia, son fallidos. Sin llegar a alcanzar esta categoría, se encuentran los C que son indicativos de una calidad crediticia muy baja.

Lo que he explicado es la teoría. La práctica discurre por otros derroteros. ¿Han desempeñado las agencias de rating este idílico papel de protección al inversor, informándole cabalmente de los riegos de los productos que estaba adquiriendo? Como diría un insigne político ya jubilado: me alegro de que me hagan esa pregunta. Pensaré la respuesta.

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