jueves, 11 de diciembre de 2008

El coleccionista

"Como todo poseedor de una biblioteca, Aureliano se sabía culpable de no conocerla hasta el fin"
(Jorge Luis Borges, El Aleph)

Pocos planes de mañana de sábado superan a la búsqueda y, si los hados son propicios, hallazgo de ejemplares raros en una librería de viejo, de segunda mano (mis favoritos) o de ocasión. Tras el café de rigor, evidentemente, y, si es posible, en compañía. La experiencia demuestra que siempre se encuentra algo: en ocasiones, pequeños tesoros abandonados por herederos no conscientes del valor del legado recibido. Gente que, indefectiblemente, confunde los conceptos de valor y precio. Un pecado no apto para los economistas principiantes. No quiero, sin embargo, ser injusta o caer en el juicio precipitado: en ocasiones, las circunstancias obligan a desprenderse de volúmenes que han ido adquiriéndose lentamente y que han ido calando y sedimentando en el espíritu, permítaseme el término, de su poseedor. Una verdadera pérdida para los coleccionistas de libros. O un verdadero hallazgo para el que lo encuentra. A pesar de que siempre se sienta una incómoda sensación al descubrir el ex libris o la rúbrica de su anterior propietario, sólo compensado por la certeza de que ha caído en buenas manos, si se me permite la inmodestia.



En una de esas mañanas de caza conseguí, entre otros trofeos, un libro de Peter Drucker, uno de los gurús oficiales del management, perdón por la palabreja. El volumen recogía una compilación de los mejores artículos del autor. No suelo ser amiga de obras que comiencen con expresiones del tipo "lo mejor de zutanito" o "fulanito imprescindible" o "selección de textos de perenganito". Entre otras cosas porque, como lectora, prefiero ser yo la que elija el criterio de selección. Pero en aquella ocasión, pudo más la pereza y me decidí a comprar el libro que llevaba por título Drucker esencial.

Sin embargo, me suele pasar cada vez más frecuentemente, la obra fue a parar al limbo de los libros que pueblan las estanterías en busca de un lector. Hasta que, estos días, aprovechando una pequeña enfermedad, me he decidido a leerlo. No me ha defraudado. Los artículos resultan interesantes, bien escritos, con un estilo anglosajón preciso y sin florituras(aunque Drucker era austriaco el nazismo le obligó a emigrar a EEUU). Además están impregnados de una suerte de patina humanista que hace que su acercamiento al mundo de la empresa me resulte especialmente atractivo. Lo cual no significa que comparta todos los planteamientos defendidos y expuestos en el libro.

Hay un artículo, probablemente no el más representativo, que no me resisto a glosar. Lleva por título “la persona culta”. La tesis fundamental de Drucker es que, lejos de lo que a veces se suele pensar, en la llamada “sociedad del conocimiento” el centro de gravedad reside en la persona y no en los programas o medios informáticos. La razón es que los soportes informáticos, resulta casi tautológico recordarlo, contienen únicamente información. El conocimiento, por el contrario, está siempre encarnado en una persona. “El giro hacia la sociedad del conocimiento, por lo tanto, coloca a la persona en el centro. Y, al hacerlo, plantea nuevos desafíos, nuevas preguntas, sin el más remoto antecedente, relativas al representante de esa sociedad del conocimiento, la persona culta”.

Pero, ¿qué es una persona culta? En todas las sociedades, sostiene Drucker, la persona culta es algo así como un ornamento, un atributo que no es en modo alguno esencial. Se es guapo, atractivo, rico y culto. Sin embargo, en la sociedad del conocimiento el accidente deviene esencia: la persona culta se revela como el arquetipo social.

Admitamos esta idea. La cuestión no queda zanjada aquí, en la medida en que espontáneamente surge una cuestión ulterior ¿Cómo conseguir “personas cultas”? Drucker apunta que movimientos antisistema niegan la propia posibilidad de existencia de la “persona culta”; es la posición de los deconstructivistas. En el otro bando, se sitúan los que él denomina humanistas, que consideran que el sistema actual está incapacitado para concebir “personas cultas”. En este sentido, proponen un regreso al pasado, a los clásicos. Drucker defiende que ambos están en un error. Resumiendo mucho, el medio así lo requiere, la tesis de Drucker es que “no necesitamos ni obtendremos individuos de saber enciclopédico que puedan desenvolverse en distintos campos de conocimientos. En realidad, es muy probable que nos hagamos cada vez más especializados. En cambio, lo que sí necesitamos (…) es la capacidad de entender los diversos conocimientos. ¿A qué se refiere cada uno? ¿Qué es lo que trata de hacer? ¿Cuáles son sus temas centrales y sus principales teorías? ¿qué nuevas aperturas mentales ha producido? ¿Cuáles son sus más importantes áreas de investigación, sus nuevos desafíos y problemas?”.

Sin duda, uno de los mayores cambios a los que se enfrenta el hombre actual es el del conocimiento, en su forma y en su contenido, en su significado, en su responsabilidad y en lo que implica ser una persona culta. Una verdadera revolución.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Begoña,
No estoy de acuerdo con Drucker, ya que personas cultas hay muchas hoy en día. Si que es verdad que normalmente se le atribulle el físico de una persona fea, con gafas,... pero ya no es así. Casi todos los profesores, por ejemplo, son personas cultas, ya que conocen perfectamente el "área" que nos imparten, y además, normalmente conocen "la historia", por tanto me parece una afirmación absurda la de Drucker.
Besos,
Elsa

Begoña dijo...

Buenas noches, Elsa:
Creo que tienes que ser un poco más prudente a la hora de calificar las ideas de los demás. Tildar una opinión o una visión de ‘absurda’ es semejante a reducirla a cenizas, a la nada. De hecho, frente a lo absurdo no cabe ningún tipo de argumento y, por consiguiente, supone el fin de todo diálogo. Pienso que no querías llegar tan lejos, así que me centraré en tu intervención. Drucker defiende que las personas ‘cultas’ no son las que tienen muchos conocimientos aislados; incluso las que poseen un saber enciclopédico. Saber es saber relacionar, conocer las causas de los sucesos y entender la realidad en su conjunto. Poseer una visión global de la realidad.
En fin, Elsa, mucha suerte mañana.
Un abrazo:
Begoña