lunes, 16 de febrero de 2009

La fuerza de las circunstancias

"El principio de utilidad significa aquel principio que aprueba o desaprueba cada una de las acciones según la tendencia que aparenta tener para aumentar o reducir la felicidad de la parte cuyo interés está en cuestión; o, lo que es lo mismo en otras palabras, para promover u oponerse a esa felicidad". Jeremy Bentham

Casi no llego a mi cita. En ocasiones resulta difícil cumplir con lo prometido: no porque no se desee hacerlo, sino porque el control absoluto de todas las circunstancias se revela imposible. Los límites de nuestra libertad se presentan inesperadamente en nuestra cotidianeidad. Mi problema de esta tarde ha sido mi conexión a la red: después de mil intentos baldíos por restablecer el contacto, la solución ha sido la retirada a tiempo. No vale la pena luchar contra lo que no se puede cambiar. Es inútil.

Y precisamente de utilidad o de la desagregación del propio concepto, como anuncié el sábado, quiero hablar hoy. Para ello me subiré a los hombros de un gigante: el profesor C. Rodrigo y su interesante libro Aspectos estratégicos de la dirección de la producción. En la entrada anterior enuncié cuáles eran las cinco clases de utilidades que se suelen manejar en el lenguaje económico.
Comenzaré por la utilidad de forma, que consiste en conseguir que los bienes tengan la forma y las cualidades que el consumidor desea para su posterior utilización. Lograr esa utilidad es asunto de la función de producción.


Ahora bien, una vez que los bienes tienen la forma pretendida es necesario que se pongan a disposición del consumidor en el momento del tiempo en que éste desee adquirirlos: por eso, se habla de utilidad de tiempo.

Pero aquí no acaba todo, el consumidor ha de disponer los bienes en el lugar en que le resulte más cómodo acudir a comprarlos (pequeños comercios, supermercados o incluso a través del comercio electrónico).
Es fundamental, por otro lado, que el consumidor sepa de la existencia del producto, dónde es factible adquirirlo y sus atributos fundamentales, incluido el precio: lo cual conduce inmediatamente a la denominada utilidad de información.


Finalmente, la utilidad de propiedad posibilita que el comprador disponga de él de la manera que le resulte más adecuada a sus propósitos.

El departamento comercial o de marketing es el encargado de crear las últimas cuatro utilidades. Sin embargo, se debe realizar una precisión: son las empresas las encargadas de crear las utilidades, pero raras veces una misma empresa lleva a cabo todas las operaciones necesarias para crear la utilidad total, utilidad que se va creando por la acumulación de diversas fases, en cada una de las cuales se añade cierta utilidad, y por tanto, cierto valor, al bien o servicio del que se trate. En última instancia, hablar de utilidades es sinónimo de hablar de creación de valor. Al menos en este contexto. ¿Puede equiparse la utilidad al valor en términos generales?

Interesante cuestión, sin duda, sólo que temo rebasar las lindes económicas. No quiero, sin embargo, renunciar a este debate: en realidad, es uno de Los verdaderos debates. ¿Alguien se anima?

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola de nuevo, Begoña:

¡Me he animado!

Si con valor nos referimos al valor económico, podríamos entender que este es una cualidad que asociamos a la idea de lo útil, es decir, sólo vale aquello que sirve para algo; y por lo tanto la utilidad y el valor son términos con una relación directa.

También apunto a que algo puede ser útil y no tener valor económico. Por ejemplo: el sol. El sol supera incluso la utilidad ya que es necesario; sin embargo, no tiene valor económico. Por otro lado están los bienes que tienen valor económico o material , pero no son útiles. Por ejemplo: una tierra sin labrar. Aquí es donde entra también el concepto del trabajo. En este caso la tierra tendría utilidad cuando se hubiera labrado (trabajo) porque ya nos ofrece frutos que sí son útiles y satisfacen alguna necesidad (alimenticia).

También conviene hacer mención al valor ajeno y propio. Y con esto quiero decir que un objeto puede tener un gran valor económico y sin embargo, ninguna utilidad para mí. Por ejemplo unos patines carísimos si yo no sé patinar. Valga el absurdo ejemplo. Y viceversa, un objeto puede serme de gran utilidad y su valor en el mercado sea muy bajo -una barra de pan en un país tercermundista-.

Con todo eso podemos sintetizar que el valor es esencialmente variable y no hay una medida segura que se le pueda aplicar. Simplemente expresa una relación entre términos sujetos á continuas alteraciones.

Un abrazo, Nora.

Joaquín dijo...

Buenas noches,

interesante sugerencia, Begoña, aquí va mi opinión:

Utilidad y valor no son la misma cosa. Éste último es la medición de aquella.

En el anterior artículo, Nora plantea en su comentario una pregunta que se las trae: ¿la satisfacción implica siempre utilidad?

A mi entender, la satisfacción es la manifestación de una necesidad cubierta. Sin embargo creo que la utilidad tiene un componente de conveniencia que no necesariamente lo incorpora una necesidad cubierta.

Estoy a deseo de leer sus opiniones. Me resultan muy útiles y satisfactorias!

Joaquín dijo...

Buena reflexión Nora... cuando he escrito mi comentario no había reparado en tu nueva intervención.

Saludos