"...cuando alguien dice que hay un interés internacional, o un interés global, puedes estar seguro de que alguna nación va a sufrir" (A. Agarwal)
Vuelvo a estar en activo. No quiero decirlo demasiado alto porque nunca se sabe dónde se oculta el enemigo, y más si es microscópico. En cualquier caso, me ha quedado bien clara una cosa: el refrán donde hay patrón no manda marinero es radical e irremediablemente falso. Me gusta y me halaga más el de “por sus comentaristas y sus alumnos los conoceréis” no demasiado alejado de la tesis de Ortega y Gasset en Estudios sobre el amor, muy apropiada para los creyentes y practicantes de estas edulcoradas fechas, según la cual el amor no es ciego y cada uno tiene lo que se merece. He dicho.
Bromas aparte, es necesario retomar un tema que quedó algo escondido hace unas entradas. Vuelvo, como prometí, a acudir a Kapuscinski, en concreto a Lapidarium III. Si recuerdan, hablábamos de la pobreza extrema y del hambre. Siempre he tenido la sensación de que los occidentales abordamos la cuestión desde una perspectiva sentimental: nos produce lástima (cada vez menos) contemplar ciertas imágenes, tener noticia de ciertas estadísticas y esa lástima deriva en una suerte de impulso caritativo que nos justifica y nos provee de una especie de cortina de razones que nos impide ir más allá. Algo es algo. Pero no creo que se trate del acercamiento más adecuado a un problema que en sus orígenes poco tiene de sentimental.
Como intuyó certeramente ayer David, el texto del catedrático Jürgen Donges era una provocación nada encubierta. Vivimos en una economía de mercado, pero a estas alturas de la película (casi) nadie duda de la necesidad de una intervención estatal. El problema reside en determinar si la potestad del estado es lo que era, o, por el contrario, los flujos internacionales financieros y comerciales están poniendo en entredicho su fuerza como institución. Hay quien incluso habla de la extinción del estado-nación.
Es, y vuelvo al tema principal, en ocasiones, difícil desentrañar la conexión entre el enriquecimiento rápido de algunos y el empobrecimiento veloz de otros. Kapuscinski y Bauman, de quien también hablé en este foro, señalan que el encubrimiento eficaz es el producto de tres recursos interconectados aplicados con la connivencia de los medios de comunicación y que tienen que ver con nuestra percepción mediatizada de los “males del mundo”
El primer mecanismo de la ocultación es el siguiente: la noticia de una hambruna viene acompañada por la advertencia de que las mismas tierras donde las personas vistas por televisión mueren de hambre y enfermedades son el lugar de nacimiento de los tigres asiáticos. El mensaje subliminal, o tal vez, no tanto, es que los pobres son responsables de su suerte. El territorio deviene así tierra promisoria para unos pocos y trampa mortal para los más.
El segundo guarda relación con el guión y la edición de la noticia. Ambos reducen el problema de la pobreza y las privaciones exclusivamente al hambre. Como señala Kapuscinski tal forma de presentar el problema “degrada terriblemente y les niega plena humanidad a las personas a quienes se supone que queremos ayudar”. La igualdad pobreza = hambre, oculta muchas dimensiones complejas de la pobreza: condiciones de vida y vivienda infrahumanas, analfabetismo, agresión, disolución de la familia, etc. Las impactantes ilustraciones de la hambruna evitan cuidadosamente toda asociación con la destrucción de puestos y lugares de trabajo. Las riquezas son globales, la miseria es local, pero no hay vínculo casual entre ambas, al menos en el espectáculo de los alimentados y la alimentación. Las trayectorias globales de los recursos financieros tal vez sean tan inmateriales como la red electrónica por donde se desplazan, pero dejan rastros locales penosamente tangibles y reales: “despoblación cualitativa”, destrucción de economías regionales otrora capaces de mantener a sus habitantes, marginación de millones incapaces de hacerse absorber por la nueva economía global.
Y tercero, el espectáculo de los desastres en la performance diaria de los medios también apoya y refuerza la indiferencia ética cotidiana en otro sentido, además de descargar los sentimientos morales acumulados. Su efecto a largo plazo es que “la parte desarrollada del mundo se rodea con un cordón sanitario de falta de compromiso, erige un Muro de Berlín global; toda la información que viene de `allá afuera` se refiere a guerras, asesinatos, drogas, saqueos, enfermedades contagiosas, refugiados y hambre, es decir, a algo que nos amenaza. Raramente, sin conexión alguna con las escenas de guerras civiles y masacres, nos hablan de armas letales usadas con ese fin. Más raramente aún, nos recuerdan lo que preferimos no escuchar: que esas armas empleadas para convertir países lejanos en campos de masacre vienen de nuestras fábricas de armas, celosas de sus pedidos, orgullosas de su productividad y su competitividad global.”
El diagnóstico no es mío. Hay muchos matices que faltan para completar el cuadro. Pero creo que es lo suficientemente interesante como para traerlo a colación en estas líneas. Otro ejemplo de esas cosas que nunca te dicen. Cortinas rasgadas
6 comentarios:
Me niego a ser pesimista. De hecho, soy un optimista empedernido. Y tengo razones para serlo.
Creo que por primera vez en la historia tenemos una oportunidad para construir un equlibrio completo (que englobe a todos), a diferencia de otras ocasiones donde sólo tuvimos la oportunidad de llegar a equlibrios parciales.
Me explico. En mi opinión (muy simplista, lo advierto...) las grandes crisis económicas (como a la que ahora nos enfrentamos) sobrevienen tras el descubrimiento y aplicación de grandes avances tecnológicos en la humanidad que, sindo muy positivos sobre el papel, provocan inicialmente una ruptura del equilibrio pre-existente, de consecuencias muy negativas, y tras el cual viene un período de adaptación, mas o menos largo, hasta alcanzarse un nuevo equilibrio.
Este nuevo equlibrio podría ser objetivamente valorado como mejor, siempre que se ignorase dos COSTES (no estrictamente económicos): el de quienes no participan de este equilibrio y el de quienes se han quedado en el camino, víctimas del cataclismo inicial. Desgraciadamente, hasta la fecha estos COSTES ha sido lo suficientemente masivos como para no ignorarlos.
Un claro ejemplo lo podemos ver observando la anterior gran crisis económica, la de 1929 que tanto se habla estos días, cuyo origen se encuentra en el siglo XIX con el descubrimiento y aplicación de la electricidad.
Un avance tan positivo sobre el papel, que permitió el desarrollo de grandes industrias (un referente es la automoción, pero fueron muchas otras) y grandes modelos industriales (los archiconocidos Taylorismo y Fordismo, por ejemplo). Las industrias eran capaces de producir y producir, de una manera jamás imaginada. Tanto produjeron, que llegó un momento en que no había consumidores para tanto bien, hasta que un suficiente número de personas se dieron cuenta un viernes de 1929.
La crisis que sobrevino fue tal que muchos consideramos que fue causa necesaria del inicio de la Segunda Guerra Mundial, cuyo COSTE en términos de pérdidas humanas se cifra entorno a los 100 millones de personas.
En el camino hacia un nuevo equilibrio económico, la afloración masiva de las clases medias, con crecientes niveles de vida, supuso la solución al problema de la sobreproducción: el consumo. Se llegó a un equilibrio mejor que el anterior, sin duda.
Pero hay que advertir de que se trata de un equilibrio parcial puesto que, en general, sólo los países noroccidentales alcanzaron tal equilibrio. El COSTE de los países del bloque comunista por un lado, y de la mayoría de las ex-colonias (de donde brotó lo que llamamos Tercer Mundo) de otro sigue siendo enorme a día de hoy.
Vamos con la crisis actual (lo siento, hoy no os puedo prometer brevedad... estoy en un tren y dispongo de muucho tiempo!)
En mi opinión, la crisis actual es causa de un desequilibrio producido por el descubrimiento de nuevas tecnologías de comunicación y computación, desde los años 50 del siglo pasado, y en su aplicación a partir de los 90. Lo que sin duda supone un gran avance a priori.
En los años 90 se ponen en práctica dichos avances de manera generalizada: comunicaciones vía computación (correo electrónico, satélites, redes: Internet, intranets...), telefonía móvil, satélites... Lo que supone una "revolución de la información" a todos los niveles.
En los 90 unos de los primeros usuarios de estos avances son los bancos y demás agentes de los sistemas financieros. Con nuevas herramientas son capaces de interactuar de manera inmediata, ya que millones de informaciones pueden fluir a la vez (gracias a la computación) de una punta del mundo a otra en un instante (gracias a las nuevas comunicaciones).
Lo que pasa a partir de aquí, todos lo conocemos (aunque me gustaría explicarlo, pero necesitaría varios días de tren): globalización, primero financiera (el dinero no necesita medios de transporte ahora) y después económica (facilitada por la globalización financiera, por los avances en comunicación y transportes... créanme que sé de lo que hablo).
¿Dónde está el desequilibrio ahora?
Tal como pasó en 1929, parece ser que nuestras economías no estában preparadas para soportar estos avances (a priori positivos) sin romper el equilibrio.
Permítanme un simil: globalizarnos (financiera y económicamente) implicaba poder "jugar" en todos los rincones del planeta. El problema radica en que en cada "campo" había unas reglas del juego propias (en unos campos más definidas que en otros), y que la liga (alias globalización) ha comenzado sin un reglamento común o, si éste ha existido, con uno claramente insuficiente.
La baraja parece haberse roto cuando nos hemos dado cuenta que, tras los primeros partidos, no se pueden analizar los resultados de forma objetiva para, por ejemplo, establecer las clasificación de la liga correctamente. De tal manera que ahora nadie quiere seguir jugando, al menos hasta que haya reglas claras y comunes.
Si queremos seguir en esta globalización (parece que es un fenómeno imparable, dado que la tecnología no se puede ignorar) debemos, en definitiva, encontrar un modo de establecer reglas comunes.
Creo que el equilibrio tardará en alcanzarse, ya que no parece tener sentido que esto vuelva a desembocar en otro equilibrio parcial, como sucedió el siglo pasado. Creo que esta vez no se deberá quedar nadie fuera. Pero queda mucho para esto. El siglo pasado tardaron casi 40 años.
En lo que nos tenemos que centrar ahora es en evitar al máximo los COSTES que sufrieron nuestros antecesores el siglo pasado. Y al que debemos añadir otro COSTE nuevo y muy peligroso: la amenaza medioambiental.
Soy optimista, insisto. Creo que ahora estamos mejor preparados para afrontar el reto. Y tenemos mejor información. No olvidemos que, además de los medios que comenta Begoña en el artículo, tenemos nuevos medios de información traidos por la tecnología. Por ejemplo, un amigo mío, de "mi cuadrilla" de toda la vida, vive ahora en el Congo (un infierno en guerra civil. Por cierto, probablemente puede vivir allí gracias a las posibilidades abiertas por las tecnologías). Y otro en Honduras. Con mis amigos, tenemos la costumbre de escribirnos todos los días, incluidos ellos dos, de tal manera que estamos al corriente del día a día. Para mí esa información es directa. Hace unos años hubiese sido impensable.
La información ha cambiado mucho. Quizás no hayamos sabido adaptarnos todavía a los cambios tecnológicos. Pero lo haremos. Sabremos sacarle partido de manera que nos sea útil. Que mejoremos. Este blog es un ejemplo extraordinario.
Si la información es poder... PODREMOS!
En fin, Joaquín, qué contestarte...
Creo que tengo que viajar más en tren...
En relación con la amenaza medioambiental véase la entrada de hoy.
Saludos:
Begoña
Joaquín, me ha gustado lo que dices.
Es un punto de vista interesante sobre el que no había reflexionado y lo voy a hacer.
Tan solo una puntualización. La crisis del 29 no tuvo nada que ver con la Segunda Guerra Mundial, pese a que la opinión masiva es esa. No fue la crisis del 29 la provocó la Segunda Guerra Mundial. La única relación entre ambas es que la Segunda Guerra Mundial terminó de solucionar la crisis del 29. Puede parecer lo mismo, pero es radicalmente contrario.
Me explicaré.
La crisis del 29, se ciñó a Estados Unidos. Se produjo la Gran Depresión, el paro y la miseria galoparon. Cuando doce años más tarde EE.UU. entró en guerra, terminó de resolver ese problema. Pero no entró en guerra para resolverlo. Lo resolvió al entrar en la guerra. Sin embargo, la guerra no la había provocado EE.UU. Entró en un dominio que otros habían creado antes.
La SGM estuvo provocada por la beligerancia del nazismo y por el expansionismo japonés. En ambos casos había un fondo económico, pero no relacionado con la crisis del 29.
Alemania carecía de algunos recursos básicos y tenía una densidad de población muy alta. Necesitaba espacio (bajo el prisma hitleriano, obviamente). Japón exactamente igual. Carecía de algunos recursos básicos (entre ellos petróleo, carbón, acero, caucho) y dentro del imperialismo exacerbado que reinaba en el ejército japonés, decidieron que si estaban a tiro de cruzar el mar, podían cogerlos.
Pero en las economías de 1930 no sucedía nada demasiado grave, excepto en EE.UU. No había globalización y apenas hubo afectación de la crisis del 29 fuera de las fronteras de EE.UU. Y fue fuera de esas fronteras donde se gestó la guerra.
La economía británica estaba inmersa en cambios productivos y actualizaciones tecnológicas. Era una economía básicamente industrial. Algo similar ocurría en la industria francesa, pero con un componente agrario muchísimo más fuerte (en peso) dentro de su economía. Sus economías no estaban deprimidas.
La alemana todavía no florecía, porque hubo que esperar a que definitivamente se rompiera el Tratado de Versalles en 1936 para que así sucediera. Es cierto que el paro y unas condiciones económicas muy difíciles ayudaron a que Hitler alcanzara el poder en 1933, pero esta situación, heredada de la república de Weimar, nada tenía que ver con la crisis del 29. En aquella época, la industria militar era un porcentaje notable de la industria total en cualquier país (y también la industria movía más la economía, muchísimo más, que hoy en día). Alemania, tras perder la Primera Guerra Mundial, perdió el derecho a tener una industria militar. (Como anécdota, ni siquiera podían fabricar motores de avión). Hitler empezó a romper las limitaciones nada más llegar al poder y en 1936 las rompió definitivamente.
La economía japonesa era muy pujante en 1930. No le sucedía nada malo. Tan sólo un exceso de ambición y la obsesión con poseer la independencia de recursos dentro del país.
Rusia estaba con los famosos planes quinquenales de Stalin (industriales y agrarios) que, en estado de semiesclavitud laboral, habían obrado milagros sobre la economía rusa.
No menciono a Italia, Canadá, Australia y a otros países, porque su papel realmente no fue tan relevante en la SGM.
EE.UU. lo pasó mal en los 30. Pero a finales de esa década su economía ya estaba en expansión. La SGM sirvió, económicamente, de catalizador exagerado de esa expansión. Es la consecuencia de la Economía de Guerra. Roosevelt se dejó las cejas para conseguirlo. Ganaron la guerra y el catalizador siguió funcionando. Durante toda guerra, los avances tecnológicos son siempre muy superiores a los de la época de paz. De hecho y como país ganador que fue, la industria militar siguió siendo una parte muy importante de su economía. Aún hoy lo es.
Y lo mismo le pasó a otros países. La Producción Industrial de la Alemania de 1944, más que duplicaba la de 1941. En 1944, cada noche la RAF británica bombardeaba en alfombra las ciudades alemanas, y a la luz del sol era la USAF (americana). Mientras en 1944 se destruían ciudades enteras casi cada día, en 1941 los aeroplanos aliados escasamente sobrevolaban Alemania. Pero se las ingeniaron para meter fábricas enteras dentro de minas, de túneles ferroviarios, ocultaron sus unidades productivas a lo que desde un avión se podía ver. E hicieron que la Economía de Guerra también fuera un catalizador para ellos (que por cierto ayudó a muchas empresas alemanas que hoy vemos cada día, florecieran). Todo esto, no tuvo nada que ver con Hitler. Un tal Albert Speer fue quien obró el milagro (y no lo consiguió sólo por la mano de obra esclava, sino por la variación de los sistemas productivos).
Ufff... que me lío y este sí que es mi tema y no la economía de la que hablo otros días en este blog.
Total que, con todo el respeto, te llevo la contraria en esa afirmación, porque sé que es una creencia masivamente extendida y cual esforzado cruzado, intento desmontarla siempre que tengo ocasión.
Un abrazo,
David
Hola David, muchas gracias por tu aclaración.
En cualquier caso, creo que no me expliqué bien. Cuando hablo de que la crisis de 1929 fue "causa necesaria" de la SGM no me refiero siquiera a que fuese una de las causas principales sino que, a buen seguro el gran conflicto no hubiese tenido lugar si Wall Street no se hubiese colapsado años atrás... como dije ayer, esta es una opinión personal.
Creo que el ascenso de Hitler al poder se produjo "por los pelos", tras producirse un conjunto de circunstancias que en un principio eran poco probables de producirse a la vez.
Mi opinión es que sin la crisis del 29 Hitler no hubiese podido ascender al poder, ya que la situación de alemania no hubiese sido tan desesperada.
¿Por qué?
La caída en picado de los mercados financieros en todo el mundo (existentes a nivel global ya desde entonces) afectó a Alemania en gran medida, su economía se mostró especialmente vulnerable al estar construida en gran medida por capitales extranjeros, mayormente por los American Loans. Además, la economía alemana era bastante dependiente de los mercados exteriores.
Tras el 29, el doble efecto de congelación de préstamos americanos y la práctica extinción de las exportaciones alemanas dejaron a su industria absolutamente descompuesta.
Esto trajo (o añadió) enormes tasas de desempleo. Junto a ello, la banca se hundió de tal manera que los alemanes que tenían ahorros fruto de años de trabajo, los perdieron de un plumazo en un proceso de hiperinflación provocado por la política monetaria de "encender la máquina de imprimir billetes".
Creo que sin la crisis del 29, Alemania hubiese podido salir del pozo en el que quedó tras la PGM (así como salió del pozo, más profundo aón, de la SGM).
Sin embargo la crisis del 29 le dió la puntilla, aupando a un fanático con pocas capacidades a un poder que llevó al mundo a un abismo.
Insisto en que no creo que la principal causa de la SGM fue la crisis del 29, ya que el conflicto tuvo un cúmulo de causas muy diferentes (algunas las has descrito con gran precisión). Sin embargo, creo que sin la crisis del 29 el mundo no hubiese sufrido esa terrible guerra.
Me alegro mucho por este debate. Es algo realmente interesante.
Saludos cordiales,
Joaquín
Interesante discusión.
Gracias a los dos:
Begoña
Vuelvo.
Premisa A: no soy historiadora. Premisa B: no creo que quepa establecer relaciones causales (al menos de causalidad lineal) en los acontecimientos histórico-económicos. Creo que se trata de un análisis multifactorial y, en esa medida, no resultan contradictorias las dos tesis.
Nada más. Corto y cambio.
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