"Era de pensamientos humildes, ingenioso para el vicio, tímido y lento para la acción generosa: pero sabía halagar los oídos y con persuasivo acento comenzó así:..." John Milton, El paraíso perdido
Aunque los ánimos estaban alterados por la presencia del próximo viaje, la entrega de notas y el buen tiempo que parece haberse enseñoreado de Pamplona en este medio febrero, los alumnos de Bachillerato han escuchado, una vez más, un discurso acerca de la motivación intrínseca y extrínseca. Pero no es mi pretensión repetir mi explicación: de hecho, observo que ha sido un tema recurrente en las últimas entradas.
El general prusiano extremadamente kantiano que habita en mi interior detecta un cierto tufillo a falsedad en el ubicuo recurso a la motivación. Tal vez suene demasiado contundente la apelación al “por mor del deber”, pero no deja de ser cierto que en muy distintos entornos la capacidad de motivar, de mover a la acción, se erija en una cuasi exigencia. En última instancia, este soniquete recuerda a la posesión del diabólico don de las dotes persuasivas que Milton atribuía a los ángeles caídos en su fantástico poema. Pues bien, me han persuadido: yo también quiero motivar; yo también deseo ser ese agente persuasor que con persuasivo acento convenza a mis alumnos de las bondades del estudio. Y para ello, he decidido volver a hacer uso de todos los instrumentos a mi alcance. En este caso, la participación en el concurso Aula Virtual del Banco de España, con la material promesa de un ordenador portátil per cápita. Porque no sólo de buenas palabras vive el hombre o el alumno medio.
El concurso consta de dos fases: en la primera han de responder a un test de 80 preguntas que versa sobre el dinero, su nacimiento, sus funciones, el propio banco de España y el sistema bancario. Por eso, porque quiero que ganen, y de paso, que aprendan, voy a comenzar explicando el nacimiento del dinero, ligado fundamentalmente a la existencia del intercambio.
Tradicionalmente la aparición del dinero tal y como lo conocemos hoy en día se suele explicar como un proceso gradual que comienza con la presencia de una economía de subsistencia. En una economía semejante no es necesario el dinero porque no se producen intercambios. El siguiente paso en esta peculiar escala lleva a la aparición del trueque, i.e., el cambio de un objeto por otro objeto. Los problemas que plantea forman parte del clásico: exige la confluencia de necesidades (si yo vendo lechugas y tú vacas, para que sea posible el trueque, yo he de necesitar vacas y tú lechugas, lo cual no siempre ocurre, desgraciadamente y en el hipotético caso de ser posible los costes de información harían gravoso el intercambio). Por otro lado, es necesario establecer las equivalencias o los precios de las cosas: la cantidad de lechugas que equivalen a una vaca, sin que medie un instrumento homogeneizador.
La introducción del dinero mercancía salva de alguna forma estos inconvenientes además de poseer otras indudables ventajas: ser generalmente aceptados, ser divisibles (extremo éste realmente difícil para una vaca), ser fácilmente transportables y duraderos y tener un valor estable. Este papel de dinero mercancía lo desempeñaron las pieles, las piedras preciosas, el oro y otros metales.
La evolución del dinero mercancía conduce al dinero papel. En esta etapa, el dinero ya no es una mercancía propiamente dicha sino que se formaliza como bien de cambio. En sus inicios, el dinero papel poseía un respaldo en oro en el banco central del país emisor: había una correspondencia entre las reservas de oro y la cantidad de billetes en circulación. Sin embargo, lo que utilizamos hoy en día es dinero fiduciario: no hay nada que soporte su valor, salvo la confianza de cada individuo en que será aceptado por los demás como medio de pago. Se acepta por sí mismo, por su utilidad en las transacciones.
Hoy en día, además del dinero papel existe el dinero bancario, esto es, los depósitos que un agente puede conservar en un banco. De ellos hablaré en otra entrada, así como de las funciones que tradicionalmente se atribuye al dinero.
Y es todo por hoy. Mañana, el programa se realizará desde Barcelona. Intentaré cumplir con mi cita.
2 comentarios:
Buenas tardes Begoña,
No iba a dejar pasar estas vacaciones de Semana Santa sin comentar tu blog, así que al ponerme a mirar por alguna entrada, me ha llamado mucho la atención el titulo que le pones a esta entrada, así que me he animado a comentarlo.
Si nos ponemos a hablar del trueque o del intercambio de mercancías, nos remontamos a la Edad Media, y a los “graves problemas”, que este mecanismo de compra-venta conllevaban. Como bien apuntas, el intercambio tenia que ser justo; no puedes pretender cambiar una lechuga por una vaca; no estaría equilibrado. Por otra parte esto me hace pensar que el poseer vacas, ofrece mas posibilidades del aumento del intercambio. Quiero decir que, con una vaca por ejemplo, puedes adquirir 10 gallinas; pero no a la viceversa. Es como si tener lo mas grandes, es lo que mas te proporcione, aunque en realidad tenga menos valor.
Sin duda, la aparición del dinero papel, ha hecho mucho mas fácil la adquisición igualitaria de bienes y servicios. Sinceramente, no me imagino a nuestra actual sociedad, realizando el trueque o el intercambio, ya que al no estar acostumbrados a ello, a algunos(como a mi por ejemplo) se nos dari fatal.
Saludos, Adriana.
Buenas noches, Adriana:
Efectivamente, la aparición del dinero papel ha servido para simplificar los intercambios. Sin embargo, hay quienes no lo tienen tan claro. Ya hablaremos de ciertas páginas web que representan verdaderas apologías del sistema del trueque.
Un saludo:
Begoña
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