domingo, 17 de enero de 2010

Capitalismo: una historia de amor



"MAX.- Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas.
DON LATINO.- Conforme. Pero a mí me divierte mirarme en los espejos de la calle del Gato.
MAX.- Y a mí. La deformación deja de serlo cuando está sujeta a una matemática
perfecta. Mi estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las
normas clásicas.
DON LATINO.- ¿Y dónde está el espejo?"

(Ramón María del Valle-Inclán. Luces de Bohemia)


Esperpéntico. Tal vez no sea el adjetivo más apropiado para calificar el último documental de Michael Moore, pero es el primero que me vino ayer a las mientes a la salida del cine. Preciso: deliberadamente esperpéntico con ese estilo documentalista que constituye la imagen de marca (si se me permite la metáfora capitalista) de ese enfant terrible, disfrazado de tal, que es Moore.

No es que me cuente entre los que consideran que un documental ha de perseguir denodadamente la "objetividad". No creo que la cámara se asemeje a un ojo, no mediatizado o sesgado por voluntad alguna, que muestra la realidad tal cual es. Aún en el mejor de los casos -aquel en el que no se persigue mostrar nada determinado a priori-, el propio montaje, la selección de las imágenes que constituirán el trabajo final comportan una selección que, no deja de ser uno de los nombres de la manipulación.

El capitalismo: una historia de amor no es sólo voluntariamente ajeno a esa búsqueda de la objetividad. Su director, Michael Moore, enfrenta al espectador a su propia visión de los hechos, que como toda visión, es subjetiva per se. Y no lo oculta. De ahí, que se trate de un falso documental, sin que ello merme, en mi opinión, su valía. De tal forma, que las fronteras entre documental y ficción se desdibujan. Aunque ajeno a las etiquetas, tal vez cabría improvisar una: se trata de un documental de tesis. El capitalismo supone una amenaza para la democracia, en la medida en que la tendencia natural de áquel es fagocitar a ésta. Y este leitmotiv es defendido de manera esperpéntica: las imágenes deformadas que se suceden a lo largo de los más de 120 minutos de metraje recuerdan a los espejos cóncavos valleinclanescos. Sólo de esa manera, a través de la deformación buscada y hallada merced a innumerables recursos (música -fantástica, por cierto-, grabaciones añejas, imágenes más o menos burdas) se evidencian los desastres sociales y personales que trae consigo el capitalismo financiero, en opinión de Moore.


Las bases del capitalismo (estructura de incentivos, búsqueda del beneficio a corto plazo, propiedad de los medios de producción) son puestas en tela de juicio de esta peculiar manera tan ajena a la crítica académica. La mirada de Moore no es la de un filósofo, ni la de un sociólogo, ni siquiera la de un economista, ni pretende disfrazarse de tales y, a la postre, ni falta que hace. De ahí que, aún compartiendo algunas de las críticas que comparecen en su falso documental, categoría en modo alguno peyorativa, no convence por su ausencia de alternativas reales y factibles. ¿Qué significado real tiene el término democracia? ¿Se trata de resucitar el debate entre igualdad y libertad o simplemente de hacer una loa a la socialdemocracia? ¿O una boutade naïf del chico malo oficial?


Si algo hay que reconocerle a M. Moore es que no deja indiferente y lo sabe: "Soy consciente de ser la persona de izquierdas con más audiencia en mi país. No me puedo permitir el lujo de aburrir a alguien que contrata una canguro un viernes por la tarde para el cine. Quiero entretener, emocionar... ¿Es esto malo?".


Solté más de una carcajada, así que no seré yo la que tire la primera piedra. Doctores tiene la santa madre crítica.






No hay comentarios: