viernes, 10 de octubre de 2008

La insoportable irresponsabilidad de lo anónimo

“Definitivamente desencadenado, Prometeo, al que la ciencia proporciona fuerzas nunca antes conocidas y la economía un infatigable impulso, está pidiendo una ética que evite mediante frenos voluntarios que su poder lleve a los hombres al desastre”. (H. Jonas)


Mis alumnos de 2º de Bachillerato (por los que siento, lo confieso, fifty-fifty, auténtica debilidad y no menos auténticas ganas de abofetear, intelectualmente hablando, entiéndase) se han estrenado hoy, con éxito, en el largo camino de controles y exámenes que desemboca ineludiblemente en la omnipresente selectividad. Hay vida tras esta prueba y lo que es mejor: hay pensamiento inteligente antes de su superación. No quiero enredarme en el tópico o en los vericuetos de un examen que no deja de ser mero trámite. Sin embargo, en el día de su première económica, mis pacientes estudiantes se han enfrentado a un hueso duro de roer: el concepto de responsabilidad.

Tras el ropaje tedioso y aburrido de las formas jurídicas de la empresa, se esconden tesoritos filosóficos. Quién lo iba a decir. Sociedades unipersonales, colectivas, comanditarias, limitadas, anónimas, cooperativas presuponen algo que precisamente justifica tantas horas de estudio (ojalá) y tantas explicaciones en el aula. Ha de responderse frente a otros de las decisiones. Equivocarse es posible; el fracaso es posible y la aventura empresarial comporta riesgos. Es una idea maravillosa, pero al mismo tiempo terrible: se puede acertar, tener éxito, pero también errar, incluso caerse con todo el equipo. Los actos económicos, en la medida en que son acciones humanas, comportan consecuencias y por tanto responsabilidades.

Algún sociólogo, como U. Beck, asegura que vivimos en la sociedad del riesgo. No pretendo poner en duda su tesis, porque el contexto en el que la aplica es diferente del que se maneja en esta página. Sin embargo, no puedo dejar de subrayar la paradoja de que el riesgo aterra al hombre contemporáneo. Por eso, se las ingenia para burlar los riesgos o inventa redes circenses que amortigüen las inevitables caídas. La existencia de formas societarias que limitan la responsabilidad de los socios a las aportaciones realizadas es, a mi modo de ver, un caso particular de esa afirmación general. Compromisos, los justos. Obviamente, esa limitación de la responsabilidad, esa redecilla, ha permitido que las grandes empresas lleguen en ocasiones a convertirse en ingentes monstruos.

Si este blog se llamase ética para principiantes comenzaría señalando que sólo las personas pueden ser responsables de sus actos. Y lo son porque son seres libres: pueden elegir. Desde el punto de vista estrictamente legal, las sociedades también son personas. Personas jurídicas. Lo que es cuestionable es que quepa otorgarles la facultad de responder de sus actos, al menos, de la misma forma que se puede aplicar a las personas físicas. Las sociedades anónimas esconden el nombre de sus miembros en beneficio de la marca, del logo. Y justamente la marca deviene careta que, en ocasiones, ha amparado la comisión de muchas tropelías: explotación infantil, condiciones laborales rayanas en la esclavitud, daños medioambientales. En este punto, se entiende la alusión al mito de Prometeo en la cita de H. Jonas (su libro Ética de la responsabilidad es un must, que diría la amiga Nora) , el Titán amigo de los hombres, que robó el fuego a los dioses para entregárselo a los mortales y al que aquéllos, en castigo por su acción, encadenaron. Sólo la prudencia, la responsabilidad y el saber pueden lograr que el fuego no queme a los hombres sino que los ilumine.

Hay algo de inmoral en la existencia de las sociedades anónimas. Probablemente la raíz de la inmoralidad esté en la ocultación o anonimato de sus constituyentes. En el propio constructo societario. En el logo, en la marca se diluyen las responsabilidades. Sus defensores sostienen que es el precio que inevitablemente hay que pagar por el desarrollo económico. Su coste de oportunidad. La otra cara de la moneda es que crean riqueza y empleo y que es difícil pensar en otras instituciones que les hagan sombra o que se comporten como sus bienes sustitutivos. Sé que la primera afirmación puede ser polémica, pero, al fin y al cabo, este blog no pretende sentar cátedra sino mover a la discusión o incluso a la confrontación o si se desea, al limbo internático del que quizás nunca debió salir.

Probablemente las sociedades anónimas no necesariamente sean irresponsables. Sólo apunto los potenciales peligros, aunque en otra ocasión podemos hablar de las ventajas de su existencia.Tampoco mi idea es original. Reconozco que copio. Y mucho. No hay nada nuevo bajo el sol.

La cuestión no termina aquí. Hoy en día se habla mucho de la responsabilidad social de las empresas, de las corporaciones u organizaciones (tema éste objeto de examen, por cierto). A la fuerza ahorcan. Me resulta difícil creer, aunque no imposible, en un concepto de responsabilidad que vaya más allá del campo estrictamente individual o en una responsabilidad limitada, atenuada, reducida. Pero ese, sin duda, es otro debate.

Me creo más un "yo soy responsable" que un "todos somos responsables". Parafraseando a Kundera: la insoportable levedad de la responsabilidad anónima o rizando el rizo: la insoportable irresponsabilidad de lo anónimo.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Bueno la verdad es que estoy de acuerdo con la afirmación de una responsabilidad individual en las sociedades anónimas, pero creo que la conciencia colectiva hace que un individuo actue de forma resposable, ya sea simplemente por guardas las apariencias con los demas miembros del conjunto o simplemente porque en el mundo en el que vivimos la gente se suele guiar según las modas y lo que hacen los demás.....

Aparte el anonimato de miembros pequeños en sociedades anónimas, creo yo, que les puede convertir en menos vulnerables ante acciones realizadas por los poderosos inversores....

(he tratado de no cometer faltas ortográficas, pero que sepas que tu texto tiene una muy gorda.... XD)

Begoña dijo...

Interesante tu aportación. Lo cierto es que muchos han acusado a las empresas de oportunistas por hacer gala de su responsabilidad con la sociedad. Cuestión de apariencias, sostienen los críticos. Estar concienciado con el entorno vende y en ese sentido, la responsabilidad social es una suerte de ampliación del producto que habitualmente venden las empresas.

También estoy de acuerdo con la tesis que mantienes acerca del poco poder que ostentan los pequeños accionistas en las grandes empresas. ¿Qué responsabilidad cabe exigirles cuando precisamente son los más vulnerables? Interesante cuestión que dará para otra entrada de blog. Es una amenaza.

Con lo que no estoy de acuerdo es con la existencia de una conciencia colectiva: más bien creo que se trata de unos "usos colectivos" o "costumbres colectivas" o "estados de opinión colectivos". La conciencia colectiva o el inconsciente colectivo son, en mi opinión, abstracciones. Pero también te aseguro que muchos rechazarían esta idea.

Muchas gracias, César, por tus atinados comentarios. Espero que se repitan. Eso sí, sin faltas. Como te dije, el furor económico no nos tiene que llevar al ahorro de haches, de tildes o de otras letras.