martes, 14 de octubre de 2008

¿Entre pillos anda el juego...?

"El género humano tiene, para saber conducirse, el arte y el razonamiento" (Aristóteles)

Tras la resaca de las celebraciones de ayer, vuelvo a la carga. Y lo hago con un tema que me parece interesante en la medida en que es objeto potencial de distintas disciplinas. Pero no quiero adelantarme a los acontecimientos. Todo discurso posee sus propias reglas y siempre he odiado a los que comienzan a hablar de un libro revelando su final.

Cuando este año revisé la nueva edición del libro de 1º de Bachillerato, descubrí que en el primer tema, además de hablar del objeto de la economía, se dedicaba un epígrafe al estudio de algunas falacias “clásicas”. No oculto que me brilló el colmillo. Por fin. No concibo cómo se puede iniciar a alguien en el estudio de una ciencia, sin explicarle previamente cuál es su objeto y la metodología que le es propia . Pero no es menos importante, advertirle del tipo de razonamientos que pretenden colarse de matute entre sus filas. Como si del lobo feroz que enseña su patita burdamente pintada de blanco se tratase. Que pretende burlar a los ingenuos que abren las puertas del edificio erigido por el razonamiento económico. Es posible encontrar criterios de demarcación; líneas que establecen la frontera entre los razonamientos que son de recibo y los que no lo son. Higiene intelectual, en última instancia.

Los filósofos de la ciencia han escrito ríos de tinta (metáfora algo obsoleta, lo reconozco) acerca de estas cuestiones. ¿Cómo distinguir los razonamientos que son científicos de los que sólo son falsedades disfrazadas de ciencia? Tema apasionante que ha ocupado a mentes poderosas del siglo XX como Popper, Kuhn, Feyerabend, Lakatos, pero que no voy a abordar en estas líneas. Simplemente los menciono como posibles y futuros caminos por los que transitar. Es necesario volver al hilo de mi discurso que había comenzado haciendo referencia a las falacias.

Siempre es conveniente aclarar los conceptos. Qué queremos decir cuando decimos lo que decimos. Aunque suene a trabalenguas. El diccionario de la RAE define ‘falacia’ como “engaño, fraude o mentira con que se intenta dañar a otro”. La lógica, entendida como la ciencia de la argumentación racional, la considera como “un razonamiento aparentemente lógico en el que el resultado es independiente del valor de las premisas”.

Después de aclarar el concepto, voy a centrarme en una falacia que los alumnos de 1º de Bachillerato conocen bien. Keynes, uno de los más grandes y perspicaces economistas del mundo conocido, la llamó “falacia de la composición”. Consiste en concluir equivocadamente que una propiedad o comportamiento que beneficia a determinadas partes de un colectivo, beneficia (o no perjudica) al conjunto.

Es obvio,que los tradicionales y en ocasiones entrañables gorrones, o free-riders en la jerga económica, incurren, en cierta forma, en la falacia de la composición. El razonamiento de un gorrón tiene más o menos la siguiente forma: “Puedo escaquearme de pagar en el bar, porque es imposible que todos dejen de hacerlo. Si me comporto de esta forma, seré el más beneficiado. Soy sin duda el más listo”. Como es evidente, si todo el mundo se comportase de esa forma, nadie podría disfrutar de la velada. Los gorrones son, por tanto, unos aguafiestas en potencia.

Más allá de lo anecdótico, el gorrón plantea una interesante cuestión: ¿es posible alcanzar el bienestar general si todos nos comportamos como free-riders? M. Olson en The Logic of Collective Action, un libro publicado en 1965 y que hoy se ha convertido en un clásico, intenta dar respuesta a esta pregunta. Aun a riesgo de caer en la simplificación, su tesis consiste en afirmar que el problema del gorrón es la consecuencia de la miopía de buscar el máximo beneficio particular, cuando el resultado de la acción y, por tanto, el potencial beneficio depende paradójicamente de que todos actúen de forma coordinada.

Cuando un futbolista busca su gloria personal y se olvida de que pertenece a un equipo, lo que pone en riesgo es, precisamente, la consecución de lo que persigue: su momento de gloria. Olvida que los verdaderos artífices de su éxito particular son, en el fondo, sus compañeros.

Si todo el mundo decide unilateralmente evadir impuestos, el beneficio colectivo que podría obtenerse de las obras públicas se esfuma. La teoría de juegos es una herramienta útil para describir problemas de acción colectiva relacionados con los bienes públicos. Pero ése es otro tema.

De su estudio depende, en parte, que entre pillos no ande el juego.

2 comentarios:

Manolo dijo...

Buenos días Begoña e internautas, estoy en parte de acuerdo con tus afirmaciones. Si la sociedad fuera perfecta y todo el mundo declarara lo que realmente tiene (y gana) todo iría mejor. Ahora bien, si no todo el mundo lo hace (como es el caso) ¿qué gano si yo lo hago? Los impuestos sirven para que una sociedad se desarrolle y sé que si los evado me repercute negativamente en todos pero resulta que los que están a mi alrededor no declaran todo y parece que les va bastante mejor. Es la pescadilla que se muerde la cola. Todos deberíamos ser educados nuevamente en la responsabilidad social. Si la gente sintiera realmente que las cosas se hacen con lo que él paga todo sería más fácil. El sistema es válido sólo si todo el mundo cumple pero si hay uno que ya no lo hace ese sale más beneficiado. Es un tema difícil de solucionar...Es mi humilde opinión.

Manolo

Begoña dijo...

Buenas noches, Manolo:
Bienvenido a nuestra página y muchas gracias por tu interesante comentario. Efectivamente, has dado en el clavo: es difícil conjugar el interés general con el particular, sobre todo cuando hay incentivos para actuar persiguiendo el máximo beneficio particular. Aunque pueda resultar una verdad de perogrullo hoy en día, la contribución de Olson fue detectar que las acciones individuales de los miembros de un colectivo pueden empeorar la situación del grupo. Es decir, la racionalidad individual, lo que yo como individuo juzgo conveniente para satisfacer mi interés, no es suficiente para garantizar la racionalidad colectiva. Este hecho implica que un colectivo, un país, un grupo de amigos, una asociación deportiva, un sindicato puede escoger un resultado inferior a todos los posibles aunque todos sus miembros se comporten racionalmente, o, precisamente por hacerlo.

Cuando afirmas que tú no declaras todos tus ingresos o que muchos no lo hacen, en realidad, estás comportándote de según las premisas de la teoría de la utilidad racional. Buscas maximizar tu interés particular. Ante esta situación, a mi modo de ver, hay dos soluciones básicas que tú has visto perfectamente.

La primera pasa por un rearme, por así decir, ético de la sociedad: tendríamos que conseguir que los miembros del grupo se comportasen de manera desinteresada regidos por los principios de la responsabilidad social. El asunto, entonces, se reduciría a un problema de coordinación. Nada que objetar: de hecho, era el tema de mi tercera entrada en el blog.

Ahora bien,hay otra posible forma de abordar el problema que no implica necesariamente una renuncia al interés particular. De hecho, si se percibe que el beneficio adicional que se obtiene por el pago de impuestos es superior al coste de éstos, los incentivos para la evasión se reducen (entre otras cosas porque no hay que obviar la existencia de una presión fiscal que reduce los beneficios potenciales de la evasión).Es un claro ejemplo de análisis coste-beneficio. Si percibimos que la sanidad pública ofrece una calidad superior a la privada y que su mantenimiento depende de nuestra contribución particular, probablemente tengamos menos incentivos para no hacer frente a los costes que si la calidad del servicio es deficiente. No estoy afirmando que el problema se elimine tan fácilmente. Lo que mantengo es que no es imposible conciliar ambos extremos (aunque sí difícil) y esto es lo que intenta analizar la teoría de juegos. No necesariamente es "una pescadilla que se muerde la cola". La teoría de juegos pretende estudiar cuál es la decisión racional en un contexto en el que interactúan diversos agentes con intereses potencialmente distintos, y cuya decisión puede influir no sólo en las de los demás, sino también en los resultados que éstos obtengan en el propio juego.

No pretendo dar una solución cerrada al problema que planteas, entre otras cosas porque si la conociera, sería ministra de economía, pero intuyo que las dos líneas que hemos apuntado conducen a hacer menos doloroso el trance de cumplir con el fisco.