domingo, 14 de marzo de 2010

Los Buddenbrook

"Escribir bien supone casi pensar bien, y esto no está muy alejado del obrar bien. Toda la civilización y todo perfeccionamiento moral parten del espíritu de la literatura, que es el alma de la dignidad humana y que es idéntica al espíritu de la política. Sí, todo eso es una unidad, es la misma idea de potencia y en un solo nombre donde se puede reunir todo" (Thomas Mann. La montaña mágica).

¿Qué debe intentar leer el individuo que todavía desea leer en este momento de la historia? Harold Bloom, catedrático de literatura de la Universidad de Nueva York, publicó hace 15 años un libro en el que intentaba responder a este interrogante. Dar cumplida cuenta de la cuestión remite a la existencia de un canon occidental. Antiguamente el término 'canon' se utilizaba para definir los libros que la Iglesia consideraba normativos y para las obras elegidas por las instituciones de enseñanza. Para Bloom, la utilidad de un canon literario es de tipo práctico y sirve como guía de lectura, "porque somos mortales y nuestro tiempo es limitado". Como buen anglosajón, Shakespeare se convierte en la medida de todas las cosas.


Si me viera en la tesitura de tener que elaborar una lista con mi canon literario, La montaña mágica de Thomas Mann ocuparía un puesto de privilegio. La genialidad de esta obra, una vez más la carga de la perfección, obliga a relegar injustamente a un segundo plano obras como La muerte en Venecia, Doctor Fausto o Los Buddenbrook , novela que protagonizará la entrada de hoy.

Claudio Magris, para quien la obra maestra de Mann es precisamente Los Buddenbrook, afirma lo siguiente en Ítaca y más allá: “cuando trabajaba (Mann) en su obra maestra, en la cual a través de las vicisitudes de una familia debía representar admirablemente el conflicto entre vida y reflexión y la génesis de la barbarie irracional de la decadencia burguesa, Mann no se daba cuenta, bien como confiesa él mismo, de que narrando la descomposición de una familia burguesa él narraba un final más amplio.

No es la crítica literaria el objeto de este cuaderno de bitácora. Por eso, no trataré de hacer un análisis de un libro que trasciende, como ocurre con las obras canónicas, sus muchas interpretaciones. Si comparece en este foro es porque lo que narra, el progresivo declive de una familia de comerciantes de Lübeck, ha servido para acuñar una expresión que en historia económica se denomina “El síndrome Buddenbrook”. De acuerdo con el síndrome pueden producirse diferencias sustanciales en la forma en que diferentes generaciones administran un negocio familiar. La primera generación de propietarios, los fundadores de la empresa, está dotada de unos atributos cuasi-épicos: espíritu emprendedor y pionero, que anhela dinero y éxito. La segunda generación, por su parte, contribuye con su labor a aumentar el reconocimiento y prestigio social de la empresa. La tercera generación propicia la decadencia de la organización al dedicar su tiempo a actividades no relacionadas con la dirección de la empresa como el ocio, la vida social o el cultivo de las artes. Desde esta perspectiva, el ciclo de vida de una organización a duras penas supera el estrictamente personal: quien ha levantado un imperio puede llegar a ser testigo de cómo se desmorona ante la pasividad de sus propios descendientes.

¿La realidad imita la ficción? La respuesta, o al menos una de ellas, en este interesante artículo de
F. Allende. El resto, en Los Buddenbrook.

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