"Un primer curso de economía no permite dominar todos sus intrincados y esotéricos temas, pero puedo decirle basándome en la experiencia de estudiantes de todo el mundo que el mejor curso de economía es el de introducción. Una vez que haya entrado este nuevo y extraño jardín de ideas, el mundo nunca será igual. Y cuando dentro de unos años recuerde la experiencia, incluso lo que no entendía mucho entonces habrá madurado claramente." Paul Samuelson
lunes, 29 de marzo de 2010
Cómo casarse con un millonario
Hay quien podrá pensar tras leer esta entrada, no sin cierta lógica, que el campo de mis intereses se centra últimamente en el rastreo de las hazañas de millonarios altruistas. Nada más lejos de la realidad. El azar tiene estas cosas y muchas más. Me encontraba buscando ejemplos que ilustrasen de manera práctica y sencilla la difícil cuestión de la redistribución de la riqueza, cuando he dado a parar con la edificante historia de Johan Eliasch, de profesión millonario y de origen sueco, que "harto de ver cómo los políticos hablan mucho y actúan poco" decidió comprar una parcelita de selva amazónica -es un decir, porque la superficie de la finca es superior a la de Guipuzcoa- con el fin de preserverla, limpiarla y darle esplendor.
Últimamente me ha dado por desconfiar, cosas de la edad, de los lobos travestidos de corderos. Y aunque, como Marilyn Monroe, todo el mundo aspira a a casarse con un millonario o millonaria, nunca he dejado de pensar en lo incierto de los orígenes de su fortuna. Ese, sin embargo, es otro tema, porque la cuestión real estriba en determinar si este proteccionismo auspiciado por lo que se ha dado en llamar deep ecology resulta (o no), a la postre, una suerte de colonialismo en toda o al menos en alguna regla.
No es que la cuestión sea nueva. Al fin y al cabo, la sabia sentencia del Eclesiastés ya advertía que no hay nada nuevo bajo el sol. En la segunda mitad del siglo XIX ciertas clases altas europeas y norteamericanas se vieron poseídas por un sentimiento romántico de acercamiento a la naturaleza, frecuentemente ruralizante y antiindustrial, acompañado de una especie de nostalgia de un mundo virgen. Como señalaron Jorge Riechmann y Fernández Buey en Redes que dan libertad "resulta significativo que la primera reserva natural del mundo se cree en la Francia del Segundo Imperio en 1853-1861... precisamente por iniciativa de un grupo de pintores que conseguirá la protección de 624 hectáreas en el bosque de Fontainebleau" o Lemkow en referencia al conservacionismo norteamericano "la mayoría de los conservacionistas, principalmente de clase media y alta, eran miembros de algún pequeño pueblo excursionista y estaban preocupados por el hecho de que la rápida pérdida de terrenos públicos, junto con la destrucción progresiva de los bosques y otras zonas excursionistas, amenazaba con destruir los pocos hábitats naturales que quedaban".
Es curioso que la deriva de estas asociaciones conservacionistas haya sido la fundación de organizaciones (que hoy popularmente se conocen como ecologistas) como Friend of the Earth. Sin embargo, estas asociaciones poco tienen que ver con los "altruistas" salvadores del medioambiente. En el Manual de Historia del Mundo Contemporáneo de Javier Tusell se afirma lo siguiente respecto a la base ideológica del colonialismo del siglo XIX: "se presentaba como una misión providencial, es decir, como una obligación moral del hombre blanco de civilizar y educar a los pueblos que consideraba atrasados e incultos. Tal creencia se basaba en la absoluta confianza en el desarrollo cultural y material europeo".
Las bases ideológicas parecen no haber cambiado demasiado: los millonarios occidentales se han impuesto una especie de imperativo universal que les compele a la protección de lo que sus antepasados confiaron desarrollar. De hecho, no faltan quienes han tildado a Johan Eliasch et. al. de ecoimperialistas y quienes lo han considerado como una suerte de héroe postmoderno y ecologista.
Si se eliminan las etiquetas valorativas, cuestión francamente difícil, se puede analizar la cuestión desde una perspectiva económica. Desde la atalaya privilegiada de la economía ambiental, no cabe sino acudir a Coase y a uno de sus integrantes de su escuela G. Hardin que en 1968 publicó un artículo titulado "The tragedy of the Commons" en el que defiende la tesis de que los recursos que pertenecen a la colectividad en realidad no pertenecen a nadie: el bosque público es frágil y vulnerable porque no está bien cuidado, mientras que cuando los elefantes de Zimbaue fueron entregados a las comunidades, pasaron a ser protegidos. Tanto Coase como Hardin aprobarían la intervención de estos millonarios. Ahora bien, ¿no puede venir la solución del lado de evitar que se produzca "la tragedia de los bienes públicos"? ¿Es admisible la premisa de que un bien público no va a ser cuidado o protegido?
Como de sobra sabía Marilyn, los millonarios dan mucho de sí. No todos son Billy Wilder.
jueves, 25 de marzo de 2010
Deprisa, deprisa
A usted le dan la instrucción de que debe mantener el coche a una velocidad constante. Para conseguirlo, usted tendrá que acelerar subiendo los montículos y frenar al bajarlos. Sin embargo, hay un serio problema. El coche no es un coche normal. Tiene las siguientes características no habituales:
• El parabrisas delantero y las ventanillas laterales son negras, de modo que usted no puede ver hacia dónde se dirige, lo único que usted puede ver es el lugar por el que ya ha pasado cuando mira por el espejo retrovisor.
• Tanto el pedal del freno como el del acelerador funcionan con un retardo considerable e impredecible.
• La suspensión del coche es tan buena que usted no puede notar si está subiendo o bajando un montículo. Sólo puede juzgar esto mirando por el retrovisor y viendo si la carretera que está detrás de usted está más alta o más baja del lugar en el que usted se encuentra.
• Finalmente (esto es un alivio para usted), el coche tiene un sensor especial y un volante automático que lo mantienen en el carril adecuado.
A medida que avanza, usted ve que la carretera por detrás suyo está más arriba y se da cuenta de que se encuentra bajando. El coche cada vez va más deprisa. Usted frena, pero no sucede nada. En su intento por ralentizar la marcha, usted pisa el pedal del freno hasta el fondo.
Cuando al final el freno acaba funcionando, lo hace de una manera muy brusca. Para ese momento el coche ya ha llegado a la zona más baja entre dos montículos. Sin embargo, usted todavía no se da cuenta de ello y continúa frenando.
Ahora el coche está subiendo un nuevo montículo, pero el pedal del freno continúa pisado. Al mirar por el retrovisor usted termina por darse cuenta de esto. Quita el pie del freno y comienza a acelerar. Pero los pedales no responden. El coche sigue reduciendo su velocidad y apenas puede usted alcanzar la cumbre del montículo.
Entonces, a medida que usted comienza a bajar por el otro lado, los frenos acaban dejando de frenar y el acelerador empieza a acelerar..." (Parábola de Parish. En J. Sloman: Introducción a la macroeconomía)
Es una verdad universalmente reconocida que, para desesperación del ser humano, en la mayoría de las ocasiones, los efectos de sus decisiones o acciones no son inmediatos. El problema de los retardos se convierte en el problema: la distancia temporal entre acción y efecto puede invalidar la eficacia de la primera. Y no acaban aquí las malas noticias: como señalaba Federico el Grande, ninguna situación es tan grave que no sea susceptible de empeorar o lo que es lo mismo, al problema del retardo en la intervención suele ir acompañado del retardo en el reconocimiento, en la decisión y en la intervención.
En este punto, no cabe otra cosa que recordar que la economía es heredera de su condición humana. De hecho, uno de los escollos que la formulación de políticas económicas debe sortear es, sin lugar a dudas, la incertidumbre acerca de si una perturbación es o no temporal. Como apunta R. Dornbusch "En el caso de la 2ª Guerra Mundial era bastante evidente que sería necesario mantener durante algunos años un elevado nivel de gasto en defensa. Sin embargo, en el caso del petróleo de la OPEP de 1973-74 no estaba nada claro cuánto iba a durar éste o si iban a persistir los elevados precios del petróleo fijados a finales del 73". Pero, incluso conociendo la duración aproximada de la perturbación, quienes elaboran las políticas económicas deben contar con la existencia de retardos. Pero, ¿qué tipo de retardos?
Básicamente cabe hablar de dos tipos de retardos: interno, que es el tiempo que se tarda en poner en práctica una medida (por ejemplo una disminución de la oferta monetaria para controlar la inflación) y un retardo externo, que alude al tiempo que tarda en dejarse sentir la medida en la economía.
El retarno interno procede, a su vez, de los retardos en el reconocimiento -periodo transcurrido entre el momento en que se produce una perturbación y el momento en el que las autoridades económicas reconocen que hay que tomar medidas- , el retardo en la decisión -tiempo que transcurre entre el reconocimiento en intervenir y el momento en que se decide la política- y el retardo en la intervención -tiempo que transcurre entre la decisión y su aplicación-. Kareken y Solow analizaron en "Lags in Monetary Policy" la historia de la elaboración de la política económica y llegaron a determinar que el retardo de reconocimiento es en promedio de unos 5 meses. Los otros dos retardos suelen ser menores.
El retardo externo generalmente es un retardo distribuido; una vez articuladas las medidas, los efectos que producen en la economía se distribuyen a lo largo del tiempo, lo cual implica que las medidas pueden desencadenar un pequeño efecto inmediatamente y otros efectos más tarde. Citando de nuevo al gigante del día, intentaré responder al porqué de esta desigual distribución "la política monetaria al principio afecta principalmente a los tipos de interés y no a la renta. Los tipos de interés afectan, a su vez, a la inversión con un retardo, así como al consumo al afectar al valor de la riqueza. Cuando acaba resultando afectada la demanda agregada, el aumento del propio gasto produce una serie de ajustes inducidos en la producción y en el gasto".
Una vez más, el problema humano es la gestión del tiempo. ¿Cuándo pisar el pedal del freno?
martes, 23 de marzo de 2010
El club de los cinco
Axioma 1: Nuestras relaciones, querido lector, deben basarse en la sinceridad. Pues bien, hoy estoy perezosa. Ma non troppo. Por eso, voy a hacer un paréntesis en la reflexión económica para recomendar este vídeo. Tal vez resulte tan interesante porque aunque la ponente no resulte original el fondo, sí lo logra en la forma expositiva. A vueltas con la identidad. Por cierto, ¿quién -que pertenezca a la generación de los 70- no ha escrito un cuento escolar en que sus protagonistas no bebieran cerveza de jengibre? Benditos cinco, bendita Enid Blyton.
lunes, 22 de marzo de 2010
Frankenstein
El carácter ineludiblemente iniciático de este foro y la buena educación obligan a cumplir con el protocolo de las presentaciones. La figura que hoy ocupará mis reflexiones es James Tobin, economista neokeynesiano, que ganó el premio nobel de economía en 1971. Si se preguntase -incluso en círculos académicos- cuáles han sido las aportaciones de este nobel, además de asesor de John Kennedy, me atrevo a asegurar que la mayoría de las respuestas mencionarían el famoso impuesto que lleva su nombre, la tasa Tobin y la archiconocida expresión referida a la elección de la teoría de cartera que aconseja “no poner todos los huevos en la misma cesta”. De nuevo, una metáfora.
La elección de la teoría de cartera intenta dar cuenta mediante un complejo desarrollo matemático del porqué los inversores particulares y las instituciones intentan obtener el óptimo en las combinaciones de riesgo, rendimiento y liquidez en sus inversiones de cartera. La imaginería popular, siempre presta a la simplificación, ha resumido su complicada estructura en la frase antes citada.
Pero, más allá de esta teoría, la denominada tasa Tobin es la que sin duda le proporcionará el don de la permanencia en el Olimpo económico. Grosso modo, La tasa Tobin consiste en gravar con un impuesto cada una de las transacciones financieras que atraviesan las fronteras nacionales. La finalidad de la implantación de esta es servir de desestímulo del flujo de capitales a muy corto plazo (días o semanas), pues estos obtienen una rentabilidad muy pequeña que con este mecanismo desaparecería. De hecho, el origen del beneficio de estas transacciones reside en la velocidad a la que se mueven los capitales. Como el impuesto de Tobin debería ser satisfecho para cada una de ellas, lo comido se pagaría con lo servido. En palabras del padre de la criatura se trataría de “echar arena al aceitado mecanismo de las especulaciones que hacen viaje de ida y vuelta en días o pocas semanas”.
Con la crisis financiera de los últimos tiempos, el famoso impuesto no sólo ha resurgido de sus cenizas, (aunque la asociación ATTAC encabezada por el director de Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet, viene defendiendo su aprobación desde hace más de 10 años), sino que incluso ha sido rebautizada con el nombre de Robin Hood Tax.
Sin embargo, las palabras del propio Tobin, meses antes de fallecer en 2002, no avalan estas vítores a su criatura. "Naturalmente que me alegra; pero los aplausos más sonoros vienen del lado equivocado. Mire usted, yo soy economista y, como la mayoría de los economistas, partidario del libre comercio. Además, estoy a favor del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial, de la Organización Mundial de Comercio. Abusan de mi nombre”. Algo semejante debió de pensar el doctor Frankenstein al contemplar la deriva que había tomado su criatura.
domingo, 21 de marzo de 2010
Dublineses
Hablaba con mis alumnos de 2º de Bachillerato de la irrupción de nuevas formas de organización en el seno de las organizaciones. El entorno turbulento exige mecanismos de adaptación diferentes a los habituales que derivan en desarrollos organizativos no al uso. Por eso, en los últimos años se han sucedido una serie de propuestas emanadas de diferentes teorías organizativas con el fin de proporcionar la solución más adecuada para ese objetivo último de supervivencia. De nuevo, la sombra de Darwin es alargada.
Se estará sin duda preguntando el sufrido lector, qué relación guardan estas tendencias teóricas con la prometida expedición. No demasiada,- me gusta generar expectativas (aunque finalmente se revelen como falsas)- aunque en modo alguno inexistente. Propongo un viaje virtual a Dublín, -la ciudad de Samuel Beckett y de James Joyce, o mejor, de Stephen y Leopold Bloom-, en compañía de un cicerone excepcional: Manuel Vicent y el fantástico programa "La ruta de la memoria". Allí, sugiero una parada obligada en el Trinity College del que es doctor Honoris Causa el gigante de hoy, Charles Handy.
- Núcleo de trabajadores: conforman la organización, se comprometen con ella, quieren ser consultados, promocionados y reconocidos como socios.
- Subcontratas: las integran tanto individuos como organizaciones. Los individuos proceden generalmente de la misma empresa: se les paga en honorarios y no en sueldo; por resultados y no por tiempo.
- Trabajo flexible: se refiere a los trabajadores que prestan sus servicios por temporadas o sólo parte de la jornada laboral. No son necesariamente personas que quieran entrar al núcleo, aunque deben ser considerados parte de la organización.
El trabajo en la organización en trébol comporta grandes dificultades. Cada hoja requiere una gestión diferente, fundamentalmente en el núcleo de trabajadores que, en esencia, debe estar constituido por pocos individuos y excelentemente preparados, lo cual, indudablemente complica la selección y el desarrollo profesional.
La excursión finaliza. Sigan haciendo planes. Todo llegará.
miércoles, 17 de marzo de 2010
El informe pelícano
En el canon occidental, o tal vez en el mío propio, Robert Musil goza de un altar exclusivo. Compruebo que no soy la única en ponerle velas: de hecho, hoy mismo, ojeando el libro de Zygmund Bauman La modernidad líquida, he leído lo que sigue: Ulrich, el héroe de la gran novela de Robert Musil, era –tal como lo anunciaba el título de la obra– Der Mann ohne Eigenschaften: el hombre sin atributos. Al carecer de atributos propios, ya fueran heredados o adquiridos irreversiblemente y de manera definitiva, Ulrich debía desarrollar, por medio de su propio esfuerzo, cualquier atributo que pudiera haber deseado poseer, empleando para ello su propia inteligencia e ingenio; pero sin garantías de que esos atributos duraran indefinidamente en un mundo colmado de señales confusas, con tendencia a cambiar rápidamente y de maneras imprevisibles". Tal vez lo que distingue a la Gran Literatura, i.e., a la que otorga la existencia al canon sea su capacidad de mover a la reflexión, así como su carácter poliédrico.
La literatura económica no parece poliédrica, aunque pretenda mover a la reflexión. Acercarse a la literatura económica exige un cierto dominio de la terminología. Los fallos en la comprensión de determinadas ideas provienen, en mi opinión, de un desconocimiento del utillaje del que la economía, como conocimiento especializado que es, está dotada. Sin embargo, otros términos, en origen técnicos, han sufrido un proceso de divulgación tal, que en ocasiones han perdido su referencia. En este sentido, expresiones como 'gobernanza corporativa' -vergonzante traducción de corporate governance- o 'gobierno corporativo' son protagonistas habituales de tertulias y noticias de la sección sepia semanal.
Pero, ¿qué se entiende por 'gobierno corporativo'? Para responder certeramente me subiré a hombros de J. M. Rodríguez Carrasco. Cuando se habla de grandes corporaciones es inevitable acudir a los gigantes. Vuelvo a la pregunta. La OCDE lo define como "el sistema mediante el cual se dirige y controla la empresa. La estructura del gobierno corporativo especifica la distribución de derechos y responsabilidades entre los diferentes participantes en la empresa, tal como el consejo de administración, los directivos los accionistas y otros grupos dentro de la organización y señala las pautas y procedimientos para tomar decisiones en asuntos corporativos.
En esta definición se puede entrever que el Consejo de Administración juega un papel principal en el sistema. Como mis alumnos de 2º de Bachillerato saben, el Consejo de Administración es el órgano que ostenta funciones de administración y representación en determinadas formas societarias. Desde un punto de vista jurídico, la responsabilidad legal básica del Consejo de Administración es dirigir la empresa en interés de los accionistas, sin por ello olvidar las pretensiones de los otros grupos.
La nítida diferenciación entre accionistas y Consejo de Administración se produce cuando se habla de grandes empresas cuya forma jurídica más habitual es la sociedad anónima: los accionistas, en calidad de propietarios de una parte alícuota del capital de la organización, delegan la gestión de la empresa al Consejo de Administración. Pero la cadena de delegaciones no acaba ahí: el propio Consejo delega en los ejecutivos o managers saldando de esta forma la separación entre propiedad y gestión. Los problemas que genera esta suerte de divorcio se han llamado "problemas de agencia".
Algunos autores como el ya mencionado en este foro, Peter Drucker, han dudado de la efectividad de los Consejos de Administración. Para este gurú del management, perdón por la cursilería, las raíces de este hecho hay que buscarlas en que en el Consejo de Administración está constituido además de por los directores internos, por una serie de directores externos o no ejecutivos. Los primeros no se controlan a sí mismos y los segundos, se encuentran con una serie de dificultades para llevar a cabo su labor. Por un lado, su interés financiero en la empresa puede ser escaso y por otro, no es extraño encontrar directores externos vinculados a otros consejos de administración.
Con el fin de conseguir que esta institución recupere su papel primordial en el gobierno corporativo, se han publicado varios estudios que dan pistas sobre los cambios que deberían realizarse. En esta línea revitalizadora se sitúan el informe Cadbury, que ha extendido su campo de influencia en muchos países, y en nuestro país, el informe Olivencia.
Aunque la cuestión no está saldada, debo terminar. No sin admitir que Musil tenía razón: he quedado admirada de cuántas cuestiones han de tratarse en las entrevistas con los gerentes. Y ha pasado más de medio siglo.
martes, 16 de marzo de 2010
El oro de Moscú
¡No, dioses, no hago votos en vano, sino con fundamentos!
Un poco de oro bastaría para volver blanco al negro;
bello al feo;
justo al injusto;
noble al infame;
joven al viejo, valiente al cobarde.
¡Ven! Polvo maldito, ramera del mundo,que siembra la discordia entre los pueblos.
William Shakespeare, Timón de Atenas, acto IV,
Mis alumnos de Bachillerato se encuentran en plena vorágine investigadora. Las respuestas al test del Banco de España sólo están al alcance de los más avezados. Además del nada desdeñable incentivo que supone la posibilidad de que se hagan con un ordenador portátil, el objetivo que persigo al inscribirlos en tal prueba es, sin duda, que comprendan cómo funcionan los Bancos Centrales, cuál es su papel como garantes de la estabilidad de los diferentes sistemas (de precios, de pagos y financiero) y, sobre todo, que lleguen a entender el en apariencia críptico léxico que se maneja en estos entornos. Por otro lado, como todo detective aficionado sabe de sobre, cuando se cierra una puerta, se abre otra y las pistas conducen a ulteriores indagaciones.
Y en esas estábamos cuando un alumno preguntó por la vigencia del patrón oro. Como este sigue siendo un foro iniciático hay que comenzar explicando lo obvio: en qué consiste el patrón oro. Dicho en pocas palabras, un sistema monetario que se rige por el patrón oro es aquel en el que el valor de la moneda de un país se encuentran respaldado por una cantidad prefijada de este metal precioso. El valor del efectivo se define en función de una determinada masa de oro.
Cuando se usa el patrón oro se estabilizan, dentro de una estrecha franja, los valores de las diferentes monedas que lo aceptan. De esta forma, el oro viene a cumplir la función de patrón de medida. Como se señala en la wikipedia: “un déficit en la balanza de pagos produce un flujo de salida de oro que, si no se toman medidas compensatorias por parte del banco central del país, causa una contracción en la oferta monetaria; esto, a su vez, lleva a la disminución de los precios interiores con respecto a los de otros países, lo cual alienta las exportaciones y reduce las importaciones, posibilitando así un flujo de oro en sentido inverso (entrante al país). Se genera de este modo, mediante el patrón oro, una compensación automática que lleva al equilibrio, al cual ayudan además los flujos de capital que actúan, en definitiva, del mismo modo.”
La constatación de que se haya abandonado el patrón oro hace suponer que no todo eran ventajas en este sistema. De hecho, el principal problema, como se comprobó en la Gran Depresión, fue el incremento del desempleo, provocado por la fuerte reducción de la actividad económica que sufría el país cuyo déficit exterior le obligaba a una contracción de la masa monetaria. Además, los países con superávit podían llegar a caer en la tentación de intentar prolongar esta situación "esterilizando el oro", es decir, tratando de evitar que el aumento en sus reservas provocase crecimiento en la circulación monetaria e inflación.
Durante buena parte del siglo XIX y el XX, la mayoría de países occidentales continuaron sujetos al patrón oro. El principio del fin comenzó con el abandono del Reino Unido del mencionado patrón y continuó a lo largo del siglo pasado (para más información pulse aquí).
En la actualidad, el oro no está en circulación y, en la práctica, no desempeña ningún papel monetario. Sin embargo, los Bancos Centrales poseen una determinada cantidad de oro que aparece reflejada en su balance. Esta partida (junto con las divisas extranjeras) posee el significado económico de representar las posesiones de divisas y de otros activos que tiene un país que pueden utilizarse para satisfacer las demandas de divisas.
Las reservas de oro del Banco de España dan para más de una anécdota. Probablemente la más conocida es la del traslado de 510 toneladas de oro, el 72,6% de las reservas de oro
del Banco de España, desde su depósito en Madrid hacia la Unión Soviética, a los pocos meses del inicio la Guerra Civil Española, siguiendo las órdenes de Negrín, ministro de economía del gobierno republicano de Largo Caballero. Tal vez menos conocido es el hecho de que la cuarta parte restante de la reserva del Banco, es decir, 193 toneladas, fue trasladada y transformada en divisas en Francia, operación que recibió el nombre de “el oro de París”. ¿Qué fue del oro? Enigmas de la historia que tal vez encuentren respuesta en otro foro. El tiempo también es oro.
lunes, 15 de marzo de 2010
Amélie
Resulta difícil imaginar un castigo más humillante para cualquier ser humano, y más para cualquier nipón, y más todavía para la orgullosa y sublime señorita Mori, que aquel despido público. Estaba claro que la intención del monstruo era deshonrarla.” Amélie Nothomb. Estupor y temblores.
Milito en el partido ganador: el de los practicantes, confesos y convencidos, del autoengaño. Cada vez que viajo a un país cuya lengua un día creí ingenuamente poder aprender, me regalo un libro con la vana esperanza de recuperar el tiempo perdido. Ya saben, más Proust y menos prozac. La mayoría de las veces, mi adquisición pasa a formar parte del universo de los tomos intonsos –por otro lado, absolutamente superpoblado-, pero la sensación de que en cualquier momento puedo abrirlo y retomar lo que nunca en realidad tomé tiene algo de edulcorado e infantil autoengaño de posesión de tiempo infinito. Mi penúltima adquisición fue un librito que las circunstancias hicieron que devorara con fruición.
Su autora, Amélie Nothomb, es una prolífica escritora japonesa por accidente y belga por esencia, que ostenta la increíble marca de publicar desde 1992 una novela cada año. Reconozco que una especie de repeluzno ante tal incontinencia textual me había mantenido alejada de su obra, pero la pasión del autoengaño fue más fuerte que yo y, en una pequeña librería de Rouen, acabé comprando Stupeur et treblements. Mil kilómetros de viaje de regreso a Pamplona hicieron el resto. La novela, sin demasiadas pretensiones, relata la traumática experiencia laboral de la autora en una gran empresa japonesa. Nothomb, de una manera casi cómica, realiza una espléndida crónica de la humillación: sus jefes, para quienes se inventó el término ‘déspota’, la humillan, la degradan, la someten a mil y un escarnios que ella soporta de forma estúpidamente estoica (en mi opinión). Sin embargo, y tras el velo humorístico de la narración, se agazapa la amarga tesis de que las relaciones laborales en las organizaciones contemporáneas abocan inexorablemente a la deshumanización, o, en términos marxistas, a la alienación. ¿Es esta conclusión general una inferencia errónea de un caso particular?
Hoy he recordado esta lectura cuando, preparando mi clase de 2º de Bachillerato, he dado a parar con una anécdota con la que William Ouchy comienza su famosa teoría Z (nacida al albur de la X e Y de MacGregor), en la que un director estadounidense relata cómo transcurrió una huelga en una fábrica en Japón:
“Nos avisaron como seis semanas antes. En el día de la huelga una barrera de piquetes con pancartas nos forzaron a cerrar durante esa jornada. Pero cuando miré por mi ventana a las cinco en punto de la tarde, no sólo no quedaban ni pancartas ni panfletos, sino que los propios trabajadores estaban recogiendo las tazas de café y las colillas de los cigarros, dejando el suelo inmaculado. Al día siguiente, recuperaron la producción perdida, sin necesidad de horas extras. No entendí el significado de esta actitud, así que llamé a un operario que conozco para que me lo explicase. “Teníamos algunas desavenencias con la dirección. La única manera de que ustedes se dieran cuenta de nuestra seriedad era movilizarlos y salir a la calle. Pero esta empresa también es nuestra y no queremos dar la impresión de que le somos desleales”.
¿Qué tienen en común ambas experiencias además de la obviedad de que sus protagonistas pertenecen a esa desvaído grupo que se ha dado en llamar ‘los occidentales’? A la luz de las modernas teorías de la empresa, ambos están haciendo alusión a la “cultura empresarial japonesa”. El trabajador japonés responde de una forma rayana en la obsesión a la filosofía del Ichiban (o ser número uno): la propia carrera profesional, el propio yo (hipertrofiado entre los occidentales) se pueden llegar a sacrificar en aras de la empresa a la que se presta servicio. Como señala Petra Mateos “cuando un trabajador se incorpora a una organización, se considera que va a prestar sus servicios en ella de por vida; en los primeros años pasará por todos los departamentos y sólo con el paso del tiempo, no por méritos, podrá ascender. La empresa cuidará su formación, su calidad de vida, sus relaciones sociales y será el centro de la vida del trabajador japonés”.
La occidental que habita en mí entiende el título elegido por Nothomb para su relato. Pecadillos eurocentristas que para su perdón exigen la penitencia de un viaje a Japón. Seguro.
domingo, 14 de marzo de 2010
Los Buddenbrook
¿Qué debe intentar leer el individuo que todavía desea leer en este momento de la historia? Harold Bloom, catedrático de literatura de la Universidad de Nueva York, publicó hace 15 años un libro en el que intentaba responder a este interrogante. Dar cumplida cuenta de la cuestión remite a la existencia de un canon occidental. Antiguamente el término 'canon' se utilizaba para definir los libros que la Iglesia consideraba normativos y para las obras elegidas por las instituciones de enseñanza. Para Bloom, la utilidad de un canon literario es de tipo práctico y sirve como guía de lectura, "porque somos mortales y nuestro tiempo es limitado". Como buen anglosajón, Shakespeare se convierte en la medida de todas las cosas.
Si me viera en la tesitura de tener que elaborar una lista con mi canon literario, La montaña mágica de Thomas Mann ocuparía un puesto de privilegio. La genialidad de esta obra, una vez más la carga de la perfección, obliga a relegar injustamente a un segundo plano obras como La muerte en Venecia, Doctor Fausto o Los Buddenbrook , novela que protagonizará la entrada de hoy.
Claudio Magris, para quien la obra maestra de Mann es precisamente Los Buddenbrook, afirma lo siguiente en Ítaca y más allá: “cuando trabajaba (Mann) en su obra maestra, en la cual a través de las vicisitudes de una familia debía representar admirablemente el conflicto entre vida y reflexión y la génesis de la barbarie irracional de la decadencia burguesa, Mann no se daba cuenta, bien como confiesa él mismo, de que narrando la descomposición de una familia burguesa él narraba un final más amplio.
No es la crítica literaria el objeto de este cuaderno de bitácora. Por eso, no trataré de hacer un análisis de un libro que trasciende, como ocurre con las obras canónicas, sus muchas interpretaciones. Si comparece en este foro es porque lo que narra, el progresivo declive de una familia de comerciantes de Lübeck, ha servido para acuñar una expresión que en historia económica se denomina “El síndrome Buddenbrook”. De acuerdo con el síndrome pueden producirse diferencias sustanciales en la forma en que diferentes generaciones administran un negocio familiar. La primera generación de propietarios, los fundadores de la empresa, está dotada de unos atributos cuasi-épicos: espíritu emprendedor y pionero, que anhela dinero y éxito. La segunda generación, por su parte, contribuye con su labor a aumentar el reconocimiento y prestigio social de la empresa. La tercera generación propicia la decadencia de la organización al dedicar su tiempo a actividades no relacionadas con la dirección de la empresa como el ocio, la vida social o el cultivo de las artes. Desde esta perspectiva, el ciclo de vida de una organización a duras penas supera el estrictamente personal: quien ha levantado un imperio puede llegar a ser testigo de cómo se desmorona ante la pasividad de sus propios descendientes.
¿La realidad imita la ficción? La respuesta, o al menos una de ellas, en este interesante artículo de F. Allende. El resto, en Los Buddenbrook.
sábado, 13 de marzo de 2010
Lluvia en los zapatos
La contaminación ambiental empirista ha llevado a considerar, falsamente, que el lenguaje científico no ha contraído deuda alguna con el literario, en general, y el metafórico en particular. Como señala R. R. Hoffman la metáfora se cuela en la teorización científica por muy diversas oquedades. La utilización de las metáforas hace pensar en que la supuesta brecha existente entre ciencias de la naturaleza y el resto de saberes humanos no sea tal . Pero esta afirmación merece una justificación que trasciende los objetivos de este foro.
La economía, pese a no pertenecer oficialmente al selecto club de las ciencias positivas, no es una excepción en cuanto al uso del lenguaje metafórico. Y a modo de prueba, hoy hablaré de dos efectos de la inflación que se explican mediante una imagen que bien podría considerarse metafórica, aunque, en rigor -doctores tiene la filología- no lo sea.
El primero de estos efectos son los denominados costes en "suela de zapatos". Reciben este nombre porque de alguna forma representan el hecho de que la inflación comporta el incómodo efecto de haber de acudir con mucha frecuencia a las instituciones financieras a sacar dinero para poder ajustar la cantidad de dinero real deseada a la pérdida de poder adquisitivo motivada por la subida de precios. Por tanto, los costes en suela de zapatos aluden a los recursos despilfarrados cuando la inflación anima a los individuos a reducir sus tenencias de dinero.
El segundo de los efectos es el derivado de tener que cambiar los precios a menudo, lo que conlleva alterar las listas de precios, folletos publicitario, etiquetaje de los productos. Son los costes de menú. En el caso extremo de hiperinflaciones estos precios han de ser modificados casi diariamente.
Difícil tarea la de sustraerse al uso metafórico del lenguaje. Incluso en el juego del lenguaje -siguiendo la terminología wittgensteniana- de la ciencia. A lo mejor, ni tan siquiera es deseable.
jueves, 11 de marzo de 2010
En lo más crudo del crudo invierno
O al revés: ¿toda esa gente inflada de comida basura crees
que es feliz?
–Una cosa es la gordura acompañada de sedentarismo,
y otra la torpeza motora. A una gacela le conviene no
ser torpe, pero los hombres deberíamos serlo un poco, y
las mujeres.
–¿Para qué?
–Para ir más despacio." (Belén Gopegui. El padre de Blancanieves)
En lo más crudo del crudo invierno se hace necesario tomar la brújula y no perder el norte o, tal vez, perderlo definitivamente y huir a la búsqueda de climas más benignos. A la vista de que el segundo término de la disyuntiva queda lejos de mis posibilidades, ay, no queda otra opción que la retirada reflexiva a los cuarteles de invierno.
El confinamiento obligado está dotado de un elenco de virtudes nada desdeñables: la fundamental: ir más despacio. Idea general que se traduce en tiempo para la lectura sosegada, (El padre de Blancanieves, libro al que espero dedicar alguna entrada), acompañada de café & Bill Evans, y para comprobar que desde hace tiempo este cuaderno de bitácora no ha incidido en alguna de las cuestiones básicas que suelen formularse los alumnos de primero. Sin duda, una de las que pertenece a la categoría del clásico es la relativa a la relación entre la inflación y los tipos de interés.
En líneas generales, cuanto mayor es el incremento de los precios, mayor es el tipo de interés que fija el banco central del país correspondiente con el fin de frenar la inflación. En la Unión Monetaria Europea, el que fija los tipos de interés es el Banco Central Europeo (BCE). ¿Por qué la subida de los tipos de interés es utilizada como medio para frenar la carrera inflacionista? La respuesta si a los bancos comerciales les cuesta más caro pedir dinero al Banco Central Europeo, ellos, por su parte, lo prestarán menos (y más caro) a los particulares y a las empresas. La consecuencia es que estos últimos deberan frenar su consumo y su inversión, respectivamente, lo cual presionará los precios a la baja y, por ende, reducirá la inflación.
Un razonamiento semejante se aplica para explicar que las bajadas de los tipos de interés, cuando no hay presiones inflacionistas, fomentan el crecimiento económico. Al bajar los tipos de interés, los bancos comerciales prestarán más (y más barato) a los particulares y a las empresas. De esta forma, ambos incrementarán su consumo y su inversión, reportando, a la postre, el indudable beneficio del crecimiento económico.
Estas explicaciones podrían ser, con razón, acusadas de simplistas si no fueran acompañadas de la claúsula ceteris paribus, i.e., considerando que las demás variables permanecen constantes. Además, resulta necesario precisar que en economía no son habituales las medicinas de efecto inmediato: es lo que se conoce como problema de los retardos. Como señala Cuadrado Roura "el proceso de elaboración de cualquier política económica trae consigo una serie de retardos (...). Desde que se detecta un problema económico hasta que las medidas adoptadas de política económica surten efectos, pueden transcurrir periodos de tiempo bastante largos y no siempre predecibles que disminuyen la eficacia de las actuaciones públicas.
Aunque se han catalogado distintos tipos de retardos dejaré su análisis para otra ocasión. Hoy tengo una cita con el padre de Blancanieves.
martes, 9 de marzo de 2010
lunes, 8 de marzo de 2010
Pasaje a la India
Me avergüenza reconocer que me he atrevido con los textos del economista indio, Amartya Sen, hace relativamente poco tiempo. A pesar de los pesares: inclúyase en este punto una lista infinita de concesivas, o sea, malas excusas para justificar lo injustificable. Ahí va una de ellas: tal vez uno de los problemas de la universidad actual -y hablo en calidad de usuaria- resida en el uso y abuso de manuales explicativos que alejan al estudiante para siempre jamás del acercamiento a las fuentes. El estudiante medio de economía no ha leído a A. Smith, D. Ricardo, Pareto, Jevons, Aglietta o Sen más allá de las referencias del manual de turno. Y se nota.
Pero vuelvo a Amartya Sen. Al menos a la cuestión a la que apunta en el texto que hoy he elegido como introducción a mi entrada de hoy. El asunto no es otro que el propio concepto de 'equidad'. ¿Qué se entiende por tal?
Básicamente se distinguen dos sentidos en el término: 'equidad categórica' y 'equidad vertical'. Ambas acepciones se revelan como especialmente útiles a la hora de entender cuál es el concepto de justicia -que pretende transcender las limitaciones de los sentidos enunciados ayer- que se maneja más comúnmente en el pensamiento económico-político actual.
La equidad categórica parte de la premisa de que todos los individuos tienen derecho a consumir ciertas cantidades mínimas de determinados bienes. Si se aplica a la redistribución personal de la renta, este principio hace hincapié en los grupos de ingresos más bajos con el fin de garantizar unos mínimos de disfrute a los sectores más desfavorecidos y, de esa forma, prevenir situaciones de pobreza extrema.
Sin embargo, el principio de equidad vertical propugna la disminución de la desigualdad global entre todos los grupos o rangos de distribución personal de la renta. Se identifica por tanto con una distribución de la renta absolutamente igualitaria: en el límite, cada grupo se llevaría, pongamos por caso, un 10% de la renta.
Hay quien distingue un tercer sentido, el de equidad horizontal, que persigue la
disminución de la desigualdad dentro de cada grupo.
Y vuelta a A. Sen: resulta evidente que el divorcio entre la economía y la ética deviene imposible. El discurso económico no justifica per se cuál es el criterio óptimo de distribución en la medida en que remite a la cuestión previa de dilucidar cuáles son los derechos que poseen los individuos. "No hay ninguna justificación para disociar el estudio de la economía del de la ética y del de la filosofía(...)la economía puede hacerse más productiva prestando una atención mayor y más explícita a las condiciones éticas que conforman el comportamiento y el juicio humano". Ojalá.
domingo, 7 de marzo de 2010
Justicia para todos
No forma parte de mi exiguo elenco de originalidades la defensa de la tesis de que la separación entre hecho y valor no deja de ser artificial. Lo positivo y lo normativo resultan, a la postre, las dos caras de una misma moneda. Sin embargo, esta tesis dista mucho de ser universalmente compartida. De hecho, como señala Cuadrado Roura "un locus classicus del análisis de los objetivos de la Política Económica ha sido la pertenencia de la distribución de la renta exclusivamente al mundo de la ética o su constitución como fin básico de la acción pública, con el mismo rango que pueda tener la política de estabilidad o de crecimiento económico".
La cuestión dista mucho de ser menor. Restringir el problema de la redistribución de la riqueza a los dominios éticos comporta más implicaciones que las propiamente organizativas. No se trata de dar al César lo que es del César, sino de evitar al César la incómoda cuestión de resolver el conflicto abierto entre eficiencia y equidad. Y en este contexto, ambas cuestiones remiten de un lado a la existencia de fallos de mercado (los agujeros negros de la eficiencia) y, del otro, a los fracasos del sector público.
El problema de la redistribución está emparentado con el de qué se considera justo desde una perspectiva económica. En ocasiones se plantea en términos de disyuntiva, cuando no de relación de contrarios. Justicia adversus libertad. Tal vez convenga dilucidar cuáles han sido los criterios clásicos de distribución: para ello, me subiré a hombros de un gigante: el mencionado Cuadrado Roura.
El primero de estos criterios consiste en distribuir a todos por partes iguales. La traducción política de esta máxima vendría a ser la consigna "cada persona, un voto". La crítica clásica al criterio alude al carácter desmotivador que implica para la producción y creación de riqueza (para qué esforzarse más, si el reparto es igualitario). Además, sus detractores apuntan que su puesta en práctica aboca la situaciones de distribución igualitaria de la pobreza.
El segundo defiende que la distribución debe hacerse atendiendo a las necesidades. Sin embargo, y a pesar de su aparente carácter de obviedad, este criterio exige una clarificación previa del concepto de 'necesidad' (que se mueve en las anticientíficas -irony intended- aguas de la subjetividad). Además, ¿qué porcentaje de insatisfechos se ha de satisfacer con los recursos existentes?
El tercer criterio habla de la distribución según los merecimientos. Una vez más, la temida subjetividad puede salir al paso en la medida en que se consideren los méritos función de los esfuerzos. Más objetivos resultan los resultados obtenidos como indicadores de los merecimientos. Ahora bien, dado que los seres humanos nacemos con diferentes cualidades y talentos, es evidente que la sola aplicación de este criterio ahondaría aún más en la brecha existente.
Y por último, el cuarto criterio habla de distribuir de acuerdo con el trabajo realizado. Este criterio, de raíces marxistas, habría de complementarse con criterios de justicia para cubrir las necesidades de quienes por circunstancias diferentes (enfermedad, ancianidad, discapacidad, etc) no pueden trabajar.
¿Justicia para todos?
martes, 2 de marzo de 2010
Tras el cristal
Había leído en diversos foros fervientes y devotas recomendaciones de un libro escrito por Henry Hazlitt en el año 1946 titulado Economía en una sola lección. He de confesar que mi cuerpo ha generado un número suficiente de anticuerpos para defenderse de los ejércitos de antígenos que diaramente intentan colarse con sugerentes y prometedores reclamos del tipo, "inglés sin esfuerzo", "chino en dos tardes" o "astrofísica en 20 preguntas". Sin embargo, las loas a Hazlitt contenían tal cantidad y calidad de hipérboles que sucumbí a sus prometidos encantos (tanto más al comprobar que el texto se encontraba a libre disposición del público en la red).
Una lectura rápida del libro confirma que se trata de un texto ameno y amable. Sin embargo, sus argumentaciones resultan en ocasiones toscas y poco técnicas. Aunque la crítica más severa que cabe esgrimir es que se arremete continuamente contra lo que califica de sofismas económicos, que sólo lo si se aceptan ciertas marcos teóricos. Por ejemplo, lo que desde una perspectiva liberal resulta sofístico, no lo es en modo alguno desde una perspectiva keynesiana. Si bien es cierto que resulta imposible de facto el ser capaz de sustraerse a la propia perspectiva, no resulta "demasiado científico" partir de una teoría aceptada dogmáticamente (al menos en las páginas del libro no se pone en entredicho), para tirar la piedra contra otra. Por lo demás, he de señalar que el estilo de su autor es sencillo, claro y con claras orientaciones didácticas, lo que lo hace recomendable para quienes no poseen muchos conocimientos de economía, siempre que tengan claro cuál es el punto de partida de Hazlitt.
Vayamos con el libro. En el prefacio, el autor señala que "las falsedades, una vez pasan al dominio público, se hacen anónimas, perdiendo las sutilezas o vaguedades que pueden observarse en los autores que más han cooperado a su propagación. La doctrina se simplifica; y el sofisma, enterrado en una maraña de distingos, ambigüedades o ecuaciones matemáticas, surge a plena luz." La divulgación se erige en una suerte de evaporación que permite observar que ciertas teorías, al despojarse de su ropaje matemático o terminológico, no son sino sofismas. La economía, a su entender, resulta terreno propicio para el cultivo de sofismas por dos razones: la primera, la presencia de fines egoístas y la segunda, la cortedad de miras que impide en ocasiones al ser humano ser consciente de las consecuencias secundarias que provocarán sus acciones.
Les propongo que juzguen por ustedes mismos y respondan si el ejemplo que aporta el propio Hazlitt es o no un sofisma. Lo que sí puedo asegurar es que las razones utilizadas son primas hermanas de quienes creen estar contribuyendo al descenso de la tasa de desempleo por el expeditivo método de limpiar las colillas del coche en plena vía pública.
"Supongamos que un golfillo lanza una piedra contra el escaparate de una panadería. El panadero aparece furioso en el portal, pero el pilluelo ha desaparecido. Empiezan a acudir curiosos, que contemplan con mal disimulada satisfacción los desperfectos causados y los trozos de vidrio sembrados sobre el pan y las golosinas. Pasado un rato, la gente comienza a reflexionar y algunos comentan entre sí o con el panadero, que después de todo la desgracia tiene también su lado bueno: ha de reportar beneficio a algún cristalero.
Al meditar de tal suerte elaboran otras conjeturas. ¿Cuánto cuesta una nueva luna? ¿Cincuenta dólares? Desde luego es una cifra importante, pero al fin y al cabo, si los escaparates no se rompieran nunca, ¿qué harían los cristaleros? Por tales cauces la multitud se dispara. El vidriero tendrá cincuenta dólares más para gastar en las tiendas de otros comerciantes, quienes, a su vez, también incrementarán sus adquisiciones en otros establecimientos, y la cosa seguirá hasta el infinito. El escaparate roto irá engendrando trabajo y riqueza en artículos cada vez más amplios. La lógica conclusión sería, si las
gentes llegasen a deducirla, que el golfillo que arrojó la piedra, lejos de constituir díscola amenaza, convertiríase en un auténtico filántropo."
¿Filantropía o golfería? ¿es la argumentación sofística? La respuesta en Economía en una lección. A alguno aún le sobra una tarde.
lunes, 1 de marzo de 2010
El método
"Lupus est homo hominis, non homo, quom qualis sit non novit" ("lobo es el lobo para el hombre y no hombre cuando desconoce quién es el otro". Plauto)
La psicología asociacionista concibe la percepción como un mosaico, el resultado de la suma o agregado de las sensaciones. La asociación, por otro lado, no es el resultado de ninguna actividad del sujeto; antes bien, las sensaciones se asocian entre sí de un modo que podemos considerar mecánico. Tal vez esta teoría de razón de por qué cada vez que pienso en una técnica de grupo de selección de personal me venga Eduardo Noriega a las mientes. Sólo que como los psicólogos gestalistas afirmaron el asociacionismo falla. It doesn't matter.
La imagen de Eduardo Noriega sorteando toda suerte de obstáculos, -entre ellos el cártel que reza "otro mundo es posible",- a lomos de su moto BMW de gran cilindrada para llegar al edificio de la multinacional donde participará en unas pruebas de selección de personal, no por obvia, deja de ser potente. Una atmósfera despiada, feruna incluso, impregna las diferentes escenas teatrales. Detrás de los personajes es posible descubrir al depredador, no que el ser humano alberga dentro de sí, sino que las relaciones laborales, el darwinismo de mercado alimentan. Crueldad revestida de falsas sonrisas y cortesías.
Y sin embargo, -lo que son las cosas-, las dinámicas de grupo pueden ser atribuidas con más o menos rigor a Kurt Lewin, psicólogo de la Gestaltpsychologie. La psicología gestalista o de la forma defendía la tesis contraria al asociacionismo, a saber, la totalidad percibida no tiene su origen en la asociación de elementos. La forma se impone, independientemente de los elementos, conforme a ciertas leyes específicas propias, las llamadas leyes de la forma. La Gestalt, por ende, defiende que la percepción está mediatizada por el contexto, o la configuración de los elementos percibidos. Después extiende su campo de interés hacia la investigación del pensamiento, la memoria, y la naturaleza de la estética. Y dando un paso más, en su trabajo sobre dinámica de grupos, Kurt Lewin aplicó la Gestalt también a la psicología social. El comportamiento de los individuos, no debe concebirse como un precipitado de su propia voluntad individual: sino de la relación dinámica que cada persona mantiene con el grupo. El grupo, por otro lado, no es simplemente la suma de los individuos que lo constituyen.
De ahí a los procesos actuales denominados Assesment Center hay un corto recorrido. Esta técnica posibilita a la empresa evalar la capacidad de los candidatos de trabajar en equipo, de ejercer el liderazgo, de comunicarse adecuada y eficazmente o de adaptarse a diferentes situaciones. La técnica es sencilla: se constituyen grupos de 4 a 6 candidatos y se les entrega un tema o un supuesto sobre el que el grupo tiene que alcanzar un acuerdo final en un tiempo limitado. Cada candidato puede tener un papel asignado para el trabajo del grupo o no. En la misma sala permanecerán distintas personas de la empresa que anotarán lo que ven, analizarán el comportamiento de cada miembro del grupo y solicitarán que los grupos justifiquen la solución consensuada. Estas personas estarán más interesadas, normalmente, en cómo interactúa el grupo que en la bondad del acuerdo.
Pero el ser humano es capaz de aprender incluso a improvisar. Por eso, no faltan en la red páginas que aconsejan cómo se deben afrontar estas pruebas. Algunas incluso provienen de los propios empleadores. ¿No les parece entrañable?