"La jornada laboral normal data tan sólo, en la industria moderna, de la ley fabril de 1833, vigente para las fábricas que elaboran algodón, lana, lino y seda. ¡Nada caracteriza mejor el espíritu del capital que la historia de la legislación fabril inglesa entre 1833 y 1864!
La ley de 1833 declara que "la jornada laboral ordinaria deberá comenzar a las 5 1/2 de la mañana y finalizar a las 9 de la noche, y que dentro de estos límites un período de 15 horas será legal emplear jóvenes (esto es, personas entre 13 y 18 años) a cualquier hora del día, siempre y cuando el mismo joven no trabaje más de 12 horas a lo largo del día, con excepción de ciertos casos especialmente previstos". La sexta sección de la ley establece "que en el curso de todos los días se deberá conceder no menos de 1 1/2 hora para las comidas a todas esas personas cuyo tiempo de trabajo ha sido restringido". Se prohibía emplear a niños menores de 9 años, con una excepción que mencionaremos más adelante, y se limitaba a 8 horas el trabajo de los niños de 9 a 13 años. El trabajo nocturno es decir, conforme a esta ley, el trabajo entre las 8 1/2 de la noche y las 5 1/2 de la mañana se prohibía para todas las personas de 9 a 18 años.
Los legisladores estaban tan lejos de querer atentar contra la libertad del capital de absorber fuerza de trabajo adulta o, como ellos la llamaban, contra "la libertad de trabajo", que urdieron un sistema especial para evitar esa horripilante consecuencia de la ley fabril.
"El gran mal del sistema fabril, tal como se lo practica al presente", se dice en el primer informe del consejo central de la comisión, del 25 de junio de 1833, "consiste en que genera la necesidad de prolongar el trabajo de los niños hasta la extensión máxima de la jornada laboral de los adultos. El único remedio para este mal salvo la restricción del trabajo de los adultos, lo cual originaría un mal mayor que el que se procura subsanar es a nuestro parecer el plan de hacer trabajar a dos turnos de niños." Bajo el nombre de sistema de relevos ("system of relays"; relays significa en inglés, como en francés, el cambio de los caballos de posta en las diversas paradas) se llevó a la práctica ese "plan", de tal modo, por ejemplo, que se enganchaba un grupo de niños de 9 a 13 años entre las 6 de la mañana y la 1 1/2 de la tarde, y otro de 1 1/2 de la tarde hasta las 8 1/2, etcétera.
Para recompensar a los señores fabricantes por haber desconocido, de la manera más insolente, todas las leyes sobre trabajo infantil promulgadas en los 22 años anteriores, también ahora se les doró la píldora. ¡El parlamento resolvió que después del 1º de marzo de 1834 ningún niño menor de 11 años, después del 1º de marzo de 1835 ningún menor de 12 y después del 1º de marzo de 1836 ningún menor de 13 años podía trabajar en una fábrica más de 8 horas! Este "liberalismo" tan deferente con el capital era tanto más digno de reconocimiento por cuanto el doctor Farre, sir A. Carlisle, sir B. Brodie, sir C. Bll, Mr. Guthrie, etc., en suma, los más distinguidos physicians y surgeons [médicos y cirujanos] de Londres, habían advertido en sus declaraciones testimoniales ante la Cámara de los Comunes que periculum in mora ¡hay peligro en la demora!. El doctor Farre se expresó todavía con mayor rudeza: "La legislación es necesaria para la evitación de la muerte en todas las formas en que se la pueda infligir prematuramente, y sin duda éste" (el método fabril) "ha de ser considerado como uno de los más crueles modos de infligirla" . ¡El mismo parlamento "reformado" que en su delicadeza exquisita para con los señores fabricantes recluyó durante años aun a niños menores de 13 años en el infierno de un trabajo fabril de 72 horas semanales, prohibió de antemano a los plantadores, en la Ley de Emancipación la cual también otorgaba la libertad con cuentagotas , que hicieran trabajar a ningún esclavo negro más de 45 horas por semana!" (Karl Marx. El capital)Hay filósofos que han muerto en tanto que tales de éxito. La maraña de prejuicios y estereotipos que ocultan su obra, hacen francamente difícil un acercamiento medianamente aséptico o, si se quiere y se acepta como posibilidad, científico. Como señala el sociólogo belga Henri Janne "Algunos, aunque pretendan lo contrario practican el marxismo como una fe. A su juicio, Marx, Engels y Lenin llevan siempre la razón y de algún modo lo han previsto todo.... Pero en opinión de otros, el marxismo ha caducado; pertenece a la fase de los grandes sistemas de filosofía social... Esta actitud es tan abusiva como la primera". Aunque mi desconocimiento de la obra de Marx es inmenso, como principio comparto plenamente el juicio de Janne. Probablemente Marx comparta y aun ejemplifique el destino de muchos pensadores, universalmente criticados y apenas leídos.
Me incluyo en el grupo de quienes no conocen sino fragmentariamente la obra de Marx, pero como todo el mundo sabe, la ignorancia suple sus carencias con el complejo vitamínico del atrevimiento. En esas me encuentro, aunque los trazas de rigor intelectual que todavía subsisten en mí, me han conducido a la fuente marxiana par excellence, El capital. Y lo he hecho porque mis alumnos de 1º de Bachillerato están estudiando -si bien de forma inevitablemente somera- la crítica de Marx al sistema capitalista.
En el texto que encabeza mi entrada de hoy, Marx, haciendo caso omiso de la inveterada tradición que distingue entre hecho y valor, presenta la "evolución" de las leyes que regulan la jornada laboral entre 1833 y 1864. Para comprender mejor el análisis del autor es preciso recordar que la historia se mueve según la ley de la dialéctica (herencia precios del filósofo también alemán Hegel). El motor de la dialéctica es la negación, la lucha entre clases sociales antagónicas: opresores y oprimidos, burguesía y proletariado. Y es precisamente la existencia de la propiedad privada de los medios de producción la que explica que esas diferencias se agudicen con el paso del tiempo.
Así las cosas, y ayudándome del gigante de hoy, Guy Rocher, la sociedad capitalista burguesa se caracteriza por un desarrollo técnico y una división del trabajo más avanzados que todos los tipos de sociedad existentes hasta ese momento y por unas relaciones de clase más claras. Esta sociedad lleva el estigma de una clase nueva, hija natural del comercio y la industria naciente: la clase burguesa de origen urbano. Mediante la acumulación de capital, esta clase abre nuevos mercados comerciales, crea la manufactura e incrementa la productividad del trabajo. El precio de esta mayor actividad es la concentración de trabajadores cada vez más separados -alienados- de los medios de producción y de los bienes producidos. Ha nacido una nueva clase: el proletariado obrero.
La salvación (no es accidental el uso de esta terminología cuasirreligiosa) viene de la unión del proletariado, de tal forma que únicamente la lucha solidaria de los trabajadores conseguirá la progresiva reducción de la jornada de trabajo. La consecución de una legislación que recoja estas demandas se erigirá en reivindicación universal del movimiento obrero. Todo el proletariado se identificará en una única categoría: cualquier distinción de raza, sexo o nación deviene insignificancia frente al hecho de ser proletariado. De ahí la importancia que reviste el tomar conciencia de la clase que a la que cada cual pertenece. Marx, sin embargo, distingue entre proletariado y lumpenproletariado (etimológicamente "el proletariado harapiento"): estos últimos constituyen un conjunto de personas marginadas del proceso productivo capitalista sin ninguna conciencia obrera.
En opinión de Marx, la lógica interna del capitalismo lo abocará a su propia destrucción: la oposición entre la clase burguesa y la proletaria se radicalizará y traerá como consecuencia la destrucción de la primera, dando lugar a la dictadura del proletariado, mediación necesaria para el alcance de la sociedad comunista sin clases, en la que el hombre se liberará.
La filosofía de Marx es, por tanto, una doctrina de la liberación: una suerte de esperanza humanista. La crítica tradicional que la acusa de acientífica tal vez no hiciera mella en alguien que, a mi modo de ver, nunca reparó en la distinción entre hecho y valor. Siempre cabe pensar que la ignorancia es muy atrevida.