martes, 27 de octubre de 2009

El gran dictador


"El gran clásico es un hombre del que se puede hacer el elogio sin haberlo leído". (G.K. Chesterton)


Afirma Ferrater Mora en su Diccionario de Filosofía -todo un clásico en sentido chestertoniano- que etimológicamente 'paradoja' significa "contrario a la opinión", esto es, "contrario a la opinión recibida y común". El propio Cicerón escribe "lo que ellos (los griegos) llaman paradoja, lo llamamos nosotros "cosas que maravillan". Bella o incluso lírica definición que la Real Academia de la Lengua, algo más prosaica, se encarga de precisar con las siguientes acepciones: "idea extraña u opuesta a la común opinión y al sentir de las personas" o "aserción inverosímil o absurda, que se presenta con apariencias de verdadera".


Y hablando del rey de Roma, por la puerta asoma: el gran Chesterton, el maestro de la paradoja. No es la primera vez que la inmensa (en todos los sentidos del término) figura de Chesterton comparece en estas líneas. Detrás de esta reiterada invocación o evocación se adivina una admiración indisimulada y devota hacia la porción de su obra que he leído. La no leída me permite afirmar que es un clásico. Y, a semejanza de Oscar Wilde, un brillante usuario de la paradoja a la que, por cierto, no priva de interesantes potencialidades. Como se puede comprobar en El hombre que fue Jueves donde señala que "una paradoja puede alertar a los hombres a una verdad marginada".


De paradojas y de verdades marginadas trata la entrada del día. Los alumnos de 1º de Bachillerato han aprendido que la racionalidad del consumidor se fundamenta en la asunción de tres supuestos relativos a sus preferencias: la completitud (véase mi entrada No es país para indecisos), la transitividad y la no saturación. Hoy intentaré analizar la transitividad de la elección y lo haré encaramada a los hombros de un verdadero gigante económico, el nobel Kenneth Arrow, quien fue capaz de detectar la paradoja escondida tras la pretensión de extender la transitividad a un grupo o colectivo.


No deseo empezar la casa por el tejado o comenzar mi relato como los malos contadores de historias: anticipando el final sin haber sido capaz de transmitir a los oyentes el placer de la propia historia. El inicio de la que me ocupa pasa por la comprensión certera de la transitividad. Tomaré tres cestas de bienes A, B y C. Si un consumidor es racional -afirma la teoría- cabe concluir que si prefiere la cesta A a la B y la B a la C, entonces necesariamente ha de preferir la A a la C.


Los lectores se preguntarán dónde se oculta la paradoja. El problema -habitual en las votaciones- reside en conventir una relación de preferencias individuales en una elección social. Es el momento de que entre en escena, para dotar de un quiebro interesante a la acción de suyo , el nobel Arrow. Previamente, el marques de Condorcet había puesto de manifiesto que las preferencias colectivas no son transitivas a pesar de que las preferencias individuales lo sean. Arrow en su denominado Teorema de la imposibilidad defiende que para poder afirmar que la mayoría constituye una regla adecuada de elección social se han de cumplir las siguientes hipótesis



  • Hipótesis de racionalidad: la ordenación social debe ser completa y
    transitiva.

  • Hipótesis de independencia: la elección entre dos alternativas sólo
    depende de las ordenaciones individuales entre esas dos alternativas.

  • Pareto optimalidad débil: si todos prefieren individualmente una
    alternativa sobre otra, ésta es la preferida socialmente.

  • La ordenación social debe ser libre

  • Dominio no restringido: El mecanismo de elección debe ser capaz de
    funcionar en todas las situaciones posibles

Arrow demuestra que ninguna regla de elección social cumple simultáneamente las cinco condiciones, a no ser que las preferencias sean el reflejo de un dictador. La demostración se basa dar por ciertas las hipótesis y encontrar un caso en el que existe un dictador. La consecuencia práctica del teorema de Arrow es que no puede existir un sistema de votación perfecto, esto es, que sea completamente racional y justo. ¿Una verdad marginada? La polémica está servida.


lunes, 26 de octubre de 2009

El manantial

"A real revolution starts in men's minds, not in the streets" (Ayn Rand)

Tal vez constituya una suerte de tara genética la incursión continua y reiterada del ser humano en la aporía teórica o en el dilema práctico. El aut aut kierkegaardiano de cada día. Parece pertenecer a este último género de cuestiones la difícil cuando no imposible conjunción, al hablar de sistemas económicos y/o políticos, entre libertad e igualdad. Karl R. Popper en su autobiografía intelectual titulada Búsqueda sin término, tras referir sus coqueteos con el marxismo, afirma lo siguiente: "Durante varios años permanecí siendo socialista, incluso después de mi rechazo al marxismo; y si pudiera haber una cosa tal como el socialismo combinado con la libertad individual, seguiría aún siendo socialista. Porque no puede haber nada mejor que vivir una vida libre, modesta y simple en una sociedad igualitaria". ¿Es posible, no ya deseable, la convivencia pacífica entre libertad e igualdad? La respuesta de Popper, digna del liberal que fue, es absolutamente clara: "Me costó cierto tiempo reconocer que esto no es más que un bello sueño; que la libertad es más importante que la igualdad, que el intento de realizar la igualdad pone en peligro la libertad y que, si se pierde la libertad, ni siquiera habrá igualdad".

Si hace unas semana dedicaba una entrada al marxismo como filosofía de la igualdad como valor supremo; hoy centraré mis reflexiones en otra figura que ideológicamente se sitúa en las antípodas del filósofo alemán. Su nombre tal vez no resulta demasiado conocido, a pesar de que uno de sus libro, La rebelión de Atlas, pasa en fuentes oficiosas por ser el segundo más vendido en EEUU después de la Biblia. Hipérbole a la vista, probablemente. Me estoy refiriendo a Ayn Rand, una de las ideologas de lo que George Soros no dudó en catalogar como
"fundamentalismo de mercado". Si bien es cierto cualquier cita descontextualizada puede falsear el pensamiento de un autor, no creo faltar demasiado a las esencias del pensamiento de esta escritora rusa si cito

“La libertad y la razón son corolarios. Su acción es recíproca. Cuando los hombres son libres triunfa la razón, cuando los hombres son racionales la libertad se impone. La libertad intelectual no puede existir sin libertad política y la libertad política no puede existir sin libertad económica. Una mente libre y un mercado libre son corolarios”.

Reconozco que la autora, pese a situarse no sé si en las antípodas pero sí lejana de mis propias posiciones, goza de mis simpatías. La razón es que su libro
El manantial fue fuente de inspiración (perdón por la imagen tan burda) para la película homónima de King Vidor protagonizada por Gary Cooper. Gran película en la que la propia Rand ejerció de guionista. El manantial cuenta la historia de Howard Roark, aunténtico héroe randiano, que no duda en luchar contra los poderosos intereses creados por defender su concepción de la arquitectura. Una visión de la arquitectura en general y del arquitecto en particular de un romanticismo enternecedor, encarnación del genio hegeliano. La escena que sigue, pasa por ser la más reveladora del individualismo randiano. ¿Héroe o antihéroe? No me tiren de la lengua...

lunes, 19 de octubre de 2009

The Matrix





"The Matrix is everywhere. It is all around us. Even now, in this very room. You can see it when you look out your window or when you turn on your television. You can feel it when you go to work... when you go to church... when you pay your taxes. It is the world that has been pulled over your eyes to blind you from the truth" (The Matrix)



Está de moda el victimismo en general: histórico, social e individual. Pues bien: yo también soy víctima. Soy una víctima de la Reforma Educativa de Villar-Palasí. En términos prácticos tal confesión es semejante a admitir a) que tengo cierta edad y b) que pertenezco a esa especie en extinción que cursó la EGB, el BUP y el COU. El legado de tales estudios, además de un dominio apabullante de los diagramas de Venn, ha sido una supina ignorancia de lo que se ha dado en llamar cultura general sólo amortiguada por la enorme fortuna de toparme con muy buenos profesores, insumisos al espíritu reformista. Entre mis más que lagunas se encuentra un desconocimiento oceánico de la mitología griega que el paso de los años y la existencia de la nunca suficientemente ponderada wikipedia están contribuyendo a menguar.


No tengo vocación de plañidera virtual: sólo pretendo constatar el hecho de que en educación la amnesia no funciona y de que, conocimientos tan aparentemente inútiles como la mitología griega, pueden aportar interesantes matices a materias tan a priori alejadas como la economía o de la organización de empresas. Hoy en clase de 2º de Bachillerato la cosa iba de matrices. Un término que bien podría considerarse como un prodigio de polisemia: hasta once acepciones diferentes se enuncian en el diccionario de la Real Academia de la Lengua, si bien casi todas remiten de una forma u otra al carácter generador, materno, podría decirse que aún conservan de su etimología original. Porque 'matriz' remite en mi particular sistema de asociaciones a la madre nutricia, a la diosa Demeter. Hablábamos del proceso de internacionalización de algunas organizaciones en el contexto de una economía global. De esta forma, la casa matriz, la madre nutricia, en la terminología de la administración y dirección de empresas, representa el núcleo duro de la organización en la medida en que posee libertad total para desarrollar una estrategia. Dada la innegable y conmovedora afición de mis alumnos a las reglas de tres, tal vez lo entiendan mejora así: la casa matriz es a la alta dirección como la casa blanca es a Obama.


Pero a la casa matriz le ocurre con las filiales lo mismo que a los padres con sus hijos: resulta difícil diseñar en ocasiones el modelo de relación, más si se considera que el entorno ciertamente ha cambiado. Mi gigante de hoy, Petra Mateos, señala que "la coordinación es fundamental en la búsqueda de ventajas competitivas y para ello es necesaria la transferencia de una gran cantidad de información a diversos lugares de la red". Dicho de otra forma, la coordinación entre la matriz y las filiales puede marcar la diferencia, de tal forma que las prebendas que una empresa puede conseguir de la globalización proceden más del efecto conjunto de toda la red que de los beneficios aislados que pueda obtener de la localización en cada uno de los países independientemente. Mateos distingue cuatro estrategias:



  • Estrategia multinacional: es la llevada a cabo por empresas que a pesar de ser globales tratan de adaptarse a las necesidades locales de los lugares en los que ofrecen sus productos: comporta por tanto una gran heterogeneidad de productos y una fuerte descentralización que permita tomar decisiones. Este fue el modelo de la mayor parte de las organizaciones que se expandieron antes de la Segunda Guerra Mundial.

  • Estrategia global: A diferencia del modelo anterior, el objetivo pasa por obtener ventajas en costes, a través de la homogeneización de los productos que permite la reducción de los costes de producción. La casa matriz corta el bacalao: ejerce un control centralizado en lo que respecta a las actividades de diseño, marketing, producción e I+D.

  • Estrategia internacional: este modelo requiere la existencia de un equilibrio entre delegación y coordinación: por un lado, se trata de adaptarse a las mercados concretos de las filiales, pero, por otro, se mantiene el control por parte de la matriz.

  • Estrategia transnacional: en este tipo de organizaciones, aunque la matriz realiza funciones de control y coordinación de las decisiones estratégicas, existen flujos de informaciones entre las filiales. Esta estrategia responde al lema "piensa globalmente y actúa localmente".

El tema da mas de sí, pero la mayor sabiduría reside en el adecuado establecimiento de los límites. Aunque, al fin y al cabo, Matrix is everywhere. Como Demeter.


domingo, 18 de octubre de 2009

After virtue

"Nadie ha aprendido las verdades de la ética asistiendo a conferencias o participando en seminarios, pues su índole es tal que sólo se pueden aprender prácticamente, participando, a ser posible desde la más tierna infancia,en formas de vida común en las que la virtud se adquiere cultivando determinados hábitos. (...)La filosofía puede a lo sumo ayudarnos a articular y clarificar teóricamente lo que previamente se ha aprendido en el ámbito de la práctica." (Alisdair Macintyre).


Escucho a Wim Mertens y no puedo evitar pensar en que pese a la complejidad del sistema y sus variables, la solución tal vez sea simple:
after virtue, justice. Sin embargo, no resulta fácil dilucidar qué es la justicia. Ayer fue el día Internacional para la erradicación de la pobreza. En mi ciudad (mía y de la mayoría de mis alumnos), Pamplona, la plataforma Pobreza Cero organizó la Charanga del Milenio. Pese a disponer de información y tiempo (no siempre se cumplen ambas condiciones) no estuve presente. Pese al llamamiento de los convocantes. Pese al soleado día otoñal con que ayer amaneció mi ciudad.


No me mueve el deseo de boicot. Todo lo contrario.No obstante, cada ser humano ha de enfrentarse irremediablemente a sus contradicciones. De un lado, la necesidad de solucionar el problema de la crisis alimentaria que lejos de erradicarse con el tiempo, se agrava. Del otro lado, la certeza de que el modus vivendi occidental, el mío propio, contribuye directamente a engrosar la bicha. El más elemental sentimiento del pudor me impide exigir a las instituciones aquello que no soy capaz de poner en práctica, aunque sea una convencida de que es necesario educar en el consumo responsable (muy atinada la
guía elaborada por economía solidaria) y en el respeto al medio ambiente. Pero esos contenidos exigen unos compromisos éticos previos. Sin embargo, no deseo caer en la lógica binaria del o todo o nada, extremadamente tranquilizante por otro lado, que conduce al inmovilismo. Además, la acción colectiva -no confundir con las manifestaciones callejeras- se ha revelado en ocasiones inusitadamente eficaz en la consecución de algunas causas a priori imposibles. Siendo esto así, desde la plataforma Pobreza Cero se insta a la difusión del mensaje. De ahí que pese al limitado eco que pueda tener este foro, no quiero renunciar a convertirlo en instrumento transmisor de la idea de que en última instancia es un problema de jerarquización. La justicia –apunta Alisdair Macintyre en un libro que comparte título con el trabajo de Mertens, After virtue- es la primera virtud de la vida política, y no puede existir comunidad donde no hay acuerdo previo sobre el concepto de justicia. Nuevamente, tras la virtud.




jueves, 15 de octubre de 2009

El cielo sobre Berlín


"Mirar desde arriba no es mirar. Hay que mirar a la altura de otros ojos." (Das Himmel über Berlin, Wim Wenders)



El trabajo de enseñante se asemeja a una suerte de bucle, tal vez melancólico. Un eterno retorno de lo mismo que, sin embargo, siempre acaba sorprendiendo por ciertas ondulaciones inesperadas. El manido río de Heráclito que nunca será el mismo a pesar de recibir idéntico nombre.

Mis palabras no obedecen a una suerte de languidez otoñal, que ciertamente padezco. Son el precipitado sentimental o sentimentaloide de la proyección de una película que, desde hace cinco octubres, fija, limpia y da esplendor a mi explicación de los sistemas de economía planificada. Se trata de Good bye, Lenin. Todos los años compruebo cómo una historia aparentemente sencilla, con una estructura narrativa no demasiado original -la mezcla en dosis adecuadas de intrahistoria e Historia siempre se ha revelado fértil- y con un final algo tramposo, sitúa al alumno joven, -ay, demasiado joven- en una época y un lugar que sin duda constituyen una de las encrucijadas políticas más interesantes de los últimos tiempos. El guión de la película no es ajeno a la ideología bienpensante y políticamente correcta de nuestros tiempos. Nada se dice de las víctimas del sistema, ni siquiera de los atropellos liberticidas del régimen, como en La vida de los otros. Pero el recurso al narrador protagonista y, por consiguiente, la introducción de la perspectiva subjetiva, posibilita que el espectador tome la distancia suficiente como para comprender que lo que comparece no es la Historia -si es que existe tal realidad-, sino la historia particular de Alex, tan limitada y miope como cualquier otra.

La explicación que de la caída del muro de Berlín he podido encontrar en un libro de historia de 1º de Bachillerato (Javier Tusell et al. Historia del Mundo Contemporáneo, SM) resulta para mi gusto lacónica y demasiado simple (lo extenso del programa probablemente impida entrar en demasiados detalles): " las medidas de apertura de Gorbachov permitieron la transformación profunda de los países del Este de Europa. Estos países habían sido controlados por los soviéticos desde el final de la Segunda Guerra Mundial, pero al iniciarse la Perestroika (Reestructuración) en la URSS encontraron la oportunidad de recobrar márgenes de autonomía, interior y exterior, perdidos durante tanto tiempo. A partir de la caída del muro de Berlín en 1989, las transiciones hacia la democracia y la economía de mercado tuvieron un carácter más pacífico e irreversible que en la propia Unión Soviética". Hasta aquí la versión oficial. El azar, encarnado en buscador de google, ha querido que, al intentar documentarme sobre los entresijos off the record de la reunificación alemana y las circunstancias históricas en las que se desarrolla la acción de la película, haya dado con una interesante noticia publicada en
La Vanguardia. Hasta aquí la Historia (irony intended). Pero, sin duda, la revelación procede, una vez más, de la intrahistoria. Good bye Lenin versión polaca. Jan Grzebski despierta tras 19 años en coma y comprueba que los almacenes del pueblo de Dzialdowo donde apenas se encontraba vinagre y mostaza se han convertido en un festivo centro comercial. Vivir para contarlo.
¿Mirando desde arriba o a la altura de los ojos?

martes, 13 de octubre de 2009

Los premios (edición 2009)

"Se han concedido muchos premios Nobel por mostrar que el Universo no es tan simple como podíamos haberlo pensado" Stephen W. Hawking

Demasiadas pistas. Demasiado bombardeo mediático. Es imposible sustraerse al encanto (o desencanto, según se mire) de una de las noticias económicas (?) del día. Bajo estas condiciones de presión y temperatura, no resulta complicado adivinar que voy a dedicar la entrada de hoy, en un alarde de poca originalidad, a la glosa, o más bien, mención de los ganadores del premio nobel de economía 2009. Probablemente la sombra de Obama proyecte demasiado alargada o, al menos, los suficiente como para enturbiar el momento de gloria de los otros premiados. Mala suerte (o buena, según se mire). Efectivamente, habemus galardonados y habemus tema. Elinor Ostrom y Oliver E. Williamson se han convertido por obra y gracia de sí mismos y de la academia sueca (célebre también por sus descuidos y pequeñas pérdidas de memoria) en los héroes (o antihéroes, según se mire, apuestas obligan) económicos del día.Confieso que es la primera vez que escucho el nombre de la primera, no así el del segundo. Por eso y por las restricciones de índole temporal que se vuelven de día en día más acusadas, he centrado mis esfuerzos en seguir el rastro de la primera mujer que recibe el premio nobel de Economía. Y el resultado de mis exiguas pesquisas me lleva a reconocer que, a bote pronto, los temas que interesan a Elinor Ostrom resultan sugerentes para alguien que como yo misma entiende la ciencia como una suerte de amplio y diáfano loft: sin tabiques que separen sus diferentes estancias o, desde esta perspectiva, usos. Acción colectiva, ciencia cognitiva, organización empresarial y teoría de la decisión parecen ocupar un lugar clave en su trabajo investigador.

How do we integrate the research findings in cognitive science into a workable set of models for exploring and explaining human choices in various institutional settings, including: social dilemmas, collective choice arenas, bureaucracies, and complex multitiered public economies?
¿Cómo integrar los resultados de la investigación en ciencia cognitiva en un conjunto de modelos viables para explorar y explicar las decisiones humanas en diversos marcos institucionales, tales como: los dilemas sociales, las arenas de la elección colectiva, las burocracias, y las complejas economías públicas multinivel?

Si sus respuestas son tan certeras como prometedoras sus preguntas, resulta fácil imaginar por qué le han concedido el nobel. Como Max Estrella, me quito el cráneo. ¿Según se mire?

viernes, 2 de octubre de 2009

Rojo



"La jornada laboral normal data tan sólo, en la industria moderna, de la ley fabril de 1833, vigente para las fábricas que elaboran algodón, lana, lino y seda. ¡Nada caracteriza mejor el espíritu del capital que la historia de la legislación fabril inglesa entre 1833 y 1864!
La ley de 1833 declara que "la jornada laboral ordinaria deberá comenzar a las 5 1/2 de la mañana y finalizar a las 9 de la noche, y que dentro de estos límites un período de 15 horas será legal emplear jóvenes (esto es, personas entre 13 y 18 años) a cualquier hora del día, siempre y cuando el mismo joven no trabaje más de 12 horas a lo largo del día, con excepción de ciertos casos especialmente previstos". La sexta sección de la ley establece "que en el curso de todos los días se deberá conceder no menos de 1 1/2 hora para las comidas a todas esas personas cuyo tiempo de trabajo ha sido restringido". Se prohibía emplear a niños menores de 9 años, con una excepción que mencionaremos más adelante, y se limitaba a 8 horas el trabajo de los niños de 9 a 13 años. El trabajo nocturno es decir, conforme a esta ley, el trabajo entre las 8 1/2 de la noche y las 5 1/2 de la mañana se prohibía para todas las personas de 9 a 18 años.
Los legisladores estaban tan lejos de querer atentar contra la libertad del capital de absorber fuerza de trabajo adulta o, como ellos la llamaban, contra "la libertad de trabajo", que urdieron un sistema especial para evitar esa horripilante consecuencia de la ley fabril.
"El gran mal del sistema fabril, tal como se lo practica al presente", se dice en el primer informe del consejo central de la comisión, del 25 de junio de 1833, "consiste en que genera la necesidad de prolongar el trabajo de los niños hasta la extensión máxima de la jornada laboral de los adultos. El único remedio para este mal salvo la restricción del trabajo de los adultos, lo cual originaría un mal mayor que el que se procura subsanar es a nuestro parecer el plan de hacer trabajar a dos turnos de niños." Bajo el nombre de sistema de relevos ("system of relays"; relays significa en inglés, como en francés, el cambio de los caballos de posta en las diversas paradas) se llevó a la práctica ese "plan", de tal modo, por ejemplo, que se enganchaba un grupo de niños de 9 a 13 años entre las 6 de la mañana y la 1 1/2 de la tarde, y otro de 1 1/2 de la tarde hasta las 8 1/2, etcétera.
Para recompensar a los señores fabricantes por haber desconocido, de la manera más insolente, todas las leyes sobre trabajo infantil promulgadas en los 22 años anteriores, también ahora se les doró la píldora. ¡El parlamento resolvió que después del 1º de marzo de 1834 ningún niño menor de 11 años, después del 1º de marzo de 1835 ningún menor de 12 y después del 1º de marzo de 1836 ningún menor de 13 años podía trabajar en una fábrica más de 8 horas! Este "liberalismo" tan deferente con el capital era tanto más digno de reconocimiento por cuanto el doctor Farre, sir A. Carlisle, sir B. Brodie, sir C. Bll, Mr. Guthrie, etc., en suma, los más distinguidos physicians y surgeons [médicos y cirujanos] de Londres, habían advertido en sus declaraciones testimoniales ante la Cámara de los Comunes que periculum in mora ¡hay peligro en la demora!. El doctor Farre se expresó todavía con mayor rudeza: "La legislación es necesaria para la evitación de la muerte en todas las formas en que se la pueda infligir prematuramente, y sin duda éste" (el método fabril) "ha de ser considerado como uno de los más crueles modos de infligirla" . ¡El mismo parlamento "reformado" que en su delicadeza exquisita para con los señores fabricantes recluyó durante años aun a niños menores de 13 años en el infierno de un trabajo fabril de 72 horas semanales, prohibió de antemano a los plantadores, en la Ley de Emancipación la cual también otorgaba la libertad con cuentagotas , que hicieran trabajar a ningún esclavo negro más de 45 horas por semana!" (Karl Marx. El capital)



Hay filósofos que han muerto en tanto que tales de éxito. La maraña de prejuicios y estereotipos que ocultan su obra, hacen francamente difícil un acercamiento medianamente aséptico o, si se quiere y se acepta como posibilidad, científico. Como señala el sociólogo belga Henri Janne "Algunos, aunque pretendan lo contrario practican el marxismo como una fe. A su juicio, Marx, Engels y Lenin llevan siempre la razón y de algún modo lo han previsto todo.... Pero en opinión de otros, el marxismo ha caducado; pertenece a la fase de los grandes sistemas de filosofía social... Esta actitud es tan abusiva como la primera". Aunque mi desconocimiento de la obra de Marx es inmenso, como principio comparto plenamente el juicio de Janne. Probablemente Marx comparta y aun ejemplifique el destino de muchos pensadores, universalmente criticados y apenas leídos.

Me incluyo en el grupo de quienes no conocen sino fragmentariamente la obra de Marx, pero como todo el mundo sabe, la ignorancia suple sus carencias con el complejo vitamínico del atrevimiento. En esas me encuentro, aunque los trazas de rigor intelectual que todavía subsisten en mí, me han conducido a la fuente marxiana par excellence, El capital. Y lo he hecho porque mis alumnos de 1º de Bachillerato están estudiando -si bien de forma inevitablemente somera- la crítica de Marx al sistema capitalista.

En el texto que encabeza mi entrada de hoy, Marx, haciendo caso omiso de la inveterada tradición que distingue entre hecho y valor, presenta la "evolución" de las leyes que regulan la jornada laboral entre 1833 y 1864. Para comprender mejor el análisis del autor es preciso recordar que la historia se mueve según la ley de la dialéctica (herencia precios del filósofo también alemán Hegel). El motor de la dialéctica es la negación, la lucha entre clases sociales antagónicas: opresores y oprimidos, burguesía y proletariado. Y es precisamente la existencia de la propiedad privada de los medios de producción la que explica que esas diferencias se agudicen con el paso del tiempo.




Así las cosas, y ayudándome del gigante de hoy, Guy Rocher, la sociedad capitalista burguesa se caracteriza por un desarrollo técnico y una división del trabajo más avanzados que todos los tipos de sociedad existentes hasta ese momento y por unas relaciones de clase más claras. Esta sociedad lleva el estigma de una clase nueva, hija natural del comercio y la industria naciente: la clase burguesa de origen urbano. Mediante la acumulación de capital, esta clase abre nuevos mercados comerciales, crea la manufactura e incrementa la productividad del trabajo. El precio de esta mayor actividad es la concentración de trabajadores cada vez más separados -alienados- de los medios de producción y de los bienes producidos. Ha nacido una nueva clase: el proletariado obrero.

La salvación (no es accidental el uso de esta terminología cuasirreligiosa) viene de la unión del proletariado, de tal forma que únicamente la lucha solidaria de los trabajadores conseguirá la progresiva reducción de la jornada de trabajo. La consecución de una legislación que recoja estas demandas se erigirá en reivindicación universal del movimiento obrero. Todo el proletariado se identificará en una única categoría: cualquier distinción de raza, sexo o nación deviene insignificancia frente al hecho de ser proletariado. De ahí la importancia que reviste el tomar conciencia de la clase que a la que cada cual pertenece. Marx, sin embargo, distingue entre proletariado y lumpenproletariado (etimológicamente "el proletariado harapiento"): estos últimos constituyen un conjunto de personas marginadas del proceso productivo capitalista sin ninguna conciencia obrera.

En opinión de Marx, la lógica interna del capitalismo lo abocará a su propia destrucción: la oposición entre la clase burguesa y la proletaria se radicalizará y traerá como consecuencia la destrucción de la primera, dando lugar a la dictadura del proletariado, mediación necesaria para el alcance de la sociedad comunista sin clases, en la que el hombre se liberará.

La filosofía de Marx es, por tanto, una doctrina de la liberación: una suerte de esperanza humanista. La crítica tradicional que la acusa de acientífica tal vez no hiciera mella en alguien que, a mi modo de ver, nunca reparó en la distinción entre hecho y valor. Siempre cabe pensar que la ignorancia es muy atrevida.