"A real revolution starts in men's minds, not in the streets" (Ayn Rand)
Tal vez constituya una suerte de tara genética la incursión continua y reiterada del ser humano en la aporía teórica o en el dilema práctico. El aut aut kierkegaardiano de cada día. Parece pertenecer a este último género de cuestiones la difícil cuando no imposible conjunción, al hablar de sistemas económicos y/o políticos, entre libertad e igualdad. Karl R. Popper en su autobiografía intelectual titulada Búsqueda sin término, tras referir sus coqueteos con el marxismo, afirma lo siguiente: "Durante varios años permanecí siendo socialista, incluso después de mi rechazo al marxismo; y si pudiera haber una cosa tal como el socialismo combinado con la libertad individual, seguiría aún siendo socialista. Porque no puede haber nada mejor que vivir una vida libre, modesta y simple en una sociedad igualitaria". ¿Es posible, no ya deseable, la convivencia pacífica entre libertad e igualdad? La respuesta de Popper, digna del liberal que fue, es absolutamente clara: "Me costó cierto tiempo reconocer que esto no es más que un bello sueño; que la libertad es más importante que la igualdad, que el intento de realizar la igualdad pone en peligro la libertad y que, si se pierde la libertad, ni siquiera habrá igualdad".
Si hace unas semana dedicaba una entrada al marxismo como filosofía de la igualdad como valor supremo; hoy centraré mis reflexiones en otra figura que ideológicamente se sitúa en las antípodas del filósofo alemán. Su nombre tal vez no resulta demasiado conocido, a pesar de que uno de sus libro, La rebelión de Atlas, pasa en fuentes oficiosas por ser el segundo más vendido en EEUU después de la Biblia. Hipérbole a la vista, probablemente. Me estoy refiriendo a Ayn Rand, una de las ideologas de lo que George Soros no dudó en catalogar como "fundamentalismo de mercado". Si bien es cierto cualquier cita descontextualizada puede falsear el pensamiento de un autor, no creo faltar demasiado a las esencias del pensamiento de esta escritora rusa si cito
“La libertad y la razón son corolarios. Su acción es recíproca. Cuando los hombres son libres triunfa la razón, cuando los hombres son racionales la libertad se impone. La libertad intelectual no puede existir sin libertad política y la libertad política no puede existir sin libertad económica. Una mente libre y un mercado libre son corolarios”.
Reconozco que la autora, pese a situarse no sé si en las antípodas pero sí lejana de mis propias posiciones, goza de mis simpatías. La razón es que su libro El manantial fue fuente de inspiración (perdón por la imagen tan burda) para la película homónima de King Vidor protagonizada por Gary Cooper. Gran película en la que la propia Rand ejerció de guionista. El manantial cuenta la historia de Howard Roark, aunténtico héroe randiano, que no duda en luchar contra los poderosos intereses creados por defender su concepción de la arquitectura. Una visión de la arquitectura en general y del arquitecto en particular de un romanticismo enternecedor, encarnación del genio hegeliano. La escena que sigue, pasa por ser la más reveladora del individualismo randiano. ¿Héroe o antihéroe? No me tiren de la lengua...
2 comentarios:
Gran película, un canto al individualismo sin tildarlo de peyorativo. Si la educación española se ocupara menos de buscar un nivel homogéneo y procurara potenciar lo que de especial tienen los individuos , otro gallo nos cantaría.
La obra tiene un referente en el arquitecto americano, Frank lloyd Wright, creador de "la casa de la cascada, todo un icono arquitectónico.
USA, un país donde puedes ser lo que quieras ser, donde sin ser hijo de papá se valorará tu esfuerzo. Un saludo, daniel
Bienvenido a este foro, Daniel.
Efectivamente, estoy de acuerdo con tu apreciación de que el Manantial es una de esas películas que apetece ver de vez en cuando. Gary Cooper borda el papel de arquitecto convencido de la bondad de su propia obra frente a quienes sólo aspiran a seguir en el rebaño. Comparto también tu reflexión acerca de la educación: o es diferenciada o no es.
Un saludo:
Begoña
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