"Otro valor perdido es la vergüenza. ¿Han notado que la gente ya no tiene vergüenza y, entonces, sucede que entremezclados con gente de bien uno puede encontrar, con amplia sonrisa, a cualquier sujeto acusado de las peores corrupciones como si nada? En otro tiempo su familia se hubiera enclaustrado, pero ahora todo es lo mismo y algunos programas de televisión lo solicitan y lo tratan como a un señor". Ernesto Sábato. La resistencia.
Si es cierto el viejo adagio de que "somos lo que leemos", parte de lo que actualmente es quien esta entrada escribe procede de El túnel de Ernesto Sábato. Necesarias lecturas iniciáticas de jóvenes y presuntuosos aspirantes a intelectual. ¿Cuál fue la tuya, querido y ex-principiante lector?
Si es cierto, además, que contraemos una deuda con los autores que escribieron esos libros y con aquellos que nos los presentaron, quien esta entrada escribe se confiesa acreedora de Ernesto Sábato y de aquel compañero de universidad que, en su día, compartió con ella su juvenil canon literario. La segunda deuda no tiene visos de ser ya saldada; la primera tampoco, aunque estas letras pretendan ser un homenaje a este autor argentino que, según la wikipedia, cultivó la escritura, la pintura y la física.
En el año 2000, último del milenio anterior, Sábato dirigió cinco cartas a sus lectores bajo el título de La Resistencia. En ellas, haciendo gala de una inusual lucidez, alerta sobre las consecuencias de la consideración economicista del ser humano que al final confluyen en la sociedad del miedo, de lo virtual, hundida en y por su propio nihilismo. En esa desvalorización de los valores cuasi nietzscheana, la desvergüenza se ha convertido en moneda de cambio en las plazas más variadas.
En una de las primeras clases introductorias de 1º de Bachillerato, se presenta la distinción clásica entre economía normativa y economía positiva: o la dicotomía entre deber ser y ser. Una clasificación más académica que real, en la medida en que la economía es una ciencia humana (adjetivo que puede resultar para muchos algo incómodo o de difícil manejo). Dicho de otra forma: los juicios sobre lo que la realidad económica debería ser no son ajenos a lo que de hecho es. En este sentido, una de las caras de la desvergüenza es el divorcio entre lo que algunos productos financieros son y lo que deberían ser, v.g., las preferentes.
Antes de seguir avanzando, conviene definir qué son estos instrumentos financieros llamados 'participaciones preferentes'. Grosso modo, estos productos de inversión constituyen un híbrido entre obligaciones (títulos de deuda, que convierten a sus poseedores en acreedores de una empresa) y acciones (títulos que convierten a sus poseedores en propietarios de una sociedad anónima). Las obligaciones son títulos de renta fija (su propietario conoce el tipo de interés que recibirá como "pago" a su préstamo) y, en ese sentido, no presentan grandes riesgos. Las acciones, por su parte, permiten participar en las decisiones sobre la vida de la empresa, pero no son títulos de renta fija, pues no tienen fecha de vencimiento. Si la empresa obtiene beneficios, los accionistas podrán cobrar sus correspondientes dividendos. Pues bien, las participaciones preferentes son semejantes a las obligaciones en la medida en que convierten a sus propietarios en acreedores de las empresas emisoras (en este caso, los bancos), pero el interés que reciben como compensación es variable, a diferencia de las obligaciones: la entidad paga una rentabilidad según sus resultados, llegando incluso a no pagar nada (si los resultados son negativos). En este punto, son semejantes a las acciones, sólo que, a diferencia de éstas, no confieren el derecho a voto. Asimismo, como las acciones no tienen fecha de vencimiento, por lo que pueden considerarse títulos de deuda perpetua. El banco si no quiere, no tiene por qué devolver el valor del título a los inversores.
A pesar de todo, el atractivo de estos productos es que, en época de bonanza, ofrecían rentabilidades muy altas (cercanas al 7% según la OCU). Son, por ende, un instrumento interesante para inversores con un perfil arriesgado y con conocimiento de causa.
¿Cuál es el origen de la desvergüenza? El que esos productos se vendan a pequeños inversores con escasos conocimientos financieros y que descubren, con estupor, que sus ahorros están blindados y que no pueden ser recuperados.
¿Cuál es la epítome de la desvergüenza? Leer en la prensa que el expresidente de Caja Madrid, Miguel Blesa alegue ante el juez de la Audiencia Nacional Fernando Andreu que los jubilados que adquirieron participaciones preferentes de la entidad no eran "ignorantes financieros" y que en todo caso eran "responsables" de lo que firmaban. Ante esta declaración no queda otra que preguntarse con Sábato: "¿acaso no es un crimen que a millones de personas se les quite lo poco que les corresponde? ¿cuántos escándalos hemos presenciado, y todo sigue igual, y nadie -con dinero- va preso? La gente sabe que se miente, pero parece una ola de tal magnitud que no se la puede impedir. ¿Hasta dónde vamos a llegar?". Lúcido Sábato.
Si es cierto el viejo adagio de que "somos lo que leemos", parte de lo que actualmente es quien esta entrada escribe procede de El túnel de Ernesto Sábato. Necesarias lecturas iniciáticas de jóvenes y presuntuosos aspirantes a intelectual. ¿Cuál fue la tuya, querido y ex-principiante lector?
Si es cierto, además, que contraemos una deuda con los autores que escribieron esos libros y con aquellos que nos los presentaron, quien esta entrada escribe se confiesa acreedora de Ernesto Sábato y de aquel compañero de universidad que, en su día, compartió con ella su juvenil canon literario. La segunda deuda no tiene visos de ser ya saldada; la primera tampoco, aunque estas letras pretendan ser un homenaje a este autor argentino que, según la wikipedia, cultivó la escritura, la pintura y la física.
En el año 2000, último del milenio anterior, Sábato dirigió cinco cartas a sus lectores bajo el título de La Resistencia. En ellas, haciendo gala de una inusual lucidez, alerta sobre las consecuencias de la consideración economicista del ser humano que al final confluyen en la sociedad del miedo, de lo virtual, hundida en y por su propio nihilismo. En esa desvalorización de los valores cuasi nietzscheana, la desvergüenza se ha convertido en moneda de cambio en las plazas más variadas.
En una de las primeras clases introductorias de 1º de Bachillerato, se presenta la distinción clásica entre economía normativa y economía positiva: o la dicotomía entre deber ser y ser. Una clasificación más académica que real, en la medida en que la economía es una ciencia humana (adjetivo que puede resultar para muchos algo incómodo o de difícil manejo). Dicho de otra forma: los juicios sobre lo que la realidad económica debería ser no son ajenos a lo que de hecho es. En este sentido, una de las caras de la desvergüenza es el divorcio entre lo que algunos productos financieros son y lo que deberían ser, v.g., las preferentes.
Antes de seguir avanzando, conviene definir qué son estos instrumentos financieros llamados 'participaciones preferentes'. Grosso modo, estos productos de inversión constituyen un híbrido entre obligaciones (títulos de deuda, que convierten a sus poseedores en acreedores de una empresa) y acciones (títulos que convierten a sus poseedores en propietarios de una sociedad anónima). Las obligaciones son títulos de renta fija (su propietario conoce el tipo de interés que recibirá como "pago" a su préstamo) y, en ese sentido, no presentan grandes riesgos. Las acciones, por su parte, permiten participar en las decisiones sobre la vida de la empresa, pero no son títulos de renta fija, pues no tienen fecha de vencimiento. Si la empresa obtiene beneficios, los accionistas podrán cobrar sus correspondientes dividendos. Pues bien, las participaciones preferentes son semejantes a las obligaciones en la medida en que convierten a sus propietarios en acreedores de las empresas emisoras (en este caso, los bancos), pero el interés que reciben como compensación es variable, a diferencia de las obligaciones: la entidad paga una rentabilidad según sus resultados, llegando incluso a no pagar nada (si los resultados son negativos). En este punto, son semejantes a las acciones, sólo que, a diferencia de éstas, no confieren el derecho a voto. Asimismo, como las acciones no tienen fecha de vencimiento, por lo que pueden considerarse títulos de deuda perpetua. El banco si no quiere, no tiene por qué devolver el valor del título a los inversores.
A pesar de todo, el atractivo de estos productos es que, en época de bonanza, ofrecían rentabilidades muy altas (cercanas al 7% según la OCU). Son, por ende, un instrumento interesante para inversores con un perfil arriesgado y con conocimiento de causa.
¿Cuál es el origen de la desvergüenza? El que esos productos se vendan a pequeños inversores con escasos conocimientos financieros y que descubren, con estupor, que sus ahorros están blindados y que no pueden ser recuperados.
¿Cuál es la epítome de la desvergüenza? Leer en la prensa que el expresidente de Caja Madrid, Miguel Blesa alegue ante el juez de la Audiencia Nacional Fernando Andreu que los jubilados que adquirieron participaciones preferentes de la entidad no eran "ignorantes financieros" y que en todo caso eran "responsables" de lo que firmaban. Ante esta declaración no queda otra que preguntarse con Sábato: "¿acaso no es un crimen que a millones de personas se les quite lo poco que les corresponde? ¿cuántos escándalos hemos presenciado, y todo sigue igual, y nadie -con dinero- va preso? La gente sabe que se miente, pero parece una ola de tal magnitud que no se la puede impedir. ¿Hasta dónde vamos a llegar?". Lúcido Sábato.